La modernidad nos ha regalado algunos de los espacios más formidables de la historia de la arquitectura.
Todos nos extasiamos antes las vistas sobre Los Ángeles de la Casa Stahl o el delicadísimo interior a doble altura de la Casa Fisher.
Sí, es perfectamente normal que estas obras nos flipen a los arquitectos.
Ahora bien, no es infrecuente que ante este tipo de fotos, alguien diga: "Sí, sí, muy bonito, pero ¿esto quién lo limpia?"
Y ese alguien tiene razón. Tiene toda la razón.
(También es cierto que en las visitas al Palacio de Versalles casi nadie se pregunta quién lo limpia, pero esa es otra historia que quizá contaremos en otra ocasión).
El caso es que hay algunas obras en las que el arquitecto sí ha pensado en las personas que van a limpiar su edificio.
Lo hizo Oiza con las pasarelas exteriores de la torre del BBVA que, además, construyen estética de fachada y generan el carácter del edificio.
Pero otras veces ha habido que hacer "remiendos", como la pasarela externa que los últimos dueños colocaron a la Casa Stahl, porque si no, no había manera de limpiar esos preciosos vidrios que miran sobre L.A.
Y también hay obras maestras donde lo de limpiar, pues, en fin, se ha quedado como cosa platónica flotando en el limbo.
Es el caso de la Casa en Burdeos de Rem Koolhaas / OMA.
Terminada en 1998, la Casa en Burdeos es un prodigio.
Una planta superior con los dormitorios, muy compartimentada y muy "pesada", que flota con todo ese peso sobre una planta totalmente diáfana.
Abajo, una planta semienterrada que abre al jardín.
Para que, efectivamente, esa planta intermedia del salón sea completamente libre y sin pilares, la estructura se sujeta en solo tres soportes.
Uno es exterior y otro está camuflado en la escalera de caracol, que además es excéntrica, así que la planta superior "volcaría".
Así que para que no vuelque, Koolhaas no coloca un cuarto soporte, sino que sujeta el vuelco con un tirante anclado al suelo.
Y como el cable es muy fino, desde la planta principal no hay ninguna interrupción visual. Solo hay vistas.
Además, los pequeños ojos de buey abocinados de la planta superior no son azarosos, sino que están calculados para ofrecer vistas desde las camas y otros puntos clave de la planta, como se ve en este dibujo.
(Un poco como la ventana desde la cama de Felipe II en El Escorial).
Y en el centro de todo, una máquina. Una habitación de 9m2 elevable mediante un mecanismo hidráulico.
Porque eso no es un ascensor.
Es un estudio, un despacho y hasta un dormitorio que recorre de arriba a abajo y de abajo a arriba TODO EL ESPACIO DE LA CASA.
En la planta baja forma parte de la cocina-comedor.
Cuando se posa en la principal forma parte del salón.
En la planta superior se convierte en un patio intrínsecamente unido al dormitorio principal.
¿Y por qué esta voluptuosidad arquitectónica? ¿No era suficiente con las escaleras?
No, porque como adelanté en el primer tuit, el dueño de esa casa era un hombre que iba en silla de ruedas. Esa casa se construyó A MEDIDA y esa habitación elevable era el centro de su mundo.
Esa habitación que se deslizaba a lo largo de la enorme biblioteca vertical era su estudio. Era el lugar donde recibir a sus amigos.
Era un patio para tomar el sol de la mañana cuando se despertaba.
Sí, la Casa en Burdeos es una obra maestra de la arquitectura.
Quizá la mejor obra de Rem Koolhaas y una de las últimas grandes obras del siglo XX.
Pero ni la Casa en Burdeos ni Rem Koolhaas son los protagonistas de esta historia.
La protagonista de esta historia es una mujer nacida en un pueblo de Badajoz que pasó siete años recorriendo la casa cada día con una fregona, una aspiradora y bayetas.
Que la limpiaba y ordenaba de arriba a abajo.
Una mujer que conoció esa casa como nadie la ha conocido.
Esa mujer se llama Guadalupe Acedo.
Guadalupe emigró a Francia en los 60 junto a su marido Vincent, hijo de exiliados republicanos. Ambos eran del mismo pueblo: Esparragosa de la Serena.
Tras ser guardeses y empleados de mantenimiento en un castillo de la zona, en 2001 comenzaron a trabajar en la Casa en Burdeos.
Vincent se encargaba de los enormes jardines y el estanque y Guadalupe limpiaba y aspiraba y fregaba los cacharros y planchaba y ordenaba los muebles y los libros todas las semanas de lunes a viernes.
En esta imagen podemos verlos a los dos.
