En 1912, en San Francisco decidieron que no cabían más muertos en la ciudad, así que desenterraron a sus cadáveres, LOS MONTARON EN TRANVÍAS Y SE LOS LLEVARON AL PUEBLO DE AL LADO.
El viernes 18 de abril de 1906, la falla de San Andrés sacudió la ciudad de San Francisco en un sismo de magnitud 7.9. El movimiento de tierra provocó una serie descontrolada de incendios en cadena que se prolongó durante varios días.
Tras la catástrofe, el 80% de la ciudad había quedado destruida. Más de 10 000 personas murieron como consecuencia directa o indirecta.
Pero además, la tragedia trajo consigo un problema más mundano: un problema de sitio.
Porque es una cosa que tiene la materia, que ocupa sitio. Concretamente, los seres humanos ocupamos un montón de sitio. También lo ocupan las piedras, las cucarachas y las novelas que se desarrollan en Nueva York (guiño).
Pero es que los seres humanos ocupamos mogollón.
Tanto con nuestros cuerpos como con nuestras acciones: las casas, los pueblos, las ciudades, los embalses, las autopistas de peaje, los aeropuertos...todo eso ocupa sitio. Y lo malo es que los artefactos creados por la Humanidad siguen ocupando casi para siempre.
Al menos los seres humanos dejamos de ocupar cuando la palmamos.
(O quizás no).
No, claro que no. De eso se dieron cuenta enseguida en San Francisco cuando descubrieron que no tenían sitio en la ciudad para enterrar a los más de 10.0000 muertos del terremoto y el incendio de 1906.
¿Pero cómo era posible que no hubiera sitio?¿No había cementerios?
La respuesta es terroríficamente prosaica: no había cementerios porque no eran urbanísticamente rentables. Es decir, el suelo para construir un edificio era mucho más caro que el suelo para enterrar fiambres.
Imaginad lo que podía costar este cementerio en plena ciudad.
En realidad, los cementerios de las grandes ciudades llevaban quedándose pequeños desde mediados del siglo XIX. Pensad que en el caso de San Francisco, la población pasó de 1000 habitantes en 1845 a más de 400.000 en 1910.
Eso son muchos vivos y también muchos muertos.
Además, y aquí está la vaina, el m2 de solar urbano era cada vez más caro, así que no compensaba agrandar los cementerios existentes si ello suponía perder un buen montón de jugosos dólares procedentes de la especulación inmobiliaria.
(iz. plano de 1876/Dr. vista actual de SF)
Por esta razón, además de ciertas cuestiones de salubridad, San Francisco ya había prohibido la construcción de nuevos cementerios en 1900, así que la crisis de 1906 aceleró una solución que parecía inevitable: sacarían a los muertos de la ciudad y llevarlos a las afueras.
Pero no se llevarían solo a esos 10.000 nuevos cadáveres. Se lo llevarían a todos.
Una orden municipal de 1912 obligó a desalojar todos los cementerios existentes. EN SERIO.
(Esta foto recoge los momentos de las exhumaciones masivas).
Y esa misma orden municipal decía que, todos esos cuerpos y lápidas deberían trasladarse a Colma, algo que era poco más que un suburbio deshabitado al sur de la ciudad.
Lo suficientemente lejos como para evitar los problemas de salubridad y de encarecimiento del suelo, pero lo suficientemente cerca como para que el barrio se convirtiese, de facto, en la necrópolis oficial de la ciudad. Necrópolis etimológica: Ciudad de los Muertos.
El proceso de traslado de los cadáveres fue una hazaña que necesitó la construcción de una línea ferroviaria exclusiva, alimentada por tranvías dedicados a la noble (y siniestra) tarea del traslado de difuntos.
Y ojo, que disponían de primera y segunda clase y molaban bastante.
La cosa fue tan larga y tan difícil que hasta 1940 no se dio por finalizada. Mientras tanto, con el dinero constante que recibía por sus múltiples servicios funerarios, incluido el alojamiento de familiares de los finados, Colma ya se había independizado de San Francisco en 1924.
80 años después, Colma es un pueblo, ejem, muy tranquilo ocupado en un 75% (!!) de su superficie por cementerios.
3,5 km2 que, traducidos a unidades periodísticas, digamos que si Colma mide 675 campos de fútbol, 500 campos se ocupan bajo tierra.
