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Feb 17, 2022 48 tweets 16 min read Read on X
En una plataforma en el Mar del Norte está el país más pequeño del mundo. Solo vive una persona pero tiene miles de nobles. Y una historia con piratas, asaltos, secuestros y un James Bond de marca blanca.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, la increíble historia de Sealand.

HILO 👇
(Se recomienda la lectura del episodio de #LaBrasaTorrijos de hoy acompañada de la siguiente banda sonora).

open.spotify.com/track/2605kV1P…
El 19 de agosto de 1978, dos lanchas rápidas se aproximaron a una plataforma marina situada en el Mar del Norte, a unas 7 millas al este de la costa británica, a la altura de Suffolk.

Dentro iban un abogado alemán y varios mercenarios armados.
Empleando cuerdas y garfios extensibles, el abogado y los mercenarios irrumpieron en la plataforma y tomaron como rehenes a las tres personas que allí había: dos civiles y un príncipe.

Porque la plataforma no era solo una instalación naval, era un país: el Principado de Sealand.
La historia de Sealand se remonta a 1942, cuando el ejército británico instaló una serie de torres armadas en medio de los estuarios del Támesis y el Mersey para ayudar a defender la isla y, específicamente, Londres, de los ataques de la Luftwaffe.
Se llamaron fuertes Maunsell en honor a su diseñador, el ingeniero Guy Maunsell.

Algunos estaban operados por el Ejército de Tierra y, con su silueta de acero corroído, parecían monstruos de una novela steampunk.
Otros fuertes pertenecían a la Royal Navy y su aspecto era más bien el de un buque de guerra apoyado en dos enormes patas cilíndricas de hormigón que se clavaban en el lecho marino, unos cuantos metros bajo el agua.
A finales de los 50, tras usarlos como campo de ejercicios militares, los fuertes Maunsell fueron abandonados y algunos desmantelados.

Pero no todos.
Y hay uno, de los de la Navy, cuya extensión (razonablemente grande) y posición geográfica (en aguas internacionales) suponía un reclamo muy suculento para la epidemia de emisoras pirata que se extendió por las grandes ciudades británicas en los años 60: el H. M. Roughs.
Durante casi 10 años, el fuerte vivió una serie de abordajes, contraabordajes y ocupaciones por parte de piratas radiofónicos hasta que llegó septiembre de 1967.

Concretamente el 2 de septiembre de 1967.
Ese día, el excomandante de la Marina de su majestad, el señor Patrick "Paddy" Roy Bates, abordó el fuerte antiaéreo, en ese momento ocupado de manera alegal por unos piratas.

Una vez allí, Bates expulsó a los ocupantes para ser él mismo quien usase el fuerte. Con dos huevos.
Su idea era establecer ahí una emisora radiofónica pirata. Tenía el nombre –Radio Essex– y todo el equipo necesario para lanzar sus transmisiones al mundo pero, sorprendentemente, nunca lo hizo.
Apoyándose en una interpretación del derecho internacional tan cuidadosa como pizpireta, Bates y su mujer Joan declararon la independencia del fuerte y se autoproclamaron regentes de la nueva nación, a la que llamaron Principado de Sealand.
Acababa de nacer el país más pequeño del mundo.
Al declarar la fundación del nuevo país, Bates terminó con el trasiego pirata de una vez por todas, porque las aguas cercanas a la torreta se convertían en aguas jurisdiccionales del país y los intentos de internarse en ellas suponían un acto de hostilidad.

Y podían responder.
Más allá de la foto sonriente junto a un cañón de artillería, todo parecería un asunto poco serio, una pantomima británica, pero el caso es que, en 1975, tras algún escarceo con la justicia británica, los Bates redactaron una Constitución.
Y además de la carta magna, introdujeron su propia moneda, el dólar de Sealand, cuyo cambio oficial siempre es el dólar estadounidense. También diseñaron una bandera, compusieron un himno y comenzaron a editar su propio pasaporte.
Todo ello bajo un escudo de armas que rezaba el siguiente lema: “E Mare Libertas” (Libertad desde el mar).

Esto no era solo de cachondeo; tras todo este despliegue de oficialidad, estaba la idea de que Sealand fuese reconocido como Estado soberano por alguna nación del mundo.
Los Bates vivían entregados a la causa pero sin resultado porque, bueno, porque el resto del mundo sí se tomaba su país a cachondeo.

Y eso que tenían aeropuerto propio (bueno, helipuerto propio).
El caso que sus anhelos de reconocimiento internacional estuvieron a punto de hacerse realidad en 1978, y no precisamente gracias al himno ni a la bandera.

Exactamente el 19 de agosto de 1978.

El abogado alemán que tomó la plataforma se llamaba Alexander Achenbach y se autodenominaba Primer Ministro de Sealand, pese a que lo único que poseía era uno de los folclóricos pasaportes que expedían los Bates como souvenir.

Este hombre.
(Y ahora —¿¡ahora!?— es cuando comienza la acción).
Como un James Bond de marca blanca, Michael Bates, hijo de Paddy y Joan y heredero del Principado, se deshizo de sus captores gracias a unas cuantas ametralladoras Sten que tenía escondidas en la plataforma.
Tras varios forcejeos, el hijo de los Bates retomó Sealand, capturó a Achenbach y le acusó formalmente de alta traición.

