Thread by @Cyandeceres

Estimado Alberto:

Como probablemente ya sepas, trabajo como profesor en Madrid. El año pasado, muchos en tu sector sosteníais que los colegios eran los sitios más seguros del mundo, y que los niños no contagiaban especialmente. Que no eran vector de contagio, decíais…

https://twitter.com/Nopanaden/status/1481711724764045313

Cualquiera que trabaje en un colegio grande como el mío, sabe que eso que decíais no era cierto. Yo no era contrario a abrir los colegios. Los niños necesitan el colegio, y cada semana cerrado suponía una merma para su salud mental futura y un lastre evidente en su desarrollo.

A mi lo que me jodía profundamente es que nos mintiesen. Nos mentían los gobiernos y se parapetaban, un poco como ahora, en vuestra autoridad como expertos. Por señalarlo en tu timeline, tus palmeros me vilipendiaron hasta la náusea, con tu beneplácito rubricado en algún like.

Tampoco pretendo que me des una palmadita en la espalda. Es mi trabajo y asumo las cosas como vienen. Mi trabajo es que los niños aprendan, música en mi caso, y a ser personas. Ni un día me he quejado de lo que me ha tocado vivir, y no he hecho más que arrimar el hombro a diario.

Todo ello, en condiciones precarias. Ni filtros, ni medidores de CO2, ni nada. Y por si fuese poco, alguna noche, en tu timeline, insultos. Alguno de los insultadores, seguro, teletrabajando cómodamente en casa, mientras compañeros caían enfermos. Uno de ellos murió en verano.

Después comenzó el acoso a mis alumnos de secundaria. Se les señaló con culpables de los contagios, muy oportunamente, justo antes de que aprobasen la vacuna a mayores de 12. Hoy mismo, una alumna mia de 14 años me comentaba cómo han crecido en su entorno los cuadros de ansiedad.

Para ello, las farmacéuticas y los gobiernos en su encomiable labor apostólica, volvieron a hacer uso de vuestra experta opinión para apuntalar la vacunación en jóvenes, por cierto, absolutamente contraproducente salvo para cesar la estigmatización de los jóvenes.

Lo malo es que luego llegó el turno de los niños. De nuevo, el dedo mediático señalaba a alguien como víctima propiciatoria del ritual pandémico. La búsqueda de chivos expiatorios se cebaba entre los niños. Y para ello, de nuevo, ustedes, los expertos, servirían de catalizador.

Ahora ya solo quedamos los no vacunados como villanos. Mientras ustedes colaboraban organizando hogueras de redención, en este tiempo, he visto morir a compañeros y familiares víctimas de la desatención y precarización en la sanidad. He visto cómo se cerraban sine die los CAP.

Supongo, estimado Alberto, que cada cual desde su trinchera ha corrido riesgos adecuados a su posición. Yo, los míos como profesor, usted los suyos como pediatra, y muchos otros, se libraban de ellos teletrabajando. Los riesgos han sido, por ser delicado, quizás algo asimétricos.

Pero lo que ha brillado por su ausencia, en muchos momentos, ha sido la solidaridad y la empatía. Un fenómeno creciente de odio y estigmatización que ustedes, los expertos no han querido o no han sabido parar. Igual que tampoco han podido evitar la precarización de su sector.

Nosotros, los profesores, tampoco hemos sabido dar un golpe en la mesa, y exigir poder cumplir nuestro trabajo en condiciones de mínima seguridad, para nosotros y para los niños. Quizás podríamos haber hecho mayor esfuerzo por ayudarnos en nuestras luchas compartidas. No es tarde

Quizás si hubiésemos colaborado, ustedes no se hubiesen obligados a trabajar en condiciones lamentables, y quizás los hospitales no se hubiesen colapsado. Quizás si todos hubiésemos protestado, tendríamos el doble de camas en los hospitales, o una plantilla de médicos más amplia.

Si hubiésemos colaborado, nosotros podríamos haber reducido ratios, adaptar horarios. Quizás podríamos haber contado con medidores, con filtros HEPA. Quizás podríamos haber contado la verdad, y no dejarnos los unos a los otros a los pies de los caballos.

Pero no ha sido así, lamentablemente: Hemos preferido machacarnos los unos a los otros, culpabilizarnos, y organizar linchamientos. Todo ello, para cubrir las vergüenzas de unas empresas multinacionales, que lejos de ocuparse de nosotros, pretenden parasitar nuestro pánico.

Por ello, te traslado mi solidaridad. Es cierto. Nadie tendría que asumir la posibilidad de morir por ir a hacer su trabajo, y menos cuando el trabajo es esencial. Médicos, repartidores, reponedores, profesores, artistas, o sea cual sea la ocupación que tengamos.

Pero para ello, convendría, que hagamos examen de conciencia. Que valoremos de que manera hemos colaborado para cimentar este lamentable estado de cosas. Que pensemos cómo hemos llegado a considerar normal que se prive selectivamente a gente de sus derechos fundamentales.

El derecho a la seguridad en el trabajo, el derecho a ser atendido en un hospital, el derecho a vivir en libertad. El derecho a que nos traten como a adultos y a no ser pastoreados y humillados. Pero todos esos derechos no serán efectivos nunca si no nos respetamos.