En 1954, Buck y Carlota Stahl, una matrimonio de diseñadores gráficos de Los Ángeles, se compraron una parcela en lo alto de una colina con unas magníficas vistas sobre la ciudad.
Pagaron 13.500 dólares por ella.
13.500 dólares de 1954 son unos 130.000 dólares de hoy. Es decir, era un solar caro, pero no era *tan* caro.
Nada imposible pero sí un cierto esfuerzo para los Stahl, quienes, al fin y al cabo, no eran ricos; eran un matrimonio de lo que ya se llamaba "clase media".
El problema era que en esa colina sobre Los Ángeles no había nada. Ninguna casa construida y ni siquiera las carreteras estaban asfaltadas. Allí solo llegaba un camino de tierra y polvo.
Pero eso no detuvo a los Stahl porque tenían un sueño: el sueño del lujo.
En 1945, justo tras la 2ª Guerra Mundial (y nueve años antes de que los Stahl se comprasen su parcela), la revista Arts & Architecture lanzó una propuesta colectiva a varios de los arquitectos más famosos del momento.
Lo llamó Case Study Houses.
La idea era absorber la gran demanda de vivienda asociada al baby boom de posguerra mediante construcciones que fuesen los más rápidas y lo más eficaces posible.
Esa premisa llevó a los arquitectos que participaron a pensar en sistemas prefabricados e industrializados.
Es decir, construcciones replicables y reproducibles a base de vigas y soportes metálicos y paneles de cerramiento también prefabricados según sistemas modulares.
Las casas realmente no se "construirían" sino que se ensamblarían, acortando su tiempo y abaratando su coste.
En realidad, los sistemas prefabricados ensamblados no eran realmente novedosos en USA. Casi desde su fundación, todo el país se había construido mediante sistemas de balloon frame de madera.
El ensamblaje era el verdadero espíritu de la arquitectura americana.
La diferencia era que, ahora no eran *solo* construcción; también había arquitectura. Y la arquitectura moderna tenía ya muy claro que podía ser lujosa sin ser cara.
Porque el lujo no estaba en mármoles y florituras. El lujo era el espacio y la luz.
Y, de repente, una familia de clase media podía vivir en una casa lujosa.
Quizá en la más lujosa del mundo.
El programa de las Case Study Houses se desarrolló de forma más o menos intermitente desde 1945 hasta 1966. Se proyectaron 36 viviendas aunque solo se construyeron 26.
Y participaron algunos de los mejores: Eero Saarinen y Charles Eames...
(Esta casa es la CSH9 y es de 1949!)
Richard Neutra...
...o Craig Elwood.
Y, claro, también Charles y Ray Eames, que construyeron EN SOLO TRES DÍAS la Case Study House 8: la madre de todas las casas-manifiesto.
(Ya conté la historia de los Eames en profundidad en la 1ª temporada).
Sin embargo, los verdaderos artífices de que unas casas de acero y vidrio no demasiado grandes se convirtiesen en el símbolo de un estilo de vida fueron un jovencísimo arquitecto llamado Pierre Koenig y un fotógrafo llamado Julius Shulman.
Y una pareja: Buck y Carlotta Stahl.
A finales de 1957, tres años de comprar la parcela en Woods Drive, los Stahl contactaron con Pierre Koenig, que apenas tenía 32 años.
Koenig, experto en estructuras de acero, no buscaba realmente notoriedad, solo quería hacer una casa lo más barata y lo más bonita posible.
Y lo hizo.
La Casa Stahl, que entraría en el programa de las Case Study Houses con el número 22, era un prodigio de lógica y contención.
Todo se cerraba atrás, todo se abría hacia las vistas. 270 grados de caja de vidrio volcada sobre el atardecer iluminado de Los Ángeles.
La casa costó 37.000 dólares (que son 370.000 de ahora). Es decir, era cara pero no *tan* cara.
Con todo, a los Stahl les costaba pagar las letras de la hipoteca.
Hasta que Koenig pidió a Julius Shulman que la fotografiase.
Shulman, quien él mismo vivía en una preciosa casa de Raphael Soriano, había ido fotografiando no solo unas cuantas de las Case Study Houses, sino todo ese ecosistema estético mid-century que cambiaría el mundo.
Sus fotos eran una brisa psicológica de belleza y modernidad.
Eran el sueño de la clase media.
Cuando Shulman llegó a la Casa Stahl en 1960, la obra ni siquiera estaba terminada. Había barro y suciedad y restos de construcción por todos lados.
Así que hizo un poco de magia. Eligió los lugares de la casa donde estaba limpia, la "vistió" y diparó.
La cocina, la chimenea...
