A finales de los ochenta España ya había presumido de Naranjito.
En Getafe, una mujer llamada Carmen, tendía la ropa de Antonio, su marido.
Carmen canturreaba feliz mientras ponía al Sol una camisa y dos pantalones.
Colgaba sin saberlo una condena de muerte para ambos.
Getafe es una de las ciudades que hace cinturón de Madrid.
En los ochenta su población era gente de todas partes de España buscando una vida.
Carmen y su marido, Antonio, llegaron con un hijo y dos maletas.
También se trajeron varios sueños y el deseo de una familia numerosa.
Antonio, tras encontrar casa, buscó trabajo.
Sin formación tendría sitio allí donde primaran las manos sobre otras habilidades.
Caminó los diferentes polígonos hasta llegar al más cercano al Cristo del Cerro de los Ángeles.
Para un creyente como él nunca sobraban las señales.
Tras varias entrevistas regresó a casa.
Cruzó una ciudad en ciernes mezcla de barro y ladrillo.
De las Margaritas a la avenida de España escuchó el acento de todas las provincias.
Al abrir la puerta su mujer le abrazó.
Habían llamado de una fábrica, al día siguiente le esperaban.
Antonio escuchó atento las indicaciones del capataz.
"Aquí se deja la ropa, aquí se coge el casco".
"La comida se trae de casa".
"Si pican los ojos o la nariz poneos unas gafas o un trapo".
Antonio se cambió feliz.
Tenía trabajo.
Tenían futuro.
La adaptación fue rápida.
Encontró amigos con facilidad.
Hombres de mediana edad con hijos pequeños que también orbitaban cerca de la capital.
Los fines de semana eran días de comidas compartidas y visitas al cerro.
Pasaron los meses y el hijo se convirtió en tres.
Antonio ganó canas, también una tos matutina de fumador que no fumaba.
En la fábrica le picaban los ojos, se compró unas gafas.
No entendía por qué le costaba cada vez más caminar hasta casa.
Carmen se dedicó a cuidar de los niños.
Un trabajo invisible y no remunerado.
Cuando Antonio abría la puerta ella salía a darle un beso y se manchaba los labios de blanco.
Besos amargos y metálicos.
Después Carmen se limpiaba para seguir trabajando.
Ese blanco viajaba desde la fábrica pegado a la piel de Antonio.
Era un polvo que se unía a él y flotaba imperceptible en su hogar.
Carmen lo respiraba al sacudir la ropa en el cuarto de la lavadora.
Y los niños lo miraban al trasluz mientras jugaban.
Se estableció una rutina venenosa alimentada por la ignorancia.
La felicidad del no darse cuenta.
Nada más peligroso que un asesino que no sabes que ya está contigo.
La primera vez que Antonio tosió sangre era sábado.
La primera vez que no pudo ocultarlo ya era tarde.
No pudo respirar su mujer cuando el médico les dijo que aquello era cáncer.
No pudieron respirar sus hijos cuando lo enterraron.
Paulatinamente entre las familias de la fábrica se dejaron de celebrar comidas.
La enfermedad se repetía en cada salón.
Padres con pulmones rotos y polvo blanco escondido entre las sábanas.
Aquello llevó a una conclusión que habitaba y surgía de un solo sitio.
El lugar dónde se rompió el sueño de Carmen y Antonio.
El sitio dónde si no puedes respirar te pones un trapo o si te pican los ojos hay que comprarse gafas.
La fábrica.
Antonio trabajó durante años en la fabricación de fibrocemento o "uralita".
Material que se reforzaba con amianto.
Antonio ignoraba el peligro de aquella sustancia.
Ningún trabajador sabía qué era lo que respiraban y se iba con ellos a casa.
Amianto como causa de un cáncer terrible en la pleura llamado mesotelioma.
Amianto como causa de daños pulmonares irreversibles.
Amianto como pesadilla.
Amianto, no hay más palabras.
La primera vez que Carmen tosió sangre era lunes.
Se llevó la mano a los labios.
Después asumió lo que vendría y pensó en Antonio.
No se arrepintió de ninguno de sus besos y abrazos.
Las familias se organizaron para buscar justicia.
