Imagina que un día alguien aparece delante de tu mesa de trabajo y deja sobre ella la máquina de la fotografía.
Imagina que esa persona te dice que gracias a la máquina podrás saber quién está vivo y quien está muerto.
Imagina que eso ocurrió.
Sigue leyendo, deja de imaginar.
Son los años 70.
Todo cambia alrededor incluida la medicina.
Cada vez más fármacos y tecnología.
Tecnología que permite que enfermedades antes letales dejen de serlo.
Nuevos aparatos que mantienen al enfermo con vida haciendo de puente a una cura.
Pero en la capacidad de sustituir funciones vitales habita una nebulosa que trae de la mano nuevos conflictos éticos.
Ante personas con daños aparentemente irrecuperables, ¿qué certeza hay de que no vayan a regresar?
¿Cómo podemos navegar la incertidumbre y la esperanza?
¿Cómo convertir en objetiva la muerte si el corazón late, los pulmones capturan oxígeno y riñones e hígado siguen depurando sangre?
¿Cómo explorar el cerebro más allá hasta interrogarle acerca de si no es más que tejido inerte y vacío?
¿Cómo decidir y en base a qué?
En los años 70, el avance médico en cuidados intensivos disminuyó la mortalidad por eventos agudos.
Esto fue especialmente evidente en el caso de los infartos. Se evitaba el fallecimiento, la parada cardiaca, pero algunos pacientes dado el daño cerebral no despertaban.
Ese daño cerebral resultaba difícilmente cuantificable.
Objetivable.
Surgían dilemas lógicos acerca de cuánto tiempo esperar hasta decidir que no había vuelta atrás.
Es en ese punto cuando en un hospital de Londres surge una respuesta.
La máquina de la vida o la muerte.
La máquina de Douglas Maynard.
Maynard era neurofisiólogo.
Interpretaba el estímulo nervioso.
Señales que iban del cerebro al cuerpo y del cuerpo al cerebro.
Sabía cómo hacer las preguntas adecuadas.
Y el se vio capaz de dar respuesta a aquella que más dolía aquellos días.
¿El paciente moriría o viviría?
Para ello diseñó una máquina que integraba el estímulo eléctrico de diversas regiones del cuerpo.
Analizaba las señales para atraparlas en su interior.
Diseñó una máquina para predecir la supervivencia.
Y lo dejó escrito claramente en ella.
Cada señal se agrupaba con un algoritmo que las resumía en un diminuto indicador y dos posiciones.
“IBD”.
“S”.
La noche más oscura y la esperanza en la tiniebla.
“Daño cerebral irreversible” o IBD.
“Sobrevivirá” o S.
La moneda y sus dos caras en forma de señal.
Maynard revolucionó su hospital.
Los especialistas sintieron rechazo, admiración y curiosidad.
Vieron en Maynard al intrépido que no teme perderse.
Y decidieron no usar la máquina jamás.
La máquina de Maynard se guardó en un almacén.
Hoy está expuesta en el hospital a pesar de no ser más que un objeto no usado.
Es la respuesta dramática al inicio de una nueva era de dudas en la medicina.
Con el paso de los años el diagnóstico de “daño cerebral irreversible” o de “muerte cerebral” se desarrolló y validó.
Pruebas clínicas sumadas a pruebas complementarias realizadas en momentos sucesivos y por diferentes personas permitieron llegar a puerto.
Sirva este #HiloYTal para recordar que a veces imaginar no es suficiente.
Porque la realidad a veces es la imaginación sumada al paso del tiempo.
Os dejo con la máquina.
Podéis hacerle preguntas, las respuestas quizá las hayáis leído ya.
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Tras la publicación de un artículo científico revisado puede que alguien piense que las conclusiones son erróneas.
Ante eso existe la posibilidad de comentarlo en la revista que lo haya publicado (y hasta se puede lograr su retirada).
Para ello se debe escribir un comentario refutando el trabajo en cuestión. Esto se debe referenciar y contrastar.
Una vez escrito se envía a la revista que lo revisa y, si procede, da la posibilidad a los autores iniciales de responder antes de hacer público el comentario.
De este modo se establece un diálogo entre autores y lectores que termina por acotar lo observado.
Y como he dicho, se puede llegar a retirar un trabajo si se demuestran errores que lo justifiquen.
Aquí puedes ver un señor que no conoces, un señor que sabe nadar, un señor que seguro que conoces y una rata pasándolo mal.
Los cuatro tienen algo que contarnos.
Ahora respira hondo porque empezamos un #HiloYTal en el que el oxígeno será fundamental.
1️⃣ El señor que no conoces.
Este hombre es Johannes A. Kylstra.
Es un científico, un tipo serio.
Desarolló su carrera profesional mostrando gran interés por esa magia que es la odisea del oxígeno a las células a través del aire y la sangre.
Kylstra hizo sus experimentos en los años 60 y 70.
Su objetivo fundamental era optimizar la difusión de gases.
Y de tanto optimizar llegó a una pregunta extraña: ¿existe un medio mejor que el aire para que el oxígeno difunda al torrente sanguíneo?
Imaginad que hay una epidemia.
Un virus cualquiera.
Se vacuna el 85% de la población.
Pasado un tiempo se analiza la efectividad y se observa que de todos los infectados el 50% estaban vacunados.
¿Qué te parece la efectividad de esa vacuna frente a la infección? #EncuestaYTal
Mañana la respuesta.
No han pasado 24 horas pero visto el número de respuestas y dado que los porcentajes no variarán mucho procedo a comentar la cosa.
La señora Schmidt sostiene la mano de su marido.
- Karl, pidamos ayuda.
El señor Patterson Schmidt niega con la cabeza.
- No, no quiero enmascarar los síntomas.
Después escribe en su diario.
Podrían ser sus últimas horas de vida.
19 de junio de 1890, Lake Forest (Illinois)
Un bebé llora en la casa del profesor George W. Schmidt.
Margaret Patterson Schmidt mira al pequeño Karl.
Ambos sonríen a su primogénito.
La felicidad se detiene junto ellos por un momento, después sale silenciosamente por la puerta.
Junio de 1907, Wisconsin
Karl y su hermano capturan una pequeña serpiente en los campos de trigo.
Se han mudado a una granja.
Margaret hace visera con sus manos mientras observa.
Huele a humo, algo se quema.
Corre sonriente a apagar el fuego que calienta el agua para el baño.
Esta es la historia de tres personas.
Una real.
Una de ficción.
Y una real pero dedicada a la ficción.
Puede que reconozcas a las tres por la foto.
O puede que no.
Pero las tres tienen algo en común.
Te invito a este #HiloYTal de verano para averigüarlo.
La primera es esta mujer.
Es reconocible.
Piensa un poco.
Maria Salomea Skłodowska-Curie.
O más fácil: Marie Curie.
Ahora te suena, ¿verdad?
Marie Curie era más lista que la inteligencia.
Fue la primera persona en obtener dos premios Nobel por categorías distintas.
Física y Química.
Como la serie de televisión pero en logros vinculados a la ciencia.
Curie fue clave en la comprensión y desarrollo de la radiología.