Las trajineras son un tipo de barcaza plana hecha con tablas de madera y pintada de colores muy vivos usada ancestralmente como medio de transporte por los canales poco profundos del interior de México.
Anteriormente servía como eficaz sistema para acortar distancias en medio del paraje más o menos agreste que rodeaba las vías de agua, pero ahora su uso se reduce esencialmente al paseo recreativo de turistas.
Los trajineros de los canales de Xochimilco, al sur de Ciudad de México, además de propulsar la embarcación con sus remos, acostumbran a servir de guía por un territorio rodeado por una miríada de lenguas de agua...
Pero ese territorio no está construido sobre agua, está construido sobre mil relatos, narraciones y cuentos.
Algunos tal vez sean reales.
Si a un trajinero se le pide ir a una pequeña isla artificial en el lado oriental del lago Huetzalin, quizá se niegue a ir.
Pero si accede al viaje, tal vez aproveche el trayecto de una hora desde el embarcadero para contar la leyenda de la Isla de las Muñecas.
A principios de los años 50, un guardés del Barrio de la Asunción llamado Julián Santana Barrera, se mudó a una chinampa deshabitada en un costado del lago.
Allí, don Julián vivía en una pequeña cabaña de madera con apenas una habitación y una cocina y cultivaba hortalizas que le salían sabrosas y de buen porte pues la chinampa —una extensión semiflotante de tierra— era propicia para la agricultura.
Tras los días de recolección, don Julián volvía a la Asunción a vender sus vegetales y a beber y emborracharse y a cantar sus venturas y desventuras a quien quisiera escucharle.
Una de esas noches, una noche temprana de invierno en la que había bebido más de la cuenta, don Julián escuchó unos ruidos impropios de la chinampa. Entre los graznidos de los zanates, se adivinaba con claridad el inconfundible repiqueteo de varias risas infantiles.
Asomado al borde, el guardés distinguió la silueta de tres niñas que jugaban con sus muñecas de porcelana entre los lirios que crecían enredados al embarcadero. Achacó la alucinación al pulque, pues no era posible que señoritas tan pequeñas anduvieran solas en la oscuridad.
Sin embargo, al aproximarse a ellas para comprobar si se trataba de seres de carne y hueso o, Dios no lo quisiera, de fantasmas, un chillido agudísimo le despejó la neblina alcohólica de golpe.
Una de las niñas había caído al agua.
Don Julián saltó a las aguas e intentó rescatar a la pequeña, pero sus piernecitas se habían quedado atrapadas por la raíz de los lirios.
Entonces, entre la penumbra y la neblina del alcohol, don Julián se dio cuenta de que lo que atrapaba a la niña no eran raices.
Eran manos.
Manos que salían del agua. Decenas de manos que agarraban las piernas y los muslos y la cintura de la niña, llevándosela al fondo del lago.
Tras luchar todo lo que pudo contra esos que sin duda eran espíritus, don Julián se dio por vencido.
La niñita murió entre sus brazos.
Lleno de culpa, el guardés se prometió dejar de tomar cerveza, tequila y pulque. Ya no entraba en las tabernas sino que iba por la calle predicando con una Biblia en la mano, si bien nunca había sido ordenado sacerdote y ni siquiera se tenía a sí mismo por un buen cristiano.
Todo fuese por apaciguar el espíritu de la niña muerta que, según él, permanecía en la isla y, sobre todo, por aplacar a los cientos de fantasmas que se la habían llevado.
Cientos de fantasmas de hombres, mujeres y niños.
Cientos de fantasmas de guerreros aztecas y mexicas.
Porque los canales de Xochimilco, al sur de Ciudad de México son el último resto de la capital del imperio Azteca.
Son lo último que queda de la gran ciudad de Tenochtitlán.
Porque como todos saben en México, Tenochtitlán era una ciudad lacustre rodeada, atravesada y entreverada de canales.
Y en esos canales murieron miles de guerreros. Guerreros aztecas y soldados españoles. Y también mujeres que huían y niños que caían bajo la espada o el arcabuz.
Y don Julián los había visto.
Esa noche los había visto.
A todos.
Al poco de convertirse en un hombre abstemio y piadoso, don Julián decidió construir un memorial para honrar a la niña. Bajó al lecho del lago, recuperó la muñeca que se había hundido el día fatídico y la colgó de un árbol.
Pero tampoco sirvió.
Es más, el mausoleo improvisado parecía perseguirle cada noche. Susurros, pasos. Gritos que decían: “Quiero mi muñeca”. Ruidos que no deberían estar allí. Veía a las muñecas moverse y cantarle con voz fantasmal.
Le pedían que jugase con él.
Le pedían que se acercase al agua.
Desesperado, el guardés comenzó a colgar más y más muñecas en los árboles, cada día más maniático en sus esfuerzos por serenar a los espíritus. Muñecas de porcelana, de trapo y de plástico. Muñecas de todas las formas y épocas. Por todos lados. En ramas, en palos, en señales.
Muñecas clavadas a troncos y a empalizadas. Cada día más.
Hasta que la chinampa se convirtió en una isla poblada por mil cadáveres de plástico.
Hasta que don Julián Santana Barrera murió de un ataque al corazón en el mismo lugar exacto en el que se había ahogado la niña que trajo la maldición a su isla.
(O eso dice la leyenda local que cuentan los trajineros).
Tal vez todo sea un invento del sobrino de don Julián, propietario actual de la isla y principal interesado en que sea un reclamo turístico. De hecho, a día de hoy, la chinampa es un destino favorito para extranjeros y nacionales para Halloween y el día de los muertos.