Pero también había que fotografiar el exterior. Ese voladizo sobre Los Ángeles que hacía flotar a la casa.
Como el jardín aún estaba sin plantar, el propio Shulman se llevaba unas plantitas que colocaba delante del objetivo y, pam, vegetación.
(En esta chulísima foto se ve al propio Shulman subido a una tapia de la Stahl con esa cosa que llamaba "jardín portátil" haciendo la foto justo del tuit de arriba.
Es maravilloso).
Pero todo cristalizó una noche en la que un estudiante de arquitectura que trabajaba en el estudio de Koenig subió a la casa a enseñársela a su novia, a su compañero de piso y a una amiga de su novia.
Los cuatro iban engalanados para pasar una velada de viernes en la ciudad, así que cuando Shulman vio a las chicas con esos preciosos vestidos midi les pidió por favor que posasen un momento en el fondo de la casa.
Justo contra el vidrio, volando sobre Los Ángeles.
Y el resto
es
historia.
Gracias a las fotografías de Shulman, la Casa Stahl se hizo famosísima y ha aparecido en decenas de anuncios, películas y series.
De hecho, gracias a poder alquilarla para esos eventos, los Stahl pagaron la hipoteca en solo un par de años.
El programa de las Case Study Houses terminó en 1966. Nunca se llegaron realmente a cumplir los objetivos de replicabilidad porque las casas no eran lo suficientemente baratas como para producirse en serie.
Después llegaría la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo y la desaparición paulatina de la clase media.
Varias de las Case Study Houses fueron demolidas y algunas se vendieron por precios cada vez más exorbitantes. Hasta 3 y 4 millones de dólares se han pagado por ellas.
Nacieron para regalar lujo a la clase media y se han convertido en el lujo convencional. En productos de especulación estética e inmobiliaria.
Y sin embargo, durante un breve periodo de tiempo, las Case Study House nos hicieron soñar con un paisaje cariñoso y adormecedor.
Nos hicieron soñar con vivir entre las estrellas y la noche iluminada de Los Ángeles.
Y con estas tres imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos de Los Ángeles, de los Stahl, de Shulman, de la clase media (ay) y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
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Si os gustan las historias como esta, el próximo viernes 28 voy a estar en directo en @ElTallerDeCTXT contando una de las más chulas: la del Pájaro Carpintero de 150 m. y la Pirámide del Fin del Mundo.
Y también podéis pasaros por mi IG, donde estoy contando historias chulas en otro formato ❤️: instagram.com/p/CY3pfZ5Nmgg/
Las imágenes del capítulo de hoy son de:
lacurbed, Matthew Monberger, Eames Foundation, Grant Mudford, mbtrama, Jim Bartch, Taschen y, claro, Julius Shulman.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.
(Fin del HILO 🇺🇸🌃🌃🌃)
(Y en el episodio del próximo jueves vamos a viajar al Ártico a conocer la historia del pueblo que están trasladando de sitio. Sí, en serio).
LAS CODAS, SEÑORA, LAS CODAS!
1. Cuando digo que la Casa Stahl ha salido en decenas de pelis y series es que lo ha hecho. Sí, también en los Simpson.
O en un episodio de la serie "Colombo" dirigido ni más ni menos que por Steven Spielberg (con cadaver en bikini incluido).
2. La Casa Stahl no es la casa de Bosch. La casa de Bosch es una obra de Stiff y Levin de la misma época, pero notablemente más cara.
3. Como me cuenta @rqlmartinez, la Casa Stahl en principio no iba a tener piscina porque Buck y Carlotta no tenían pasta, pero el banco les dijo que no les daban la hipoteca si no ponían piscina porque, en el caso de tener que quedársela, "en L.A. no se venden casas sin piscina".
4. Este magnífico artículo de Dani Díez cuenta con muchísimos detalles la historia de la foto de Shulman.
Esa era la frase que corría por los vecinos de Granadilla a principios de los 60, cuando las aguas del nuevo embalse de Gabriel y Galán comenzaron a subir por la ladera hacia el promontorio donde se levantaba el pueblo.
En 1980, Patrimonio Artístico comunicó al arquitecto José María García de Paredes un encargo esencial para la historia de España.
Solo había una condición: debía mantenerlo en absoluto secreto, porque NADIE PODÍA SABER que el "Guernica" volvía al país.
Esta es la historia:
"Querido amigo, es nuestro deseo encargarte el proyecto y realización del montaje para su exposición del Guernica de Picasso en el Casón del Buen Retiro". Así rezaba la carta que Javier Tusell, Director General de Patrimonio Artístico, envío a García de Paredes. Y añadía:
"Solo el director del Museo del Prado y un corto número de colaboradores míos saben este propósito nuestro, que seas tú la persona para llevar a cabo este tema".