Por supuesto, nadie habría conocido a Guadalupe si en 2008, los cineastas Ila Bêka y Louise Lemoîne no hubieran estrenado el documental "Koolhaas Houselife", posiblemente la mejor película que se haya hecho jamás sobre arquitectura.
Y es la mejor no porque cuente la Casa en Burdeos, sino porque la cuenta en los ojos de Guadalupe.
Y a través ojos nos damos cuenta de que no hay manera de recoger esa preciosa cortina que separa la casa del exterior, así que Guadalupe se las apaña con un cinturón viejo...
...que con un cubo de la fregona y la aspiradora NO SE CABE POR LA ESCALERA DE CARACOL.
Solo con la aspiradora.
Y cuando ya has aspirado, tienes que bajar la aspiradora a la planta baja y coger la fregona y hacer equilibrios en esos peldaños triangulares tan bonitos PERO SIN BARANDILLA.
Y que el hormigón de la escalera expuesta está empezando a abrirse y ve la ferralla. Y que en el intersticio entre dos dormitorios se cuela la lluvia. Y que por los huecos del hormigón hay fugas y SE HA TENIDO QUE INVENTAR UN CAÑO CON UN VASO DE PLÁSTICO PARA QUE NO DAÑE EL MURO.
Y que para ordenar los libros de esa preciosa estantería que cruza todo el espacio vertical, hay que subirse a la habitación-ascensor y ordenarlos EN MARCHA.
En serio.
Cuando preguntaron a Rem Koolhaas por el documental dijo que chocaban dos sistemas: "una concepción platónica de la limpieza con una concepción platónica de la arquitectura".
No me jodas, Rem. No me jodas.
Vale que en la casa hay un montón de destilaciones del ideal arquitectónico, pero lo de la concepción platónica de la limpieza se lo dices a Guadalupe cuando veas que no cabe por la escalera con una fregona y una aspiradora.
Directamente emparentado con "Mi Tío" de Jacques Tati (a quien rinde un claro homenaje), Koolhaas Houselife es divertidísima y, aunque no es explícitamente reivindicativa, reivindica algo que para mí es capital.
Que la arquitectura *no existiría* sin las personas que la limpian.
Que las casas, los edificios, las ciudades, la sociedad. Nada existiría sin todas esas personas que limpiamos nuestro baño y pasamos la aspiradora por nuestra casa, por supuesto.
Pero tampoco sin todas esas personas que limpian y hacen las camas de los hoteles.
Nada existiría sin las personas que limpian los vidrios de los rascacielos y las que aspiran los museos y las que reparan los ascensores y las que riegan los parques y podan los árboles.
Porque todas esas personas son la primera línea de defensa por la belleza de nuestro mundo.
Porque quien mejor conoce su casa no siempre es quien tiene su nombre en la escritura de propiedad.
La persona que conoce de verdad una casa es quien la recorre cada día. Quien la limpia, quien la guarda. Como dicen en inglés: the caretaker.
La persona que la cuida.
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Las imágenes del capítulo de hoy son de:
Hans Verlemann/OMA, Bêka & Lemoîne, Petra Blaisse, Julius Schulmann, forgemindarchimedia y Luis García.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.
(Fin del HILO 🧹🏡❤️)
(Y en el episodio de #LaBrasaTorrijos del próximo jueves, que será el último de la temporada, vamos a viajar a un campo de fútbol donde lo mejor es que el balón no se te vaya fuera de banda)
LAS CODAS, LAS CODAS!
1. Si queréis verlo, "Koolhaas Houselife" se puede alquilar o comprar en Vimeo: vimeo.com/ondemand/koolh…
2. El otro nombre de la Casa en Burdeos es "Casa Lemoine", que era es el nombre del dueño: Jean-François Lemoine...
...sí, el padre Louise Lemoine, una de las directoras del documental.
O sea, que Louise sabía perfectamente de lo que hablaba cuando hizo la peli.
3. Cuando Jean-François encargó la casa a Koolhaas le dijo: "Al contrario de lo que podría creerse, no quiero una casa simple; quiero una casa compleja, muy compleja. Porque apenas voy a poder salir de ella. Esa casa va a ser mi mundo".
4. Jean-François murió en 2002 por complicaciones derivadas del accidente que le postró en la silla de ruedas. Solo cinco años desde que inauguró la casa. Solo un año después de que Guadalupe comenzara a trabajar allí.
5. Aunque Guadalupe ya lleva siete años trabajando allí cuando se rueda el documental, y seis desde que murió el dueño, recuerda con mucho cariño a Jean-François (le messieur). "Ahora la casa es triste. Antes siempre había amigos y siempre había risas; ahora es mas triste".
El padre *DE* Louise Lemoine, que parece que era cura el señor.