Tal es así, que a lo largo de los canales de Xochimilco, han aparecido otras "Islas de las Muñecas", al calor del dinero del turismo.
Otras islas que no se distinguen demasiado de la original.
(Si es que alguna es verdaderamente original).
Lo que diferencia a la de don Julián es que allí hay una pequeña tienda-museo donde se exhiben recortes de periódicos y varias muñecas especiales, entre ellas, la primera que encontró don Julián.
La que trajo la maldición. Supuestamente esta.
Sin embargo, el verdadero museo está fuera, entre las pequeñas siluetas de las muñecas, rechonchas e inertes que contrastan con la puesta de sol.
Forman ya parte de la jungla: su piel de porcelana mutilada por enredaderas, sus ojos perforados por insectos.
Allí, tras tantos años cubiertas de telarañas, han dejado de estar en México y ahora pertenecen a otro lugar.
(Pincha en "Mostrar respuestas", que la historia aún no ha terminado)
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Ahora, todas las muñecas, las originales, las que han dejado los turistas, las de plástico, las de trapo y las de porcelana. Todas y toda la chinampa y todos los canales de Xochimilco pertenecen al territorio de las leyendas.
Y ese es el territorio más antiguo del mundo.
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(Fin del HILO 🇲🇽🧸🌲🛶👻💀)
(Y en el episodio de la próxima semana vamos a entender por qué la mejor manera de ampliar un edificio clásico es construir algo que no se le parezca en nada. ¿O sí?)
UN PAR DE CODAS, SEÑORA Y SEÑORE.
1. El nombre actual de México DF es Ciudad de México, cosa que yo no sabía (aunque la he nombrado Ciudad de México varias veces en el hilo...).
2. Esta historia se ha contado muchas veces en muchos sitios y, cada vez que se ha contado, se le han añadido nuevas curvas y nuevos espantos y se la ha embellecido y deformado.
¿Cuál es la verdad?
Según el sobrino de don Julián, el hombre recogía muñecas que encontraba en la basura y los canales y las colgaba para espantar al espíritu de la niña muerta y que, además, le sirviesen para ahuyentar a la Llorona o a otros espíritus del folclore mexicano.
Luego después los turistas empezaron a traer más y más muñecas y comenzó a crecer el mito de que algunas muñecas eran protectoras, sanadoras o malditas...
Sin embargo, yo tengo una teoría un poco más prosaica y quizá (quizá) más cercana a la verdad.
En su chinampa, don Julián plantaba verduras y hortalizas y, sencillamente, colgaba de cordeles las muñecas que encontraba en los canales para que les sirvieran como espantapájaros.
Al poco, comenzó a llenar su islita (y es muy chiquita de verdad) con unas cuantas muñecas colgadas. Los vecinos, los trajineros y la gente que las viera desde los canales empezó a elucubrar, el folclore hizo el resto y el propio don Julián se sumó a ello.
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Todo el mundo ha emitido ya su opinión PERO OS FALTABA LA MÍA, que es la que verdaderamente necesitáis para cuñadear a gusto en la cena de Navidad.
¿POR QUÉ LA RESTAURACIÓN DE NOTRE DAME ES EQUIVOCADA?
(Y no es porque esté muy limpia).
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Lo primero es lo primero: este hilo es una respuesta a este otro que escribió mi buen amigo @itineratur, en el que afirma que a él le gusta mucho como ha quedao Notre Dame.
Aquí es importante señalar que a @itineratur le gusta mucho todo lo francés: la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, las baguettes, rendirse a los nazis a la primera de cambio...
A veces se nos olvida que los pueblos y ciudades donde vivimos no existen porque sí.
La mayor parte de nuestra experiencia como habitantes depende del territorio donde se construyó el lugar donde vivimos hace cien, quinientos, mil o dos mil años.
¿Sabéis quien fue el segundo español que tocó suelo lunar?
Luis Carrero Blanco.
Sí, en serio. Y esto no es un chiste; es una historia sobre la condición humana y el territorio (y la Guerra Fría).
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Decir que una historia trata de la Guerra Fría, la condición humana y el territorio es básicamente un pleonasmo porque, en mi opinión, la Guerra Fría fue la época de la historia en la que el control del territorio se trató de una manera más sofisticada.
Como entrar en guerra abierta era impensable, las dos superpotencias se dedicaron a tocarse los huevos mutuamente mediante operaciones más o menos en la sombra: espionaje, propaganda, intervenciones militares en terceros países, financiación de revueltas y golpes de estado...
Para solucionarlo, construyeron TRES ESPEJOS COLOSALES que reflejan su luz y la llevan hasta allí durante todo el invierno (y hasta juegan a vóley-playa).
En #LaBrasaTorrijos, Sam Eyde y los Tres Espejos de Rjukan.
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Voy a aprovechar el hilo de esta semana para hacer una pequeña reflexión sobre por qué Gehry condensa todo lo bueno y todo lo malo de los arquitectos-estrella y también por qué esta es mi obra favorita suya (junto a una de las primerísimas).
A Gehry le conocemos todos por el Guggenheim de Bilbao. De algún modo, es su puesta de largo.
Sin embargo, Gehry ya tenia 60 años cuando le encargan el museo de Bilbao. Es más, ya había recibido el Pritzker en 1989, por una carrera que era esencialmente potencial.
En 1989 (con 60 años), apenas había construido un puñado de cosas.
Dicen que cuando a Gehry le encargaron proyectar un edificio en Elciego, un pueblo alavés de menos de mil habitantes, no accedió inmediatamente porque, bueno, su obra pertenecía a las grandes ciudades.