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Jan 13, 2022 39 tweets 15 min read Read on X
En la Costa Azul hubo una presa que apenas estuvo en activo 5 años antes de colapsar. Fue una tragedia y, sin embargo, permitió que, 60 años más tarde, un hombre pudiera casarse con su novio.

Después de muerto.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, la catástrofe de Malpasset.

HILO 👇
A las 21:45 del 13 de noviembre de 2015, cuatro terroristas del Estado Islámico entraron en la sala Bataclan de París y abrieron fuego indiscriminadamente contra las 1500 personas que asistían a un concierto de la banda Eagles of Death Metal.

Mataron a noventa.
El resto de los rehenes, los heridos y quienes lograron escapar del infierno de Bataclan fueron atendidos por varias unidades de la Gendarmería. Uno de los policías que respondieron a las llamadas de aviso fue Xavier Jugelé, este hombre.
Jugelé había nacido en 1980 pero ese no era el principio de su historia.

Aunque él no lo sabía, su historia había comenzado mucho antes y en otro lugar. En un pueblo paradisiaco de la Costa Azul llamado Fréjus.

Y había comenzado con otra tragedia.
La madrugada del 1 al 2 de diciembre de 1959, una intensa gota fría había dejado lluvias torrenciales en el valle del río Reyran, al norte de Frejus.

El río que alimentaba la recién llenada presa de Malpasset.
La mañana del día 2, y en vista de que el nivel del agua subía rápidamente, el vigilante André Ferro solicito permiso para abrir las exclusas y aliviar la presión de la presa, pero le fue denegado.

Mientras, el nivel seguía subiendo.
Abajo del curso del río se estaban levando a cabo las obras de la nueva autopista Esterel-Côte d'Azur y, si abrían la exclusa, el torrente de agua obligaría a detener las obras por vete a saber cuánto tiempo...
El problema es que las lluvias no paraban y el agua seguía subiendo.

A las 18:00h, cuando el nivel apenas estaba a 28 centímetros del borde de la presa, las autoridades permitieron, al fin, abrir las exclusas.
Pero ya era demasiado tarde.

El caudal de descarga de 40 m3/s era demasiado lento para vaciar el enorme volumen de agua a tiempo.

A las 21:13 h, la presa colapsó.
La presa de Malpasset había comenzado a proyectarse en 1946, justo tras la 2GM, y su construcción se llevó a cabo desde 1952 a 1954.

Era una presa de doble curvatura y radio variable de 222 metros de largo por 66 de alto y sujetaba 50 millones de metros cúbicos de agua.
Gracias a la geometría, el sistema de doble curvatura y radio variable permite construir presas relativamente delgadas. La de Malpasset *solo* tenía 6 m de grosor en la base por 1.5 m en el borde.
Esto no debería haber supuesto demasiado problema y, de hecho, muchas de las presas modernas usan este sistema.

Lo único importante es que la zona de cimentación sea lo más consistente posible, cosa que, aparentemente, no sucedía en el caso de Malpasset.
Con un presupuesto demasiado ajustado propio de la posguerra, los estudios geológicos y geotécnicos no fueron demasiado extensos y, aunque no se oponían a la presa, sí que recomendaban que se construyese más arriba y, a ser posible, que fuese una presa de gravedad.
El problema es que, claro, las presas de gravedad son MUCHO más masivas y, por tanto, mucho más caras.

(Iz, presa de gravedad. Dr, presa de doble curvatura)
Cuando se terminó en el 54, la presa de Malpasset parecía perfecta y, aunque tardó años en llenarse pues el río Reyran era muy poco caudaloso, cuando alcanzó su nivel medio, toda esa agua sirvió para irrigar el valle y también como suministro potable para más de 100.000 personas.
Pero, en realidad, todas estas circunstancias —los someros estudios geológicos, la falta de presupuesto y que el Reyran fuese muy poco caudaloso— estaban construyendo una tragedia.
Según se supo después, gran parte de lo que había bajo la cimentación del lado izquierdo de la presa era gneis: una roca metamórfica relativamente impermeable.
Los estudios geológicos no habían detectado el gneis y el Reyran llevaba muy poco caudal, nadie se había dado cuenta de una de las propiedades más perjudiciales, en este caso, de la roca: es sensiblemente impermeable.
Esa impermeabilidad hacía que el agua se fuese acumulando no solo en la pared de hormigón de la presa, sino también en la cimentación Y BAJO la cimentación.

