Echarle la culpa al señor Andrés Manuel López obrador de lo que actualmente sucede es injusto y limitado. Debo reconocer que Andrés es consecuencia no causa.
Abro último hilo y despedida de twitter.
El mexicano se ha formado por generaciones en una cultura aspiracional y al mismo tiempo envuelto en la cultura del fracaso. Sí, duele, pero es la verdad.
Se mueven por la envidia no por la superación, ansían el éxito del otro sin asumir el esfuerzo propio.
El boxeador, futbolista, el cantante, el “mirrey”, al no saber administrarse pierden en poco tiempo su fortuna y terminan en la indigencia.
Pocos de ellos mantienen el equilibrio y desprecian la familia, la cultura, la lectura, la educación, la solidaridad, la espiritualidad.
El escenario es perfecto, solo basta apuntar a la primera corteza cerebral de los electores.
Donde no hay comida, oportunidad, empleo o satisfacción no cabe la racionalidad.
Muchos mexicanos alcanzarán una sensación de bienestar temporal basada en la pírrica lucha contra el poderoso, el rico, el exitoso, el diferente; otros en recibir algo con el menor esfuerzo.
Donde con libertad cada uno emplee sus capacidades y en estas se finque el éxito propio, innovando, descubriendo, no copiando.
Por tanto si la sociedad es ignorante, ganará la ignorancia, si la sociedad es apática, ganará el impulsivo.
El futuro no es prometedor, apenas estamos en el comienzo de una nueva forma de gobernar, a la que una mayoría social informada o no, ha dado su confianza y debemos respetarla.
Dos siglos de mínimo esfuerzo, enquistados en el sistema paternalista más ominoso que nos han dejado los gobernantes y del que yo he sido parte.
Enfocar el esfuerzo para crecer y superar, no al otro, no al de enfrente, superarme a mí mismo. En inventar y descubrir lo hasta ahora no descubierto.
El tiempo es corto y el reto es grande. No cabe en mí la envidia, el rencor y menos el odio. Si a alguien ofendí reciba la disculpa.
A muchos mexicanos les deseo una reflexión sobre el verdadero éxito y luego el éxito.