Iré alternando paseos con lugares patrimoniales, experiencias, cultura y miscelánea napolitana.
Aquí me ocupo de Santa Anna dei Lombardi, una joya poco visitada en pleno centro, en el cerro de Monteoliveto.
Unas imágenes del entorno para situarnos. #unviaggioanapoli
Esta foto la dejo suelta porque me ha gustado especialmente, la encuentro muy napolitana.
La visita empieza en una sacristía de una traza purísima renacentista, que comunica con la iglesia y alberga un tesoro muy particular.
Se trata del Compianto di Cristo, un conjunto modelado en terracota por el modenés Guido Mazzoni, en 1492.
Evidentemente inspirado en la obra maestra del boloñés Nicolò dell'Arca, un poco anterior, le falta el movimiento desaforado de aquella pero consigue a cambio una mayor nobleza.
El impresionante rostro de José de Arimatea es un retrato de Alfonso el Magnánimo, el monarca aragonés que gobernó sus reinos desde la ciudad.
Más adelante, otra sacristía cinquecentesca debida a la mano experta y erudita de Vasari, con un complejo programa iconográfico más volcado hacia el paganismo que hacia la piedad cristiana.
Hay un interesante repertorio decorativo en el zócalo: representaciones arquitectónicas en madera taraceada y santitos vestidos con un singular estampado.
La iglesia en sí no carece, desde luego, de interés.
Pero lo más espectacular son las capillas que la rodean.
Las dos primeras imágenes corresponden a la exquisita capilla de Marino Correale; las dos segundas, a la capilla Piccolomini (pocas bromas aquí, grandes nombres del renacimiento), llena de detalles refinadísimos.
En esta segunda capilla ha situado el escultor contemporáneo Iago (del que volveremos a hablar) una pieza que funciona magníficamente en el contexto, en mi opinión.
Todavía, antes de marcharnos, tenemos que asomarnos a la cripta... pero de ella hablaré en otro momento, cuando me ocupe de la peculiar relación napolitana con la muerte.
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Visitar la capilla de San Gennaro es ya una experiencia artística importante, pero si uno tiene la suerte de asistir en ella a un concierto de obras compuestas expresamente para el sitio, y casi inéditas, la emoción se dispara.
La cancela portentosa de Fanzago se abre expresamente fuera de hora. Mientras esperamos la vista se va a la cúpula y al fondo de altar iluminado barrocamente en rojo.
El santo preside la ceremonia, aún con sus vestiduras, que le serán retiradas por alguna razón para el concierto.
Un sacerdote-musicólogo nos regala un discurso previo de altura infrecuente, un elogio militante de la influencia de la iglesia católica, siempre abierta a innovaciones, en la historia de la música (y una diatriba de los tiempos actuales).
Pero hemos venido a escuchar música.
En Nápoles hay un reducto de amor a los libros, una aldea gala que resiste pese a todo. Acompañadme en este paseo por Piazza Bellini, Port'Alba y Piazza Dante, con un salto al Vomero para descubrir el primero de los varios milagros de San Gennaro que he conocido en esta ciudad.
Piazza Bellini es, desde que conozco la ciudad, mi rincón preferido: una mezcla de ambientazo, libros, música y belleza difícilmente mejorable.
Empiezo en este bar, adecuadamente hipster, en el bajo de la Biblioteca de Humanidades.
La pequeña galería de arte exhibe hoy una sola pieza, adecuada respuesta a la invasión de Ucrania.
Seguimos el paseo donde lo dejamos, en via Filangieri. Unas cuantas fotos más de los edificios liberty y las decoraciones de tiendas, porque nunca sobran.
Este quiosquillo ambulante marca la entrada en via Chiaia, una calle comercial más bulliciosa y menos exquisita.
El objetivo es subir a ese puente, hacia Pizzofalcone, y bajar al mar desde ahí.
He estado en la Casa de Pilatos y vengo a contaros que es una maravilla.
Por esa fachada recia y soberbia que se abre a un inesperado, fabuloso patio de cortijo andaluz.
Por un patio prodigioso que superpone la yesería mudéjar al orden renacentista de la traza y a las estatuas clásicas con una fluidez extraordinaria.
Por las estatuas y piezas romanas que Perafán de Ribera se trajo y Benvenuto Tortello desplegó sobre la arquitectura, de un modo que era nuevo en Italia y aquí se desconocía.
Como por algunahay que empezar y esta la tengo reciente, os presento a Yelizaveta Svilova.
¿Que no os suena? Seguro que su marido sí, Dziga Vertov, el genio del montaje, el hombre de la cámara, el cine-ojo.
Bien, no vamos a quitarle mérito a Vertov, talentosísimo director, pero gran parte de su obra viene de un trío. Él, su hermano Mijaíl Kaufman y Svilova.
De hecho la famosa foto del hombre de la cámara es de Mijaíl. Se llamaron el Concilio de los Tres y elaboraron juntos toda la teoría revolucionaria del montaje.