Todo eso verde son cementerios.
Un paisaje en el que se suceden apacibles arboledas y promontorios de hierba colonizados por cruces y lápidas, de un modo perfectamente ordenado, pacífico y saludable a lo largo de 17 colosales cementerios para seres humanos y, bueno, también uno para mascotas.
De hecho, en cuanto a seres humanos *vivos*, Colma solo cuenta con unos 1.600 habitantes bastante anónimos.
Pero bajo sus idílicas laderas descansan más de un millón y medio de personas.
Y esos cadáveres no son tan anónimos.
Entre los ilustres fiambrea de Colma están personalidades como el famoso pistolero Wyatt Earp, Levi Strauss (el de los vaqueros), el bateador Joe DiMaggio y el perro de Tina Turner.
A día de hoy, Colma sigue viviendo en gran parte del dinero que le reporta su colosal extensión de cementerios y aún es la provincia mental donde descansan los muertos de San Francisco.
De hecho, durante un tiempo usaron el cachondo lema “Es genial estar vivo en Colma”.
Sin embargo, en los últimos tiempos han aparecido un cierto número de negocios convencionales; talleres, centros comerciales, restaurantes. Quizá se estén anticipando a un futuro razonablemente incierto...
Porque, como la gente está abandonando la práctica del entierro y se inclina cada vez más por la cremación, las reservas de espacio se hacen menos necesarias.
Al fin y al cabo, las cenizas de un ser humano ocupan mucho menos espacio que un ser humano.
Como bien sabe Indy.
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VENÍOS, QUE VA A MOLAR.
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La última que he contado es la del Rascainfiernos. La casa que se construyó Fernando Higueras para engañar a la muerte. instagram.com/p/CqVHk4Mto8k/
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(Fin del HILO 🇺🇸🪦🚎🧟♂️)
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El 5 de diciembre de 1952, una niebla densa y oscura se levantó sobre Londres. Demasiado oscura. Demasiado densa.
Cuando se fue 5 días después, había matado a 4.000 personas PERO SALVARÍA DECENAS DE MILES DE VIDAS.
En #LaBrasaTorrijos, el Gran Smog que cambió Inglaterra.
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Cuando el señor Wilson Patrick Daley quiso coger el bus desde su casa en Waterloo para ir a su trabajo en la City, se encontró con la parada llena de londinenses indignados: la BBC acababa de anunciar que los autobuses dejaban de circular hoy por culpa de la niebla.
Es cierto que había una niebla espesa pero nada que asustase a la gente de Londres. Otro día de "sopa de guisantes".
Seguramente se la llevaría la lluvia por la tarde.
Cuando el embajador egipcio fue a la Mezquita de Washington, supo que algo iba mal:
—Es impura. Apunta al noreste y La Meca está al sureste.
—Sí— dijo el arquitecto —Se orienta al noreste pero apunta DIRECTAMENTE a La Meca.
¿Cómo es posible?
Os cuento en #LaBrasaTorrijos
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En el centro de la mezquita saudí de Masyid al-Haram, en el centro de La Meca, se levanta la Kaaba. Un prisma negro que es mucho más que eso.
Es la Casa de Alá.
El lugar donde lo divino toca lo terrenal.
El centro del Islam.
Y sí, he usado tres veces la palabra "centro" porque ese prisma negro es literalmente el punto central al que se debe orientar el rezo de TODOS LOS MUSULMANES DEL MUNDO.
A esa dirección se la llama Qibla y se aprecia perfectamente en ordenación centrípeta de la propia Meca.
En 2018, un operario miró a lo alto del rascacielos en el que estaba trabajando en Nueva York. Algo iba MUY mal: el edificio se estaba inclinando.
A día de hoy, la torre está abandonada y nadie sabe bien qué va a pasar con ella.
Os cuento su historia en #LaBrasaTorrijos
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Desde hace cien años, Nueva York es la ciudad de los rascacielos. Aunque naciesen en Chicago, aunque los más altos estén en Dubai o los más densos se levanten en Shanghái, Manhattan sigue siendo el centro de la religión de los edificios en altura.
Desde los grandes dioses urbanos, como el Chrysler o el Empire State, pasando las torres con la historia más increíble, como el Citicorp Center (guiño), hasta llegar a los finísimos ultrarrascacielos que han vuelto a florecer como agujas hacia Dios.