Thread by @antigua_roma

Esta noche de difuntos, en Antigua Roma al Día, prepárate para conocer a los fantasmas que atormentaban el descanso de los romanos en este #HiloRomano especial de #Halloween

Los romanos eran una de las civilizaciones más supersticiosas (en el sentido actual del término) y precavidas en lo relacionado con los muertos. Los espíritus que rodeaban a los vivos estaban muy presentes en las vidas de los romanos y debían ser aplacados...

Sabemos con seguridad que los fantasmas ya atormentaban las mentes de los romanos. El relato más antiguo que conservamos en el que aparecen presencias fantasmales se encuentra en una carta de Plinio el Joven cuya narración ahora vamos a descubrir.

Cuentan que en Atenas había una casa grande y espaciosa que nadie quería porque todos decían que sellaba un destino mortal sobre aquellos que se atrevían a entrar en ella. Algunos incluso decían que por las noches se oía un frío y metálico sonido de cadenas que se arrastran...

El sonido de las cadenas podía oírse entre las columnas del peristilo, primero en la distancia y, después, cada vez más cerca, aproximándose como si las portara alguien con un paso lento y quejumbroso.

Alguno de quienes habían sobrevivido a tan terrible premonición de muerte contó que, tras el ruido, se había encontrado cara a cara con la forma fantasmagórica de un hombre viejo, sucio y decrépito que agitaba las cadenas que ataban sus pies y sus manos frente a él.

Muchos otros no tuvieron tanta suerte pues, tras la visión del espectro les había sobrevenido alguna enfermedad, muchas veces acompañada de visiones en las que revivían la escena. La mayoría habían acabado muriendo sumidos en una terrible desesperación.

Las autoridades terminaron por clausurar la casa y por impedir que fuera vendida o alquilada. Sin embargo, cuando el filósofo Atenodoro llegó a la ciudad, habiendo escuchado la terrorífica historia de aquella morada, decidió descubrir por sí mismo lo que allí estaba ocurriendo.

Esa misma noche, Atenodoro se sentó a escribir a la luz de una lucerna en su tablilla, esperando oír el sonido de las frías cadenas. Al principio tan solo la calma de la noche pero, ya de madrugada, comenzó a oír aquella terrorífica pista de que el fantasma se acercaba.

El fantasmagórico ruido cada vez era más fuerte, pero Atenodoro no dejó de escribir. Finalmente el sonido cruzó el umbral de la puerta de el filósofo se volvió, descubriendo frente a él la figura de aquel espectro con cadenas que le había sido descrito.

Lejos de amedrentarse, Atenodoro volvió a su tarea de escritura, pero el fantasma agitó sus cadenas con fuerza y le hizo un gesto con la mano, como para que le siguiera fuera de la habitación. Entonces, el filósofo decidió ver a dónde le conduciría aquel camino.

El fantasma guió a Atenodoro con los pasos lentos y graves de quien camina con esfuerzo y dificultad por las cadenas que aprisionan sus tobillos. Se detuvo en un punto muy concreto del jardín y allí mismo desapareció sin dejar rastro.

Al día siguiente Atenodoro ordenó excavar en aquel lugar y allí se encontraron los huesos de un hombre aprisionado por oxidadas cadenas de hierro. Se ordenó liberar los huesos y darles sepultura pública y, desde aquel momento, la casa quedó libre de aquel espíritu atormentado.

Esta historia de terror que Plinio narró en una carta a su amigo Sura (Ep. 7,27) tiene también un trasfondo moralizante fundamental en la antigua Roma. Una correcta sepultura era crucial para permitir el descanso de los difuntos.

Los espíritus de los antepasados muertos, conocidos como Manes, eran protectores de los vivos. Sin embargo, también existían espíritus malignos, o larvae, que atormentaban a los romanos, especialmente en algunos días del año muy concretos.

Los lemures eran unos espíritus malignos que trataban de alimentarse de las almas de los miembros de cada familia. Era tarea del Pater familias ahuyentarlos tres veces al año: en las noches de los días 9, 11 y 13 de mayo.

Durante las lemuria, el Pater Familias recorría la casa a oscuras cuando llegaba la medianoche lanzando habas negras y recitando fórmulas protectoras. Los romanos creían que todos los espíritus iban detrás de él y bajo ningún concepto debía girarse a mirar.

El naturalista Lineo nombró a los lémures con este nombre por su actividad nocturna y sus movimientos lentos como los de los espectros romanos ahuyentados en las lemuria.

Los romanos pensaban que había tres días más al año en los que literalmente la puerta que comunicaba el mundo de los muertos con el de los vivos se abría y los espíritus campaban a sus anchas por la tierra. La gente se encerraba en sus casas y los templos permanecían cerrados.

No hay que temer la pobreza ni el destierro, ni la cárcel, ni la muerte. Lo que hay que temer es el propio miedo. Epicteto de Frigia.

Hasta aquí este hilo que nos enseña una vez más que no hay nada nuevo bajo el sol y que incluso las historias de fantasmas y espectros las inventaron los romanos. Nihil sub sōle novum

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