En el lento caminar de sus reclamaciones más mujeres cayeron enfermas.
Se habían contaminado inhalando el polvo blanco que escapaba de la ropa.
Amas de casa también condenadas.
Hoy en Getafe no hay fábrica de uralita.
Queda su cicatriz a unos cientos de metros del cerro de los Ángeles.
Queda la gente y la pena por los seres queridos.
Queda una lucha que sigue.
Sirva este #HiloYTal como homenaje a todos los que desde provincias fueron a Getafe para cumplir un sueño.
Trabajadores indefensos en busca de una vida mejor.
Para los Antonios y las Carmenes.
Que nadie los olvide.
Que jamás se repita.
PD: este #HiloYTal está basado en hechos reales. Carmen y Antonio no existen pero sí muchas personas con historias semejantes.
Gracias por llegar hasta aquí. Si te ha parecido de interés se agradece la difusión y el retuit.
PD1: viví en Getafe y tengo familia allí. La fábrica de Uralita era conocida por todos. Recuerdo ir a su campo de fútbol, allí entrenó el Atlético de Madrid por ejemplo. Contar esta historia lleva en mi cabeza unos meses. Ya está fuera.
PD2: podréis encontrar información haciendo una búsqueda muy sencilla. Esta gente todavía sigue luchando. elpais.com/ccaa/2019/01/0…
PD4: amigo @threadreaderapp, unroll lo de arriba para que no lo pierda.
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Un pueblo en el que sus habitantes son observados.
Ceden sus datos, sus hechos objetivos, y dejan pasar el tiempo para regalarnos sus consecuencias.
Hoy un #HiloYTal sobre un lugar que se ha hecho números para cambiarnos la vida.
Todo empezó con el final de Franklin D Roosevelt.
Roosevelt vivió marcado por la polio y murió por un problema cardiovascular (hemorragia cerebral).
Su muerte fue luz y taquígrafos para un elefante que llevaba tiempo asentado en la habitación.
Harry Truman, sucesor de Roosevelt, asumió que la sociedad tenía dañados su corazón y vasos sanguíneos.
Por ello firma la ""National Heart Act".
Tras poner un nombre vendrían los hechos.
El problema es que necesitaban datos para transformar creencia en conocimiento.
En la feria de coches de segunda mano de Macungie un hombre cae al suelo.
Se llama Philip Solomon.
Su mujer camina delante, a unos metros, y cree que ha tropezado.
Pero no ha tropezado.
Cuando intenta levantarle entiende que algo ocurre.
Y siente miedo.
PHILIP SOLOMON
Philip abre los ojos
Un pistón golpea su pecho.
Ve llorar a su mujer y puede leer una palabra: LUCAS.
Intenta levantar los brazos pero no puede.
Alguien le mira tranquilo.
Es un tipo vestido de naranja.
Paramédico.
Después Philip pierde el conocimiento.
No hay nada.
Salvo Suecia.
¿Puede una botella de champú salvar vidas?
Esa es la pregunta que se hizo un hombre tras vivir tres sucesos terribles.
Silencio, llanto y oscuridad.
Os invito a conocer la historia de ese hombre y su pregunta.
Os invito a descubrir en este #HiloYTal el resultado de su respuesta.
Invierno de 1996.
El doctor Jobayer Chisti comenzaba su rotación en el servicio de pediatría del Hospital Sylhet de Bangladesh.
Al caer la noche de su primer día de trabajo presenció tres hechos que cambiaron su vida.
Tres neumonías.
Tres niños.
Tres muertes.
Tras la publicación de un artículo científico revisado puede que alguien piense que las conclusiones son erróneas.
Ante eso existe la posibilidad de comentarlo en la revista que lo haya publicado (y hasta se puede lograr su retirada).
Para ello se debe escribir un comentario refutando el trabajo en cuestión. Esto se debe referenciar y contrastar.
Una vez escrito se envía a la revista que lo revisa y, si procede, da la posibilidad a los autores iniciales de responder antes de hacer público el comentario.
De este modo se establece un diálogo entre autores y lectores que termina por acotar lo observado.
Y como he dicho, se puede llegar a retirar un trabajo si se demuestran errores que lo justifiquen.