Tal y como había pedido el propio Picasso cuando colgó el cuadro en el MoMA, su obra maestra regresaría a España en el momento en que se instaurase la democracia. Habían pasado dos años desde el referendum de la Constitución y el gobierno consideró que ya había llegado el momento del regreso.
Pero la España de 1980 era aún un país muy convulso y en Patrimonio Artístico sabían que el Guernica no podía exponerse como si fuese cualquier otro cuadro porque, desde luego, no era otro cuadro cualquiera.
Por eso, el encargo era bastante específico: construir una urna que protegiera al Guernica de posibles ataques en su nueva localización del Casón del Buen Retiro. Una estructura que resguardase el cuadro pero que a la vez permitiera verlo sin reflejos ni distorsiones.
Y García de Paredes diseñó un objeto FORMIDABLE: un joyero levemente inclinado para evitar los reflejos pero cuyos vidrios podrían resistir hasta el lanzamiento de un granada.
Como esos vidrios pesaban un quintal la urna se sujetaba por una estructura de acero sobre dos peanas de hormigón (estructura calculada, por cierto, por una jovencísima Ángela García de Paredes).
Y sin embargo, pese al canto y al grosor que necesitaba, esa estructura apenas se aprecia y, cuando se ve, sirve para enmarcar un cuadro que se exponía desnudo.
Y allí, al fondo de una sala, suspendido, casi flotando bajo fresco del Toisón de Oro de Lucas Jordán, el Guernica se convirtió, otra vez, en historia de España.
Esta es solo una de las historias que contamos en el último episodio de "Cómo suena un edificio" el podcast del @museoico que me encargo de dirigir y presentar.
Se llama "La atmósfera y la matemática" y es quizá el mejor que hemos hecho.
El Hotel Belvedere, en Suiza, es uno de los edificios más fotogénicos del mundo.
En medio de una carretera alpina, parece de una peli de Wes Anderson y, sin embargo, está cerrado y abandonado por culpa del coche y del cambio climático.
Esta es la historia: en 1882, el empresario Josef Seiler construyó una pequeña posada en una horquilla de la recién abierta carretera del Furka Pass, en los Alpes Suizos.
La carretera era cada vez más transitada, así que Seiler amplió varias veces la posada hasta que, en 1907, se convirtió en un hotel con 90 habitaciones. Lo llamó "Hotel Belvedere".
En esa época, el hotel era básicamente un establecimiento de lujo donde paraba la alta sociedad, entre otras cosas, para acercarse al glaciar del Ródano, que estaba a apenas unos cientos de metros de la carretera.
Con la popularización del alpinismo, el Hotel Belvedere vivió sus momentos de mayor gloria, pero, sin embargo, su declive no tardó en llegar. Tras la 2ª Guerra Mundial, la modernización del coche privado, que permitía cruzar los Alpes en un solo día e incluso menos sin necesidad de hacer paradas para dormir, comenzó a hacer que el Belvedere perdiese atractivo.
Su aparición en "Goldfinger", la peli de James Bond del 64, insufló una cierta nueva vida en el Belvedere, pero no fue suficiente porque, para los años 70, el glaciar se había retirado más de un kilómetro de la carretera y las vistas desde el edificio eran mucho menos espectaculares.
En vista de la cada vez mayor ausencia de huéspedes, el hotel se cerró en 1980. En 1988 se restauró y volvió a abrirse y, a partir de 2010, encontró un cierto revival precisamente gracias a lo instagrameable que es su imagen.
Pero no parece haber sido suficiente. En 2015, el Belvedere volvió a cerrar y ahora solo es un resto abandonado de cuando la montaña era un lugar al que ir y no un decorado por el que pasar a toda velocidad.
Cuando el Chrysler Building coronó su estructura, ningún periodista estaba allí para contarlo. Todos sabían que había fracasado en la carrera por ser el edificio más alto del mundo.
No podemos recuperar las vidas que se han perdido en la DANA. Por eso, yo creo que ahora habría que concentrarse en evitar que la tragedia se repita.
Para ello, lo suyo sería actuar en tres ámbitos:
Urbanismo, ingeniería y narrativa.
¿Cómo lo hacemos?
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(Disclaimer: posiblemente, lo que vais a leer ya lo hayáis leído en otros hilos u otros lado, pero igual es interesante recopilarlo de algún modo, que es lo que yo hago en este hilo).
URBANISMO.
Estos formidables mapas de @esme_mys nos enseñan las zonas inundables de la zona afectada (Horta Sud) superpuestos sobre el plano de los municipios desde 1956 hasta 2024.
Como se ve, en 1956, las áreas inundables eran esencialmente huertas.