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Mar 17, 2022 48 tweets 16 min read Read on X
Hubo en Madrid un diamante. Un diamante de hormigón alabeado que era el símbolo de un hombre, de una época e incluso de la ciudad.

Pero un día, las rencillas religiosas se lo llevaron por delante.

O quizá solo fue la estupidez.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, la Pagoda.

HILO 👇
(Se recomienda la lectura del episodio de hoy acompañada de la siguiente banda sonora).

open.spotify.com/track/74JmOn8o…
Ya he dicho más de una vez que creo que vivimos en una suerte de imperio de la arqueología.

Se diría que solo nos interesa lo antiguo: las ruinas romanas, los castillos medievales, las iglesias románicas, los palacios renacentistas.
A veces nos dejamos llevar por este gusto por lo antiguo sin prestar atención a la verdadera importancia histórica del objeto ni mucho menos a la calidad arquitectónica del edificio en cuestión.
Si es antiguo, es bonito. Si es antiguo, es bueno.
Si es antiguo, hay que protegerlo.

Y, en mi opinión, no siempre (no siempre) debería ser así.
Si apareciese una cisterna árabe en Suecia sería algo monumental, pero otra cisterna árabe en Toledo como las otras cien que hay, pues qué se yo, tiene valor arqueológico, sin duda, pero quizá su valor arquitectónico sea más discutible.
Pero hay otra consecuencia derivada de esta adoración de lo antiguo por lo antiguo: que la arquitectura moderna no tiene valor y, por tanto, es patrimonialmente despreciable.

Y eso es lo que pasó con el edificio de los Laboratorios Jorba.
Una mañana de 1999 las excavadoras arrancaron un trozo de Madrid. Uno de los más extraños, de los más interesantes, de los que colocaban a la capital de España en ese lugar de tan difícil acceso como es la excelencia arquitectónica.
En definitiva, arrancaron uno de los trozos más bonitos de la ciudad.

Porque una mañana de 1999 las excavadoras derribaron uno de los mejores edificios del mundo.

Derribaron "La Pagoda" de Miguel Fisac.
Quizá a la Pagoda también se vio afectada por esa cesura un poco tonta del pensamiento común que distingue a los edificios, digamos, opulentos de los utilitarios.

Diferencia más acusada si el edificio en cuestión es industrial.

Y eso que es la base de la arquitectura moderna.
Se diría que las fábricas o las naves son el primo segundo pobre y cutre de los museos o los estadios.

Pero a veces son precioso, como la delicadísima y también desaparecida fábrica de Cafés Monky, de Alas y Casariego.
Porque es cierto que los edificios industriales no son los más voluptuosos del mundo, pues suelen tener unas solicitaciones espaciales y unas restricciones presupuestarias que no dejan explorar la arquitectura más allá de cumplir con las necesidades al mínimo coste posible.
Pero no siempre ocurre así. Hay veces que las restricciones suponen un reto que se resuelve de manera brillante, y hay veces que la brillantez del creador precede al encargo y tiene manga ancha para proponer soluciones innovadoras.
Soluciones que mejoran el espacio de trabajo industrial y elevan la obra por encima de sus coetáneas y de las históricas, sea cual sea la función a la que se destinasen.
Una suma de todo esto es lo que sucedió con el edificio de los laboratorios JORBA, que hasta esa mañana de 1999 se levantaba a la salida de Madrid, en un costado de la A-2 cuando aún no se llamaba A-2 sino Nacional II.
Construido en 1965 por Miguel Fisac, La Pagoda representaba una de las mejores obras del arquitecto manchego y de las más reconocibles de la arquitectura moderna española contemporánea.

Era una joya.

Era un diamante junto a la autopista.
Miguel Fisac nació en Daimiel en 1913 y fue uno de los arquitectos más prolíficos de la posguerra española, posiblemente por su pertenencia al Opus Dei y su amistad personal con José María Escrivá de Balaguer.
Fisac ayudó a Escrivá de Balaguer a cruzar los Pirineos durante la Guerra Civil y se dice que cenaban juntos cada viernes, una vez que Franco se convirtió en dictador del país con la ayuda de la autoridad católica.
Fisac diría después que nunca quiso entró en el Opus, que entró "de una forma coactiva, inadmisible", pero Lo cierto es que durante los años 50, Fisac construyó unas cuantas obras de importancia, pese a tener apenas 40 años.
Sin embargo, en 1955 abandonó el Opus y, aunque él se quejaría después de que lo habían otracizado, realmente no llegó a caer en desgracia.

De hecho, a esa época posterior corresponden sus experimentaciones con el hormigón.
Fisac se dio cuenta de la verdadera naturaleza del hormigón: que es fluido. Esa característica determinante no podía mantenerlo semioculto en estructuras y cimentaciones, sino que, gracias a su enorme maleabilidad, debía aprovecharse de maneras tanto funcionales como expresivas.
e esa época son los denominados "huesos", vigas prefabricadas que, gracias a su particular diseño, servían tanto de estructura portante como de desagüe y, sobre todo, como moduladores del soleamiento.