Mientras, los mercenarios se largaron a toda prisa porque no les pagaban lo suficiente para tanta tontería.
Tras la captura de Achenbach, Michael (izquierda) y sus dos amigos posaron con el prisionero (abajo) y unas escopetas porque la posesión de ametralladoras militares era una cosa bastante prohibida.

Con esa pinta y las patillas, más que intrépidos guerreros parecen Los Chichos.
Y una vez regresaron los príncipes Paddy y Joan, volvieron a posar, algo más relajados. (Bueno, el rubio parece seguir a tope de adrenalina y dispuesto a repeler cualquier otro ataque, que ya podía haber estado así de preparao cuando llegó el alemán).
El caso es que el asalto abrió una puerta al reconocimiento internacional del país. Y me explico: como en Sealand no había departamento de justicia, el abogado permaneció detenido allí bajo fianza de 75.000 marcos alemanes (unos 35.000 dólares de la época).
Aquí la historia se puso peliaguda porque, por supuesto, Alemania no estaba dispuesta a aguantar que un ciudadano de su país permaneciese, a todos los efectos, secuestrado. Así que enviaron a un diplomático desde la Embajada en Londres para negociar la liberación de Achenbach.
Al final, Paddy accedió a liberar al reo, pero no como acto de derrota sino más bien al contrario; declaró que la visita de un diplomático alemán a suelo soberano del Principado de Sealand constituía el reconocimiento de su país por parte de la República Federal Alemana.
Pero Alemania dijo que de eso nada, tíos, esto que tenéis montado ahí es una mandanga y no se lo cree nadie.

*sad trombone*
Desafortunadamente para los Bates, el reconocimiento de Sealand nunca se produciría porque, en 1987, el Reino Unido amplió su franja marina hasta las 12 millas náuticas de la costa absorbiendo a Sealand dentro del territorio inglés.

*otro sad trombone*
Pero Sealand, se alguna u otra manera, sigue allí. Desafiante.

Ha sufrido incendios que tuvo que pagar la marina británica.
Se ha visto envuelto en entramados de tráfico de drogas (orquestados de nuevo por el abogado alemán de marras).

Se ha intentado vender a casas de apuestas para operar como casino.

Incluso cuando detuvieron al asesino de Gianni Versace, portaba uno de los pasaportes del país.
Y toda esa historia (con la parte de verdad y la parte, ejem, exagerada) la cuenta Michael, nuestro James Bond de Hacendado en un libro donde glosa las aventuras y desventuras del país que "regenta".
Y entrecomillo "regenta" no solo porque todo sea un poco folclórico, que lo es, también porque Michael Bates no vive allí. Vive en Suffolk y aparentemente ha abandonado las actividades de agente especial para dedicarse a la venta de artículos de pesca.
En Sealand solo viven tres cuidadores que se rotan en turnos. Uno de ellos es Jop Hill, que afirma tener allí todo lo que necesita, aunque a veces se siente un poco solo.
Además, como Hill es un hombre cristiano, también puede rezar en Sealand porque, pese a que el país solo cuenta con 500 m2 de superficie, en una de sus patas cilíndricas hay un capilla que lleva ahí desde la 2ª Guerra Mundial.

Sí. En serio.
A día de hoy, Sealand sigue siendo el país más pequeño del mundo. Tras la muerte de Paddy y Joan, Michael sigue vendiendo sus pasaportes, sus monedas y sus banderas, más como souvenirs que otra cosa. También organizan visitas a la plataforma, aunque son difíciles de comprar.
En cambio, lo que si se sigue vendiendo son los souvenirs. Michael afirma que cada día le llegan a su página web centenares de solicitudes de pasaportes, banderas y monedas, pero que los artículos más solicitados son los títulos nobiliarios.
En efecto, se puede ser un noble de Sealand, Lord, Lady, Barón o Baronesa sin necesidad de demostrar ninguna alcurnia ni abolengo.

Basta con pedirlo por internet. Y solo cuesta 36.99 €.
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos de Sealand, de Paddy y Joan, de los abogados alemanes, de Austin Powers Bofill y de #LaBrasaTorrijos de esta semana
Si os ha gustado, hacedme RT al hilo, FAVs, follows o compradme un smoking e invitadme a un Martini agitado, no removido!

Si os gustan las historias como esta, me he guardado las mejores para TERRITORIOS IMPROBABLES, el libro de #LaBrasaTorrijos.

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Si no queréis perderos ningún episodio de #LaBrasaTorrijos, suscribíos a mi newsletter, para que os avise cuando haya uno nuevo: getrevue.co/profile/pedro_…

Y si queréis leer los capítulos antiguos, están
todos archivados en este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Principado de Sealand, Alamy, Matt Green, Getty y Ben Sanstall/AFP.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🌊🌊🌊🌊🚁🌊🌊🌊🌊)
(Y en el episodio del jueves que viene vamos a conocer el cenit absoluto del Barroco)

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Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
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Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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