En 1986, unos niños tailandeses quisieron montar un equipo de fútbol. Solo había un problema: allí no había ninguna cancha y ni siquiera tierra firme, porque vivían en un pueblo flotante.
Los grandes acontecimientos deportivos llegan a todo el mundo. A todo. Nos afectan a todos, queramos o no, nos gusten o no. Porque alteran la vida de las ciudades, porque cambian el territorio.
Y porque sus catedrales son hitos urbanos de primer orden.
Río no sería Río sin Maracaná y Munich no sería Munich sin el Allianz Arena, aunque esté construido en las afueras de la ciudad.
Pero no se trata solo de las alteraciones físicas del territorio.
Como nos enseñó Gerardo Olivares en su divertidísimo documental/no documental "La Gran Final", un Mundial de fútbol afecta a la vida hasta en los lugares más remotos: el Sahara, la Amazonía o el desierto de Gobi.
Y hay veces en las que un acontecimiento deportivo universal altera la vida y cambia el territorio del lugar más insospechado.
Especialmente cuando en ese acontecimiento se produce uno de los momentos más bellos y más decisivos de la historia del deporte.
El 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de México, exactamente a las 13h 12' 20'', Héctor Enrique filtra un pase para sortear la presión inglesa desde la mitad de su propio campo hacia la divisoria.
Ese pase lo recoge Diego Armando Maradona.
Diez segundos y seis décimas después, el 10 de Argentina marca el gol del siglo.
Miles de argentinos celebran, gritan y lloran. Otros tantos ingleses se enfadan. Muchos miles más de aficionados por todo el mundo se llevan las manos a la cabeza entre el asombro y la incredulidad.
Uno de esos aficionados es un chaval tailandés llamado Prayut Pasampan "Naan".
Completamente extasiado con lo que acababa de ver, y aunque nunca había jugado al fútbol, Naan propuso a sus amigos formar un equipo, a lo que sus amigos respondieron que guay, que genial, que iban a ser tan buenos como Maradona.
Pero también le dijeron que dónde pensaban entrenar, porque ahí no había ninguna cancha y tampoco podían irse a jugar al potrero porque no había potreros.
Resulta que esos chavales vivían en Ko Panyi, una isla flotante en la bahía de Phang Nga.
En realidad, Ko Panyi no es "flotante".
Como otros asentamientos de este tipo, está construido a base de palafitos. Es decir, edificios sobre pilotes que se clavan en el lecho marino.
¿Y por qué a alguien se le ocurriría fundar un pueblo en unas condiciones tan complicadas?
Bueno, los palafitos a veces se construyen por sus ventajas climatológicas, pero otras veces, como en la africana Ganvié, por circunstancias mucho más difíciles.
Ko Panyi está construido sobre el mar por culpa de la xenofobia.
A finales del siglo XVIII, un grupo de familias de pescadores de Java arribaron a la costa de Phang Nga en busca de mejores caladeros.
En esa época, la ley tailandesa impedía ser propietario de terreno a cualquier persona que no tuviera orígenes tailandeses. Así que los pescadores de Java decidieron fundar su pueblo donde no hubiese terreno.
Sobre el mar.
Con el paso de los siglos, Ko Panyi fue prosperando y los endebles palafitos de madera se convirtieron casas sobre pilotes de hormigón, y los canales se transformaron en calles firmes.
Lo suficiente como para, por ejemplo, construir una mezquita de tamaño considerable.
Pero, en 1986, los chavales futboleros no tenían precisamente el dinero suficiente para construir una cancha sobre pilotes de hormigón, así que regresaron a los orígenes de su pueblo.
Construyeron una cancha flotante.
Literalmente.
Emplearon un sistema de tanques de plástico anclado la corriente no se lo llevase sobre el cual montaron la cancha.
Puede parecer rudimentario, pero es el mismo método con el que Christo y Jeanne-Claude montaron sus "Floating Piers" en Italia en 2016.
Pero claro, estando hecha con tablones de madera que sobraban de otras casas y clavados como buenamente supieron, la cancha de los chicos de Ko Panyi no era tan sofisticada como la obra de Christo y Jeanne-Claude.
Pero sirvió.
Había nacido el Panyee F.C.
Los chavales entrenaron, se envalentonaron y se inscribieron en un torneo infantil.
Los partidos se disputaban en tierra firme y, aunque apenas llevaban unas semanas jugando al fútbol, resulta que no eran tan malos.
Contaban con una ventaja inesperada: su campo.
Como precisamente habían entrenado en la cancha flotante, no solían emplear el patadón hacia arriba, sino que jugaban bajando la pelota al piso. Y eso les hacía MUY hábiles en la cancha.