Como perfectos lucernarios colocados a norte.
Y también de esa época posterior (más posterior) son los encofrados flexibles, donde Fisac jugaba con el material líquido hasta parecer mullido.

Una comprensión del material tan brillante que asusta.
En los laboratorios JORBA, los "huesos" también dieron forma a la cubierta de los almacenes y la nave de producción.
Sin embargo, los huesos apenas eran relevantes cuando se contemplaban junto al edificio administrativo que la empresa también le había encargado. Una pequeña torre de oficinas de tan solo siete plantas, pero que cambió la fisionomía de la Nacional II y le dio nombre al edificio.
La Pagoda era TAN expresiva gracias a una decisión sencillísima: girar cada planta 45 grados respecto de la anterior. Ya solo había que unir las aristas de cada prisma y, para ello, Fisac volvió a confiar en el hormigón.
Enlazaría cada envolvente mediante hiperboloides reglados de hormigón que generaron una silueta inconfundible.
En realidad, la torre no era nada orientalista, pero a los ojos de los conductores parecía que junto a la autopista se levantaba una elegantísima pagoda de hormigón.
El edificio estuvo activo y en funcionamiento durante más de 25 años, convertido en un símbolo de Madrid e incluso de la arquitectura contemporánea mundial, pues recogía lo mejor del expresionismo y el brutalismo.
Pero una mañana de 1999, las excavadoras lo derribaron.
¿Y cuáles fue el porqué una pérdida patrimonial tan terrible? El propio Fisac, que en esa época ya tenía 86 años, dijo que el verdadero motivo fue su pública desafección con el Opus Dei.

Según él, fue el Ayuntamiento de Madrid quien fomentó el derribo como represalia.
Es difícil saber exactamente si esto es o no cierto, pues el propio Fisac diría en 2003 (en su última entrevista) que "no había pasado mal rato cuando le tiraron La Pagoda"...
En mi opinión, las verdaderas causas fueron tan estúpidas como mundanas: una formidable miopía administrativa unida a la pura y simple especulación urbanística.
Cuando el Ayuntamiento elaboró el catálogo de edificios protegidos para el nuevo Plan de Urbanismo de 1997, dejó fuera "La Pagoda". En efecto, era una construcción moderna y además industrial, así que no debía tener demasiado valor, ya sabéis.
(Ya sabéis).
Dos años después, los nuevos propietarios decidieron que el edificio no agotaba la edificabilidad de la parcela, y que si lo derribaban y construían uno más grande podrían sacar una mayor rentabilidad económica al solar.
De poco sirvieron las protestas de arquitectos, ingenieros e historiadores. Era propiedad privada y no estaba catalogado como protegido, así que sus dueños podían hacer con él lo que quisieran.

Y lo hicieron.

Sin más.

Fin.
Han pasado más de 20 años desde que la Pagoda no existe, pero aún podemos verlo en exposiciones y fotografías, en tesis y reseñas, y hasta en preciosos recortables como los de @cortaypegArq.
En el solar de la Pagoda, ahora se levanta...

...pues sinceramente, no tengo ni idea de lo que ahora se levanta allí. Cuando paso por allí, mis ojos se resisten a la realidad.
Mis ojos siguen queriendo levantar la vista y contemplar la silueta alabeada de vidrio y hormigón de uno de los edificios más interesantes, más innovadores y más expresivos de Madrid.

Uno que no era antiguo ni opulento, pero que nunca mereció ser víctima de la piqueta.
Y con estas tres imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a irnos despidiendo de La Pagoda, de Fisac, de la voluptuosidad del hormigón, de la estupidez inmobiliaria y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
Si os ha gustado, hacedme RT al hilo, FAVs, follows o compradme una bola de demolición Caterpillar, que lo vais a flipar!

Si os gustan las historias como esta, mañana por la tarde voy a estar en directo en la Biblioteca Regional de Murcia contando la historia de la Máquina de Muerte de la Calle 63: el edificio construido para matar.

⚡️Murcianas y murcianos: VENÍOS ⚡️

Ah, y TERRITORIOS IMPROBABLES es el libro de #LaBrasaTorrijos, donde me he guardado las mejores historias.

Lo podéis pedir en la librería que más os guste y también en todos los sitios online habituales: tap.bio/pedrotorrijos

¡Y ya van más de 10.000 ejemplares vendidos!
Si no queréis perderos ningún episodio de #LaBrasaTorrijos, suscribíos a mi newsletter, para que os avise cuando haya uno nuevo: getrevue.co/profile/pedro_…

Y si queréis leer los capítulos antiguos, están
todos archivados en este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Fundación Miguel Fisac, Britannica, Carsten Janssen, Felix Müller, Javier y RTVE.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🏯🇪🇸🏗️)
(Y en el episodio del próximo jueves vamos a conocer la historia del cementerio militar más peculiar del planeta)

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More from @Pedro_Torrijos

Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
Read 6 tweets
Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
Read 31 tweets
Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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