Lo llaman el palacio de las lágrimas. No es un sobrenombre o un apodo para los medios, es el único nombre con el que se le conoce.
Y así reza su cartel a la entrada.
Porque hay lugares marcados por las lágrimas, lugares que cuando entras te sucumben por el dolor que habita en entre sus cristaleras.
Este es, quizás, el más importante en Berlín.
Durante decenas de años si acompañabas a esta estación era por una razón: para despedirte de él o ella.
Quizás para siempre.
La estación servía de control fronterizo para Berlín del Este.
Si un familiar del Oeste conseguía un pase, le recibías allí y a las pocas horas le despedías allí.
Pero lo más duro, lo más doloroso, era las despedidas para los viajeros del Este.
La mayoría de veces con un billete solo de ida.
Aunque parezca sorprendente, la DDR dejaba marchar a mucha gente.
Estudiantes que no creían en el gobierno, políticos que de otras tendencias o simplemente trabajadores que no "aportaban" al país, eran invitados a tomar un tren para el país del oeste.
Miles de personas sabían que al llegar a la estación, abrazarían a sus familias y se despedirían hasta quién sabe cuándo.
Esto ya era de por sí cruel, pero la crueldad de las dictaduras no tiene límites.
Hartos de ver tanta despedida, hartos de ver la humanidad delante de sus caras, los guardias fronterizos decidieron sacar a los visitantes del Tränenpalast.
Si tenían que despedirse, que fuera en la calle, entre el frío y la niebla.
Algún día, no sé si aquí, os contaré lo importante que son para mí las despedidas.
Es un acto vacuo, una acción que obedece a ninguna necesidad y, sin embargo... no podemos vivir sin ella.
La despedida es el acto más humano, porque sirve para sanar una parte de nosotros que no sabemos ni nombre.
Nos prepara para aquello que no podemos aceptar: vivir sin esa persona, sin esa familia, sin esa ciudad.
Pero por suerte, en toda estación siempre hay un Dagobert.
¿Qué quién es Dagobert?
Es nuestro hombre en Berlín, nuestro héroe, nuestra pequeña esperanza.
Dagobert era un ferroviario de la DDR.
Trabajaba coordinando los trenes de Friedrichstrasse, la estación real tras el paso fronterizo del Tränenpalast.
Era, por así decirlo, el jefe de la estación. Sin él, los trenes nunca llegarían puntuales. Toda una tradición en Alemania.
Así que, cada día pasaba por delante de la estación y veía a las familias despedirse de los suyos.
El corazón se le encogía en un puño.
Al instante, pasaba las puertas de cristal y era como si nada ocurriera fuera.
El sistema lleno de papeles, sellos y controles de seguridad proseguía como si la humanidad no pudiera habitar en aquella estación.
Hasta que un día se hartó.
Cuenta la leyenda que una mañana decidió que aquello no podía seguir así.
Las despedidas merece un lugar y un momento.
Así que hizo lo que tenía que hacer.
Abrió las puertas de la estación y dejo a las familias acompañar a los viajeros hasta el tren.
Los guardias de seguridad le gritaban que no podía hacer eso.
Dagobert les gritó que qué pensaban que iban a hacer, marcharse delante de todos aquellos guardias.
Y así fue como un día, por una vez, los viajeros pudieron despedirse de sus familias en el andén.
Hubo lágrimas,
hubo llantos,
hubo mensajes al odio.
Pero lo hicieron como debe ser hecho; aguantando hasta el último minuto con sus seres queridos.
No sé lo que pasó con Dagobert después.
No sé si esta historia es real.
No sé esta tarde caerá todo esto y no nos volveremos a ver nunca.
No sé si estas son las últimas palabras que escucharás de mí.
Pero por si acaso he creado este pequeño andén para que podamos despedirnos
No lo sabéis bien, pero entre todos vosotros me habéis devuelto mi esencia.
Me habéis convertido en un escritor, me habéis hecho aprender y me habéis hecho disfrutar como nunca.
Si Twitter cierra y no vuelves a saber de mí, por favor, solo te pido una cosa.
Recuerda mi nombre.
Porque "un hombre se olvida, cuando se olvida su nombre".
Gracias a todos.
Espero de corazón veros por aquí el próximo viernes, pero por si acaso.
Adiós.
Ha sido un gusto.
Si tú también has echado una lagrimita como yo al escribirlo, que no te tiemble el pulso para darle un último retuit:
Cuando uno va a un funeral, lo mejor que puede hacer es brindar por los buenos momentos.
Así que alzó mi vaso y brindo por vosotros y por los hilanderos que escribieron estos hilos que tanto disfruté.
Hilo de mis hilos favoritos.
Andaba yo buscando información sobre restricciones y Covid y me encontré con este hilo.
No es de arquitectura, ni el más leído de @Pedro_Torrijos , pero es, de largo, al que más cariño le tengo. Porque me cambió la vida.
Sin este hilo, yo no estaría aquí.
Cuenta la leyenda que un Samurai se enamoró de una mujer que se encontró en la primera noche del Obon, la época en la que los muertos visitan a los vivos.
"This' America, man"
Pocas veces se puede decir más con tan poco.
Cuando David Simon, el creador de The wire, escuchó estas palabras a un detective de la policía de Baltimore supo que allí había una historia. Se lo acababa de decir un detenido.