¿Puede una botella de champú salvar vidas?
Esa es la pregunta que se hizo un hombre tras vivir tres sucesos terribles.
Silencio, llanto y oscuridad.
Os invito a conocer la historia de ese hombre y su pregunta.
Os invito a descubrir en este #HiloYTal el resultado de su respuesta.
Invierno de 1996.
El doctor Jobayer Chisti comenzaba su rotación en el servicio de pediatría del Hospital Sylhet de Bangladesh.
Al caer la noche de su primer día de trabajo presenció tres hechos que cambiaron su vida.
Tres neumonías.
Tres niños.
Tres muertes.
Silencio, llanto y oscuridad.
La neumonía era (y es) la primera causa de mortalidad en la infancia.
Más de novecientos mil niños mueren al año.
La inmensa mayoría en países en vías de desarrollo.
En Bangladesh es la principal causa de muerte.
El doctor Jobayer Chisti se golpeó con su realidad.
En su primera noche en pediatría el joven médico comprendió dos cosas.
La primera: la neumonía era en efecto una enfermedad terrible.
La segunda: ante aquello no podía quedarse de brazos cruzados.
Se percató de que el fallecimiento no se producía solo por la infección.
Ocurría por la imposibilidad de "ayudar a respirar" a esos niños.
No era suficiente con oxígeno.
Los pulmones se colapsaban, era necesario también "abrirlos" con presión.
Pero no tenían dinero para máquinas.
No tenían nada salvo vacío, frustración y basura.
El doctor Chisti se reveló.
Y buscó donde nadie más se atrevía.
Encontró esperanza entre lo que no sirve.
Así terminó por sostener entre sus dedos un pedazo de plástico.
Una botella.
Y se hizo una pregunta.
¿Puede una botella de champú salvar vidas?
Simplificando podemos dividir la respiración en dos partes bien diferenciadas.
Inspiración.
Los pulmones se llenan.
Espiración.
Los pulmones se vacían.
Se colapsan y cierran.
Fin.
En la neumonía los niños necesitaban también ayuda para lograr que los pulmones no se cerraran al expulsar el aire.
Eso evitaba que la neumonía robara más espacio.
Al tiempo, hacía menos complejo "abrirlos" al inspirar al no estar colapsados.
Todos sabemos que lo más difícil de hinchar un globo es comenzar a hacerlo.
Una vez "abierto" el aire entra cada vez con menos dificultad.
Si el globo no se cierra del todo es más sencillo después rellenarlo.
El doctor Chisti necesitaba crear un sistema de presión que hiciera ese trabajo al final de la espiración.
Algo que contuviera aire en su interior para generar presión.
Un sistema estanco para que no se vaciaran los pulmones (los "globos").
El joven doctor había trabajado antes en Melbourne.
Había visto máquinas muy caras para lograr aquello.
Pero en su hospital no tenía medios.
Él tan solo tenía una botella de champú entre las manos.
En ella vio un lugar en el que atrapar el aire y generar presión en su interior.
Tomó la botella y la midió con una regla.
Después la llenó de agua y la conectó a una fuente de oxígeno.
Cada centímetro de agua le permitiría saber la presión lograda en su interior.
Diseñó un circuito en el que flujo iba desde una fuente de oxígeno a los pulmones (inspiración).
Después salía de estos e iba a la botella donde genera burbujas (espiración).
Esas burbujas debían generar presión para así mantener los pulmones abiertos.
¿Funcionaría?
Chisti seleccionó a un paciente.
Un niño agotado que estaba cerca de claudicar.
Habló con sus padres y les explicó su alternativa.
El tratamiento habitual o la botella con burbujas.
Un final probable o un final posible.
Los padres asintieron y Chisti comenzó a trabajar.
Tomó la botella.
Marcó los centímetros.
La llenó de agua.
La conectó al sistema de gafas nasales.
Puso esas gafas en la nariz del paciente.
Abrió el flujo de aire.
El agua empezó a burbujear.
Los primeros momentos fueron de incertidumbre.
Chisti temía más el perjuicio que el beneficio.
¿Y si le hacía daño?
¿Y si no funcionaba?
¿Y si aquellas muertes eran inexorables y su pregunta inadecuada?
Pero no hizo daño.
Funcionó.
Transcurrieron unas horas y el niño mejoró de forma paulatina.
El crío, para el que no había otra posibilidad terapéutica, se adaptó al sistema de burbujas.
Sus pulmones no colapsaron.