Por eso, el lado izquierdo desapareció por completo. Porque prácticamente se descalzó.
El colapso del 2 de diciembre del 59 provocó una ola de 40 METROS de alto que se movía a 70 km/h. Arrasó a su paso con las pequeñas villas de Malpasset y Bozón pero es que, cuando llegó a Fréjus, 10 km río abajo, aún medía 3 metros de alto.

La catástrofe fue colosal.
La tragedia de presa de Malpasset fue portada en los medios galos, y no era para menos: costó la vida de 423 personas y era (y es) la mayor catástrofe civil que se produjo en el siglo XX en territorio francés.
Entre los fallecidos se encontraba Frédéric André Capra, un joven de 18 años que se acababa de comprometer con su novia, Irène Jodart, de tan solo 17.

La chica de la derecha de esta foto.
Pese a la enorme tristeza, Jodart estaba decidida a continuar el matrimonio con Capra. No solo porque le amase de verdad, también porque estaba embarazada de él, y sin la protección del matrimonio, su futuro y el de su hijo, estaba en serio peligro.
Por eso, cuando De Gaulle visitó la zona de la tragedia una semana después, Jodart le pidió que, por favor, le permitiese casarse con su novio muerto.

De Gaulle, siendo De Gaulle, le dijo que sí.
Al cabo de un mes, la Asamblea Nacional promulgaba una ley permitiendo al Presidente de la República autorizar la unión matrimonial aunque uno de los dos esposos esté muerto "siempre que se establezca inequívocamente que el finado había dado su consentimiento".
Jodart se casó con Capra y los medios la llamaron "la pequeña novia de Francia".

Murió en 2019 con 77 años de edad.
A día de hoy, en el lugar donde se levantaba la presa de Malpasset hay una parque para visitar los restos de la catástrofe, con una placa que hace referencia a lo que se vivió allí.
Pero no es su único legado. Cada año se celebran unas cincuenta bodas postumas en Francia. La mayoría tienen algún motivo económico similar a la primera que se ofició.

En otras, su fundamento es exclusivamente sentimental.

La más famosa es la de Etienne Cardiles.
El 20 de abril de 2017, un año y medio después de la masacre de Bataclan, un terrorista islámico disparó contra una furgoneta de la gendarmería apostada en los Campos Elisios. Hirió a dos policías y mató a un tercero.

A Xavier Jugelé.
Jugelé tenía 37 años y, tras Bataclan, se le consideraba un héroe de la nación. También era gay y activista LGBT.

Al poco del ataque, su novio, Etienne Cardiles, solicitó al entonces presidente saliente François Hollande que autorizase su matrimonio postumo.
Normalmente las ceremonias póstumas son muy tranquilas y recogidas. A la de Cardiles y Jugelé asistió Hollande, la alcaldesa de París Anne Hidalgo y el recién nombrado presidente Macron.

Y se retransmitió a todo el país.
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos de Malpasset, de Fréjus, de los matrimonios póstumos y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.

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fluidsandco, Greger Ravik, geoengineer, villasoleil, AzurAlive, perfectlyprovence, Eolefr, AFP, EFE, L'Espress, Paris Match y Jours de France.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 💧🤵‍♂️🤵‍♂️🇫🇷)
(Y en el episodio del próximo jueves vamos a conocer la arquitectura que quiso cambiar el mundo).

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More from @Pedro_Torrijos

Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
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Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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