La Casa en Burdeos es obra maestra de la arquitectura. Un regalo diseñado para alguien que no podía caminar.
Pero tiene unos cuantos problemas, y esos problemas los vivió (y los arregló) una mujer extremeña que llevaba una fregona.
Así fue la vida de Guadalupe:
La Casa en Burdeos es un prodigio. Una planta superior con los dormitorios, muy compartimentada y muy "pesada", que flota con todo ese peso sobre una planta totalmente diáfana.
Abajo, una planta semienterrada que abre al jardín.
Para que esa planta intermedia del salón sea completamente libre y sin pilares, la estructura se sujeta en solo tres soportes: uno interior, unos exterior y uno camuflado en la escalera de caracol. Y el resto de la estructura es un cable que evita que la casa "vuelque". Como el cable es muy fino, desde la planta principal no hay ninguna interrupción visual. Solo hay vistas.
Y en el centro de todo, una máquina. Una habitación de 9m2 elevable mediante un mecanismo hidráulico. Porque eso no es un ascensor; es un estudio, un despacho y hasta un dormitorio que recorre de arriba a abajo y de abajo a arriba TODO EL ESPACIO DE LA CASA.
¿Y por qué esta voluptuosidad arquitectónica? ¿No era suficiente con las escaleras? No, porque como adelanté, el dueño de esa casa era un hombre que iba en silla de ruedas. Esa casa se construyó A MEDIDA y esa habitación elevable era el centro de su mundo.
Sí, la Casa en Burdeos es una obra maestra de la arquitectura contemporánea. Quizá la mejor obra de Rem Koolhaas y una de las últimas grandes obras del siglo XX.
Pero ni la Casa en Burdeos ni Rem Koolhaas son los protagonistas de esta historia.
La protagonista de esta historia es una mujer nacida en un pueblo de Badajoz que pasó siete años recorriendo la casa cada día con una fregona, una aspiradora y bayetas.
Que la limpiaba y ordenaba de arriba a abajo.
Una mujer que conoció esa casa como nadie la ha conocido.
Esa mujer se llama Guadalupe Acedo.
Guadalupe emigró a Francia en los 60 junto a su marido Vincent, hijo de exiliados republicanos. Ambos eran del mismo pueblo: Esparragosa de la Serena.
En la Casa en Burdeos, Vincent se encargaba de los jardines y Guadalupe impiaba y aspiraba y fregaba los cacharros y planchaba y ordenaba los muebles y los libros todas las semanas de lunes a viernes. Durante 7 años.
Por supuesto, nadie habría conocido a Guadalupe si en 2008, los cineastas Ila Bêka y Louise Lemoîne no hubieran estrenado el documental "Koolhaas Houselife", posiblemente la mejor película que se haya hecho jamás sobre arquitectura.
Y es la mejor no porque cuente la Casa en Burdeos, sino porque la cuenta en los ojos de Guadalupe.
Y a través de sus ojos nos damos cuenta de que con un cubo de la fregona y la aspiradora NO SE CABE POR LA ESCALERA DE CARACOL.
Y cuando ya has aspirado, tienes que bajar la aspiradora a la planta baja y coger la fregona y hacer equilibrios en esos peldaños triangulares tan bonitos PERO SIN BARANDILLA.
Y que el hormigón de la escalera expuesta está empezando a abrirse y ve la ferralla. Y que en el intersticio entre dos dormitorios se cuela la lluvia. Y que por los huecos del hormigón hay fugas y SE HA TENIDO QUE INVENTAR UN CAÑO CON UN VASO DE PLÁSTICO PARA QUE NO DAÑE EL MURO.
Aunque la película no es explícitamente reivindicativa, reivindica algo que para mí es capital. Que la arquitectura *no existiría* sin las personas que la limpian.
Que las casas, los edificios, las ciudades, la sociedad. Nada existiría sin todas esas personas que limpiamos nuestro baño y pasamos la aspiradora por nuestra casa, por supuesto. Pero tampoco sin todas esas personas que limpian y hacen las camas de los hoteles.
Nada existiría sin las personas que limpian los vidrios de los rascacielos y las que aspiran los museos y las que reparan los ascensores y las que riegan los parques y podan los árboles.
Porque todas esas personas son la primera línea de defensa por la belleza de nuestro mundo.
Hoy es 11-S. Hace 23 años yo acababa de terminar la carrera y ni siquiera sabía lo que me gustaban las Torres Gemelas. Nadie me las había enseñado de verdad.
Sirva este hilo de #LaBrasaTorrijos como homenaje a lo magníficas que eran.
🧵⤵️
En la escuela de arquitectura no nos contaban bien las Torres Gemelas. No eran el rascacielos más alto, no eran el rascacielos más bonito y ni siquiera eran el rascacielos más bonito de Nueva York.
