El Arco de San Luis es alto como un rascacielos, hijo (legítimo) de Gaudí y se puede visitar POR DENTRO en unas cápsulas futuristas.
No sirve para nada y, a la vez, es el monumento perfecto.
Pero su autor nunca pudo verlo.
En #LaBrasaTorrijos de hoy, Saarinen y el cielo.
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(Se recomienda la lectura del episodio de hoy acompañada de la siguiente banda sonora).
open.spotify.com/track/6iLzFJhs…
Una mañana de 1947, el arquitecto finés Eliel Saarinen recibió un telegrama del ayuntamiento de San Luis anunciándoles que acaba de ganar el concurso para el nuevo monumento dedicado a Thomas Jefferson y a la expansión de los Estados Unidos al Oeste.
Eliel, que tenía 75 años, no podía creer que su proyecto hubiese ganado...
...y tenía razón. A las pocas horas le llamaron diciendo que, o sea, perdón, pero que él no había ganado; quien había ganado era su hijo Eero, que eso os pasa por llamaros E. Saarinen los dos.
Efectivamente, el ganador había sido Eero Saarinen, que tenía solo 37 años y hacía solo siete años que era ciudadano americano.
Y había ganado porque acertó con precisión lo que pedía el concurso: "Un objeto que simbolice la cultura y la civilización estadounidense".
Y sobre todo, que "trascienda en valores espirituales y estéticos". Es decir, que no pedían realmente un edificio, pedían un símbolo.
Y eso es lo que hizo Saarinen: un símbolo.
Una silueta contra el cielo.
El concurso del que se llamaría Gateway Arch supuso un espaldarazo a la carrera de Eero que, hasta ese momento, había trabajado esencialmente en el estudio de su padre y era conocido apenas por un par de obras y, bueno, por las preciosas sillas que diseñó junto a Charles Eames.
De hecho, aunque es muy famoso en el mundo de la arquitectura, Eero Saarinen no es una figura TAN conocida para los neófitos, pese a que casi todo el mundo ha visto alguna vez una obra suya.
Concretamente esta obra suya: la mesa y las sillas Tulip.
Ahora bien, en la década de los 50, Saarinen revolucionó la arquitectura mundial, porque hizo algo que no estaba haciendo nadie: miró al mundo desde el futuro.
Siempre que pudo, siempre que la función del edificio no era determinante, Eero se despojó de los encorsetamientos de la modernidad y exploró las formas y las siluetas; los materiales y los espacios con una mirada expresiva y casi artística.
En el rink de hockey de Yale...
...en el aeropuerto Dulles de Washington, que inauguraría un "estilo" aeroportuario que dura hasta nuestros días (y tiene 70 años).
O el delicadísimo Auditorio Kresge del MIT, con su finísima cáscara de hormigón que define la cubierta y, por tanto, toda la forma del edificio.
Y, sobre todo, con la MONUMENTAL terminal de la TWA en el JFK de Nueva York.
Un ejercicio exquisito de comprensión de lo que significa el hormigón. Un prodigio voluptuosidad formal e ingeniudad futurista (chúpate esa, Calatrava).
Pero durante toda esa década de los 50, mientras construía por todo el país, Eero seguía definiendo el proyecto que le había lanzado y le consagraría: el arco de San Luis.
El Arco junto al río Mississippi.
En todos esos años desde que ganó el concurso, Saarinen fue perfeccionando el diseño del Arco.
Junto al ingeniero Fred Severud, decidieron que esa silueta, ese símbolo, debía ser la forma perfecta. Y la definieron con una única fórmula: una catenaria.
No voy a explicar la fórmula porque no soy ingeniero (y no me acuerdo de nada de estructuras) pero sí diré que una catenaria es la forma más eficaz que puede tener una estructura.
Una catenaria es la forma de una cuerda sometida solo a su propio peso.
Así que una catenaria invertida es la forma perfecta para un arco porque no hay ninguna tracción y ninguna flexión, solo hay compresión.
Pese a su altura y a su esbeltez, el Gateway Arch no está sometido a ninguna tracción y a ninguna flexión. Es una estructura PERFECTA.