Acabaron segundos.
Ese segundo puesto supuso un éxito para el pueblo de Ko Panyi, hasta el punto de que, en las temporadas siguientes, les construyeron un par de canchas nuevas.
Esta vez estables, de hormigón y con barreras para que el balón no se fuese al agua.
Según cuentan los protagonistas, el fútbol se convirtió en el deporte preferido (y supongo que, ejem, el único) de Ko Panyi.
También cuentan que, de hecho, se popularizó tanto que el Panyee FC ganó varios torneos juveniles entre 2000 y 2010.
Pero esto no es el Mundial y esta historia estuvo oculta al mundo durante décadas.
Hasta que en 2011, el cineasta Matthew Devine rodó un corto para el banco TMB, donde contaba toda la historia del Panyee FC (y de donde he extraído varias capturas).
El corto es precioso pero, como en todas estas cosas, es difícil saber cuánto de él es fiel y cuánto hay de recreación de la memoria.
Sin embargo, sí hay algo totalmente real: que el fútbol ha modificado el territorio (y la vida) de un pueblo flotante con apenas 1500 habitantes.
Es más, tras el documental, la historia dio la vuelta al mundo y se contó en cientos de sitios y el campo flotante del Panyee FC, renovado con una superficie sintética, es ahora mismo uno de los principales atractivos turísticos de Ko Panyi.
Así que quizá fue un corto o el anuncio de un banco o el turismo.
O quizá fueron unos chavales que querían ser como Maradona, y aunque nunca marcaron el gol del siglo, consiguieron que en su pueblo flote el campo de fútbol más bonito del mundo.
Si os ha gustado el episodio de hoy, hacedme RT al hilo, FAVs, follows o invitadme a una pachanga, que tan malo no soy!
Y si os gustan las historias como esta, TERRITORIOS IMPROBABLES es el libro de #LaBrasaTorrijos, y allí me he guardado las mejores.
Lo podéis pedir en todas las librerías y en los sitios online habituales: tap.bio/pedrotorrijos
Y es el libro perfecto para el verano!
❤️Ah, y también podéis pasaros por mi IG, donde estoy contando historias chulas en otro formato: instagram.com/p/CfWVbxENy2V/
Las imágenes del capítulo de hoy son de:
Diego Baravelli, Ungry Young Man, Glen MacLarty, thesefootballtimes, blowithhand, Wolfgang Volz, dockingsolutions, Jack Docks, Marcio de Assis, Unisport, thailandculturetravel, Sundays :), Iwan Baan, Tourism Thailand...
...Alexander Grabchilev, shutterstock, roadlessandy y, las más espectaculares, que son del gran Sebastien Nagy.
Mi opinión sobre el nuevo "edificio" de CaixaForum Valencia es que ya han pasado 14 años desde la crisis de 2008.
Pongo "edificio" entre comillas porque no es estrictamente un edificio: son cosas puestas dentro de un espacio. Parece un homenaje a la paella que no es paella.
Sé perfectamente que hacer arquitectura *dentro* de otra arquitectura es algo muy difícil, y más cuando esa primera arquitectura es de Calatrava que, al margen de su calidad, tiene unas características espaciales y estéticas MUY marcadas.
En San Juan el Divino hay un relieve de las Torres Gemelas arrasadas por el mar. Una catedral que se construyó 70 años antes de que existieran las Torres.
Y no, no es una anomalía.
En #LaBrasaTorrijos de hoy, Darth Vader, las gárgolas y el Athletic de Bilbao.
🧵👇
(Se recomienda la lectura del episodio de hoy acompañada de la siguiente banda sonora).
En la 2ª Guerra Mundial, el gobierno británico quiso acabar con TODAS las vacas de Alemania. Pero tenía que probar que su operación funcionaría, así que antes ARRASÓ CON ÁNTRAX una de sus propias islas.
Esta es la historia de la Isla Gruinard.
MiniHILO 👇
En 1981, el Glasgow Herald recibió una carta que decía:
"Cuando lean esto, la operación ya habrá empezado. Hemos enviado una libra de tierra de la isla Gruinard a Porton Down. Solo tenemos una petición: limpien la isla.
Firmado: Comando Cosecha Oscura".
En efecto, poco antes de recibir la carta, un pequeño contenedor de máxima seguridad había llegado al centro secreto de investigación biológica militar de Porton Down en Wiltshire, Inglaterra.
Un día de 2016, una mujer llamada Laura Soler escribió las siguientes palabras en Google: "Francisco Ramón Borja Sempere. Torrejón de Ardoz", y Google le devolvió un número de móvil.
La mujer llamó a ese número y al otro lado le respondió un hombre.