En el mundo hay fronteras naturales pero también hay fronteras totalmente arbitrarias.
Tan arbitrarias que, en un lugar entre USA y Canadá, puedes cambiar de país SIN SALIR DEL MISMO EDIFICIO.
Esta es la historia de la Biblioteca Libre Haskell.
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Los humanos somos gregarios y, sin embargo, desde el siempre hemos decidido levantar fronteras que nos separen.
A veces las fronteras son naturales, como el río Cuareim que separa Quaraí en Brasil y Artigas en Uruguay, pese a que ambas son esencialmente la misma ciudad.
Otras veces, las fronteras son totalmente arbitrarias como la que cruza y descruza los pueblos de Baarle-Nassau y Baarle-Hertog entre Holanda y Bélgica.
"¿Por qué ya no construimos maravillas como las de antes?"
Pues por la misma razón por la que estáis leyendo esto en un teléfono móvil o un ordenador. Parece una relación extraña pero, en realidad, es algo muy sencillo:
La gran mayoría de las maravillas arquitectónicas del pasado eran tan obscenamente caras que solo podían construirse gracias a una estructura social compuesta por un porcentaje mínimo de gente MUY rica y una inmensa mayoría de gente MUY pobre. Y, aún así, tardaban siglos en construirse.
(Aquí vendría bien señalar que muchos nostálgicos de las arquitecturas del pasado creen que vivirían en el Palacio de Versalles cuando lo más probable es que vivieran en una casucha oscura, maloliente y sin ventilación, pero eso lo dejaremos para otro rato).
El caso es que, más o menos a partir del XVII y el XVIII, el progreso tecnológico y el aumento poblacional que trae aparejado, hacen que esa estructura social se tambalee y acabe viniéndose abajo, con revoluciones y guillotinas de por medio.
A partir de ese momento, el pueblo comenzó a dejar de ser escoria sacrificable y empezó a ser ✨personas✨
Esto fue avanzando paulatinamente a lo largo del XIX y, con la llegada de la modernidad, el mundo entendió que esas personas tenían que vivir con unos estándares que, hasta hacía no demasiado, eran esencialmente lujosos: luz natural, ventilación, agua corriente, saneamiento...
Así, construir algo que costase más o menos lo mismo que un millón es viviendas era (y es) algo impensable porque la sociedad, sencillamente, no lo aceptaría. Más aún cuando esas personas también quieren tener acceso a otras cosas que también se consideraban lujosas, como coches, televisores, equipos de música y sí, ordenadores. (Y aquí también cabría una reflexión sobre el poder y la importancia de la publicidad en el denominado "homo consumista" pero eso sería larguísimo y yo no soy un experto).
Sencillamente, los recursos de la sociedad están mucho más atomizados como para plantearse un gasto tan descomunal en un edificio. Y entre esos recursos atomizados están, lo habéis adivinado, nuestros teléfonos móviles. Un smartphone tiene una capacidad computacional colosal comparada con los primeros ordenadores de los 50 y los 60, pero todos tenemos uno.
Y si a la sociedad le dijésemos que, para construir algo análogo a una catedral gótica, el 95% de la población debería renunciar a su teléfono móvil y su coche y su casa con ventilación y luz natural, ya te digo que la sociedad iba a mandar esa catedral de vuelta al Gótico de una patada en el culo.
Probablemente, si a un maestro de obra del Gótico le dices que seríamos capaz de construir un edificio de 300 metros de alto que costase una mínima fracción del dinero que costaría una catedral gótica, daría por hecho que, efectivamente, la Humanidad ha encontrado a Dios.
Por cierto, cuando digo una construcción análoga a una catedral gótica digo exactamente eso: análoga.
Si lo que queremos son imitaciones del Shein de las arquitecturas del pasado, también hay unas cuantas, con, ejem, erótico resultado.
¿Sabíais que las mujeres tenían PROHIBIDO correr maratones hasta 1972?
La excusa es que lo hacían por su bien, porque "su frágil organismo no resistiría un esfuerzo tan enorme".
Esta es la historia de las mujeres que lo cambiaron todo:
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Es 19 de abril de 1967 en Boston y Bobbi Gibb sonríe, siempre sonríe cuando corre.
Lleva unas bermudas, un bañador de tirantes y unas Adidas azules que repiquetean leves mientras arden y a la vez queman el asfalto.
No hace mucho que las compró pero ya están deformadas por kilómetros de entrenamientos. Por mil zancadas campo a través y otras mil por el borde del río Charles, por el campus de Harvard en Cambridge, por los parques de Emerald Necklace y por el resto de las calles de Boston.