(Esto es algo que, por cierto, empleó Gaudí en la maqueta polifunicular porque al construir con piedra, sabía que no podía someterla a flexiones.
Por eso, aunque no lo parezca, el Gateway Arch es, en realidad, hijo legítimo de la Sagrada Familia).
Las obras del Arco comenzaron en 1963 y, con unos cuantos retrasos, incluyendo protestas y juicios porque no se habían empleado a suficientes trabajadores de raza negra, el Jefferson National Expansion Memorial fue inaugurado en junio de 1967.
192 metros de alto (como un rascacielos de 64 plantas) por otros tantos de ancho. 800 toneladas de acero inoxidable rellenas A POSTERIORI con barras de hormigón pretensado.
El trabajo era de tal precisión, que una desviación de un milímetro podía dar al traste con el encuentro.
Aunque inicialmente no tuvo el éxito que se esperaba, a fecha de hoy es uno de los monumentos más queridos de USA, con unos dos millones y medio de visitantes cada año.
Porque, efectivamente, no es solo una silueta: se puede visitar por dentro.
(Sí, eso son ventanitas)
Gracias a un sistema de cápsulas (que parecen de cafetera Nespresso) y a unas escaleras que yo no usaría JAMÁS, se puede llegar hasta el Observation Deck y mirar la ciudad (y el cielo) desde una altura de 192 metros.
Porque, al final, una silueta se define como el contraste entre el objeto y el fondo.
Y el Gateway Arch es exactamente eso: un objeto que quizá no sirve para nada, pero simboliza, con la elegancia de un trazo, el esfuerzo de la especie humana para escribir en el cielo.
(Pero Eero Saarinen nunca pudo verlo).
El 21 de agosto de 1961, justo el día después de su 51 cumpleaños, Saarinen fue al médico porque llevaba ya varias semanas con migrañas. Le hicieron unas pruebas y detectaron un tumor cerebral del tamaño de una mandarina.
Una semana después murió en la mesa de operaciones.
Nunca vio terminada la terminal de la TWA ni el aeropuerto Dulles y ni siquiera llegó a ver empezado el Arco de San Luis.
Pero sí que llegó a ver el cielo.
En 1950, el MIT le encargó el diseño de una capilla para el campus.
Tenía que ser un edificio espiritual pero no adscrito a ninguna confesión específica. Un lugar para que pudiesen ir a rezar judíos, cristianos, musulmanes y hasta agnósticos a meditar.
Eero supo enseguida que ese edificio debía aislarse conceptualmente de los ires y venires del campus.
Así que proyectó un espacio perfectamente aislado: un círculo.
Un cilindro de ladrillo al exterior, pero voluptuosamente ondulado al interior.
Y, al fondo, la luz.
La luz, que es el material más lujoso que hay. La luz, que es capaz de ponernos en conexión con lo trascendente.
Pero la luz que, en realidad, no se ve.
La luz solo existe cuando golpea algo, una pared, un altar de mármol, una nube de polvo.
Cuando nos toca.
Eero confiaba en que la luz del lucernario impactase contra el altar blanco y elevase el espacio de la capilla hacia lo sublime...
...pero no era suficiente.
Por eso, le pidió a su amigo, el escultor Harry Bertoia que le enseñase la luz.
(Y si queréis saber qué hizo Harry Bertoia, pinchad en "Mostrar respuestas", que la historia no ha terminado).
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Lo que hizo Bertoia fue, sencillamente, transformar la capilla del MIT de Eero Saarinen en uno de los espacios más bellos de la historia.
Con una escultura de pequeñas planchas de acero inoxidable, la luz que entra desde el lucernario de la capilla, de repente, existe.
Vibra en cien parpadeos y en mil reflejos.
Como una nube que ha bajado para ser más feliz allí, iluminada desde el cielo de Eero Saarinen.
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La última que he contado es la del edificio atravesado por una autopistas A MEDIA ALTURA: instagram.com/p/CoXrPiQsJpp/
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(Fin del HILO 🌈🌞 ☁️)
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