Hay cosas del pasado que hoy nos parecen absurdas. Tan absurdas que no damos crédito a que sucedieran.
Por ejemplo, que hubiera una ley que prohibía vestir pantalones a las mujeres en París hasta 2013 (salvo si iban a caballo).
Estaba claro que era una ley que todo el mundo incumplía, pero eso fue gracias a que hubo unas primeras mujeres que se atrevieron a hacerlo.
Una de las primeras, y de las más famosas, fue mi Berlinesa favorita: Marlene Dietrich.
Apareció con ellos por primera vez en la película Marocco
Esta imagen andrógina escandalizó a mucha gente, entre ellos al jefe de Policía de París.
Los comentarios sexistas del comisario llegaron a la Dietrich unos días antes de llegar a París.
Ella, convencida de que la mujer debía usar la ropa de hombre, aseguró que bajaría como quisiera en la estación parisina de Saint-Lazare.
El jefe de Policía, que debía ser bastante obstinado (por no utilizar otras palabras), se presentó con varios agentes de policías en el andén de la estación.
No tenían intención de detener a la Dietrich, pero a lo mejor sí asustarla un poco para que bajara con un vestido.
Pero no conocían a la Dietrich.
La estrella berlinesa bajó de esta forma en la estación.
Nadie se atrevió a decirla nada.
Porque no había nada que decir.
Los pantalones que llevaba ese día Marlene Dietrich son conocidos como los Marlene-Hose en su honor y como recuerdo de esta pequeña emancipación.
Porque quizá hoy nos parezca absurdo, pero fue algo que costó mucho.
Porque todos los derechos conseguidos, al poco tiempo parecen de lo más lógico.
Ojalá un día le contemos a mi hija algunas cosas de este tiempo y le parezca absurdo.
Dicho esto, me calló ya, porque yo tengo poco que decir mañana 8M, os lo dejo todo para vosotras.
Buen futuro a todas.
P.D: En Berlín, el 8 de Marzo es día festivo.
"Berlín es pobre, pero sexi".
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Seguimos de paseo por las tipografías de las estaciones de Berlín para conocer su historia.
Hoy viajamos hasta la estación de Anhalter Bahnhof, con una tipografía que todos podemos reconocer fácilmente: es Nazi.
Pero nos tenemos que hacer dos preguntas: ¿Por qué reconocemos esta tipografía como nacionalsocialista? ¿Y por qué se mantiene en esta estación hoy en día?
Para contestar a estas preguntas, nos teníamos que ir a la guerra, pero no a la que pensáis. A una guerra que duró más de 300 años: la guerra de tipologías.
Una guerra que comenzó con un libro.
Bueno con un libro no... con el libro que lo cambió todo: La biblia de Gutenberg.
No fue el primer libro impreso por Gutenberg, pero sí el más importante. Fue el primer texto que se imprimió de forma masiva, es decir, un libro que por primera vez iba a leer mucha gente.
Como Gutenberg quería que sus libros se parecieran lo máximo posible a los libros escritos a mano, decidió utilizar una fuente que fuera similar a los textos litúrgicos (además de que era pequeña y estrecha y le permitía imprimir pocas páginas), por eso eligió la tipo: Textura.
Esta fuente tipográfica se hizo popular, en el sentido de que el pueblo la entendía, por eso cuando en 1517, Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg, lo hizo con la fuente Fraktur, una fuente que evoluciona de la Textura de Gutenberg:
Así, las nuevas biblias impresas en alemán (y otros idiomas) utilizaban la Fraktur siguiendo los pasos de Lutero.
Pero... Pero..
Las biblias que se imprimían en latín utilizaban la fuente Antiqua, la tipografía que pronto adoptaría el resto de Europa, tanto para el latín como para sus lenguas autóctonas.
Así, durante más de 300 años, las dos fuentes rivalizaron en los países de habla alemana.
Dependiendo de la región y la religión, se adoptaba una y otra.
Hasta que en el siglo XIX llegó la época de las reivindicaciones nacionales y la creación de Alemania.
Por supuesto, dentro del movimiento nacional alemán, se tomó la fuente Fraktur como la tipografía propia de Alemania. Otto von Bismark, el gran precursor de la idea de nación, se vanagloriaba de leer solo textos en Fraktur.
Por eso, cuando Hitler llegó al poder, la tomó como la fuente del partido Nazi.
Todos los textos, carteles y octavillas del nacionalsocialismo, utilizaron la fuente Fraktur.
Era su tipografía... ¿o no?
Porque en 1941, Hitler declaró que esa tipografía era judía (cosa que por supuesto no era) y pedía abandonar esta tipografía.
La razón estaba muy clara, según Hitler "En 100 años, toda Europa leerá en alemán" y no podían hacerlo en la Fraktur que resultaba un obstáculo a la hora de leer.
Por eso prefería la Antiqua, fuente que toda Europa conocía y que permitía hacer llegar su propaganda.
(nota a pie de página, cuando veáis a alguien con un tatuaje nazi con la típica tipografía gótica, le podéis decir que Hitler prohibió esa fuente por judía, por las risas)
Y no es casualidad que Anhalter Bahnhof mantenga esa tipografía. Esta estación fue la gran estación de los años 30 y 40 en Berlín. Se dice que cada dos minutos salía un tren de sus andenes.
Y también fue el lugar más triste de la época.
Desde allí salieron los trenes cargados de judíos berlineses hacia los campos de concentración.
Por eso, cuando la estación fue destruida en la II GM, se rehizo una parada de tren nueva, pero en la superficie se dejó el antiguo pórtico gigante que servía de entrada a la estación, porque para los alemanes, el pasado nunca deber ser olvidado, tanto para lo bueno como para lo malo.
De ahí, que sea habitual encontrar la fuente Fraktur en muchas estaciones de Berlín creadas en aquella época.
Aquí os dejo unas imágenes de las diferentes tipografías, porque en este formato X solo me permite subir una foto, pero os recomiendo que leáis estas historias en IG (@yosoycorra) donde si puedes ver todas las fotos.
Por estas estaciones y algunas más, viajan mis personajes de El escritor y la espía, mi última novela que habla de trenes, espías y, sobre todo, literatura:
En Berlín, hay un puente en el que dos luces juegan al piedra-papel-tijera durante toda la noche.
Y no lo hacen por jugar, sino por recordar una vieja historia berlinesa.
Jugad conmigo en este hilo de #berlinespobreperosexi
El 9 de noviembre de 1989 cambió la historia de Berlín. Es el momento que el muro cayó y, por fin, los vecinos pudieron reencontrarse casi 40 años después.
El muro se derribó en casi toda la ciudad, pero aún queda un lugar que fue el símbolo de la separación durante años.