Respiró.
Tras aquel primer paciente, Chisti diseñó un ensayo clínico con el que demostró el éxito de su nuevo tratamiento.
Durante dos años reclutó 225 niños.
La mortalidad pasó del 21% al 6%.
Publicó sus resultados en @TheLancet bit.ly/3gIifLU
El sistema de presión positiva con burbujas se extendió rapidamente a otros centros.
Una regla.
Agua.
Fuente de oxígeno.
Un sistema de gafas nasales.
Y una botella de champú.
La botella de champú salvaba vidas.
También hoy día continúa haciéndolo.
Su trabajo se ha copiado, replicado y hasta comercializado.
Actualmente el doctor Mohammod Jobayer Chisti desarrolla su labor asitencial y de investigación en el "International Centre for Diarrhoeal Disease Research" de Bangladesh.
Es un hombre afable, cercano y humilde.
Sirva este #HiloYTal como homenaje al doctor Chisti pero, sobre todo, a los niños que ante enfermedades graves no disponen de medios para hacerles frente.
Gracias por la lectura.
Un saludo.
PD: tenía este hilo en pendientes desde hace años. Agradezco los RT y comentarios. Muchas de las imágenes las he obtenido de este reportaje de la BBC.
PD1: como podéis imaginar la idea de Chisti se ha tecnificado. Aquí tenéis un ejemplo. El uso de presión positiva para ayudar a respirar a los más pequeños es fundamental en el tratamiento de procesos respiratorios graves.
PD3: please @threadreaderapp unroll lo de arriba que así no se pierde y tal. Gracias.
• • •
Missing some Tweet in this thread? You can try to
force a refresh
Tras la publicación de un artículo científico revisado puede que alguien piense que las conclusiones son erróneas.
Ante eso existe la posibilidad de comentarlo en la revista que lo haya publicado (y hasta se puede lograr su retirada).
Para ello se debe escribir un comentario refutando el trabajo en cuestión. Esto se debe referenciar y contrastar.
Una vez escrito se envía a la revista que lo revisa y, si procede, da la posibilidad a los autores iniciales de responder antes de hacer público el comentario.
De este modo se establece un diálogo entre autores y lectores que termina por acotar lo observado.
Y como he dicho, se puede llegar a retirar un trabajo si se demuestran errores que lo justifiquen.
Aquí puedes ver un señor que no conoces, un señor que sabe nadar, un señor que seguro que conoces y una rata pasándolo mal.
Los cuatro tienen algo que contarnos.
Ahora respira hondo porque empezamos un #HiloYTal en el que el oxígeno será fundamental.
1️⃣ El señor que no conoces.
Este hombre es Johannes A. Kylstra.
Es un científico, un tipo serio.
Desarolló su carrera profesional mostrando gran interés por esa magia que es la odisea del oxígeno a las células a través del aire y la sangre.
Kylstra hizo sus experimentos en los años 60 y 70.
Su objetivo fundamental era optimizar la difusión de gases.
Y de tanto optimizar llegó a una pregunta extraña: ¿existe un medio mejor que el aire para que el oxígeno difunda al torrente sanguíneo?
Imaginad que hay una epidemia.
Un virus cualquiera.
Se vacuna el 85% de la población.
Pasado un tiempo se analiza la efectividad y se observa que de todos los infectados el 50% estaban vacunados.
¿Qué te parece la efectividad de esa vacuna frente a la infección? #EncuestaYTal
Mañana la respuesta.
No han pasado 24 horas pero visto el número de respuestas y dado que los porcentajes no variarán mucho procedo a comentar la cosa.
La señora Schmidt sostiene la mano de su marido.
- Karl, pidamos ayuda.
El señor Patterson Schmidt niega con la cabeza.
- No, no quiero enmascarar los síntomas.
Después escribe en su diario.
Podrían ser sus últimas horas de vida.
19 de junio de 1890, Lake Forest (Illinois)
Un bebé llora en la casa del profesor George W. Schmidt.
Margaret Patterson Schmidt mira al pequeño Karl.
Ambos sonríen a su primogénito.
La felicidad se detiene junto ellos por un momento, después sale silenciosamente por la puerta.
Junio de 1907, Wisconsin
Karl y su hermano capturan una pequeña serpiente en los campos de trigo.
Se han mudado a una granja.
Margaret hace visera con sus manos mientras observa.
Huele a humo, algo se quema.
Corre sonriente a apagar el fuego que calienta el agua para el baño.