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Valle de los Caídos, jueves 24 de octubre de 2019. Dos operarios levantan la pesada losa que cubre la tumba de Franco. Al desvanecerse el polvo en suspensión se contempla un hueco completamente vacío salvo por una nota:
«Franco nunca existió».
Los operarios se miran perplejos. ¿Cómo puede ser que alguien se haya colado en la basílica, levantado la pesada losa y reemplazado la momia de Franco por un trocito de papel?
—A no ser... —dice uno de los operarios.
—No, imposible.
Entonces todas las miradas se vuelven hacia los nietos de Franco.
—¿Qué significa esto? —les grita encolerizada la ministra de justicia— ¿dónde está Franco?
—Tranquilícese, señora ministra —dice una voz metálica proveniente de las paredes— tranquilícese.
—¿Quién habla? ¡Muéstrese! ¡Dé la cara!
—Lamento decirle que eso no es posible, señora ministra.
—¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que pretende?
—Debo confesar que empecé a pensar que no vendrían a desenterrar a Franco, pero al final aquí están, justo como había planeado... muahaha.
La enloquecida risa metálica hace retumbar las paredes de la basílica. Uno de los operarios entra en pánico y empieza a correr en dirección a las puertas cuando estas se cierran violentamente.
—NADIE SALE DEL VALLE DE LOS CAÍDOS —grita la voz metálica.
La ministra se vuelve iracunda hacia los nietos.
—¡Vosotros! ¡Vosotros sabíais esto! ¡Vosotros nos habéis conducido aquí! ¿Qué es lo que queréis?
—Nos-otr-os no quer-emo-s nad-a, mi-ni-stra —responde el nieto-robot de Franco—. Som-os am-igo-s.
—Pero qué cojones —responde extrañada la ministra justo antes de acercarse al nieto de Franco y quitarle la máscara para descubrir un montón de circuitos y cables—. ¿Qué diablos sois?
—Somos el futuro, ministra —responde la voz metálica—. Gobernamos durante siglos… y volveremos
La expectación en plató es máxima. Los tertulianos se suceden ante la cámara lanzando hipótesis y elucubraciones, pero lo cierto es que nadie sabe qué está ocurriendo.

«13 HORAS SIN CONEXIÓN CON EL INTERIOR DE LA BASÍLICA» aparece en la parte inferior de la pantalla.
Todos los canales de televisión emiten la misma imagen en directo de las puertas del Valle de los Caídos, ahora iluminadas por grandes focos. Desde que se cerraron las puertas repentinamente nada ni nadie ha entrado o salido.
El reloj marca apenas unos segundos para la medianoche cuando de repente una de las puertas se abre lentamente.
—Atención porque parece que hay movimiento en las puertas del Valle de los Caídos —dice Ferreras.
Del interior sale un hombre malherido vestido con un mono.
El operario sale cojeando de la basílica. En la mano derecha lleva un papel. Tres policías fuertemente armados se acercan a él.
—¡Identifíquese!
El operario alcanza a decir cinco palabras antes de perder el conocimiento.
—La tumba... vacía... ya vienen.
—Se está despertando. Avísalos.
—¿Dó... dónde estoy?
—Tranquilo, está usted a salvo en el hospital —dice una voz.
La cabeza le da vueltas. Los sucesos de las últimas horas le parecen ahora irreales.
—¿Quién es usted?
—Soy la inspectora encargada de averiguar que pasó el jueves pasado en el Valle de los Caídos.
—La tumba... ¡la tumba estaba vacía! Inspectora, estamos en peligro, ya vienen, hay que cerrar el portal, debemos destruir el Valle.
—Sí, sí, claro, «ya vienen», ¿no? ¿Quienes vienen? ¿La ministra y los familiares de Franco? Desde que entraron a exhumar el cadáver no se les ha vuelto a ver. Necesitamos que nos diga dónde están.
—Ellos... cruzaron el portal.
—¿Se refiere a las puertas de la basílica? Porque estas no se...
—No, no, el portal, cruzaron el portal, el portal que hay donde debería haber estado el ataúd de Franco.
—La tumba vacía... ya, claro. Verá, el caso es que cuando entramos al interior encontramos la losa levantada, y en el foso había un ataúd. El ataúd de Franco.
—Imposible. No había ataúd, solo un trozo de papel que decía que Franco nunca existió, yo mismo lo cogí.
La inspectora le muestra un trozo de papel en una bolsa para pruebas.
—¿Se refiere al mismo trozo de papel que llevaba en la mano cuando salió de la basílica?
—¡Sí! ¡Exacto! ¡Analícelo!
—Pero este papel es solo un albarán de material relacionado con la exhumación.
El operario enmudece. ¿Un albarán? No, aquello era una nota que decía que Franco nunca existió, piensa el operario. Le invade una sensación de irrealidad al tiempo que empieza a cuestionarse su propia cordura.
—Ha estado inconsciente mucho tiempo —dice finalmente la inspectora.
La inspectora saca una tarjeta.
—Debo continuar con la investigación. Avíseme si sus recuerdos se aclaran —le entrega la tarjeta—, a cualquier hora.
—No entiendo nada, ¿me estoy volviendo loco?
—... intente descansar. Le pediré a una enfermera que le traiga un calmante.
El calmante le hace efecto enseguida y el operario cae presa de un sueño profundo.

Despierta al oír cerrarse una puerta. La oscuridad es absoluta, salvo por la tenue luz de una farola que entra por las rendijas de la persiana y que dibuja una silueta a los pies de su cama.
Contiene la respiración mientras contempla la silueta oscura. Emite un zumbido casi imperceptible. Finalmente se arma de valor y pregunta:
—¿¡Qué sois!? ¿¡Qué queréis de mí!?
—Nos-otr-os no quer-emo-s nad-a, op-er-ario —responde la silueta-robot—. Som-os am-igo-s.
—¡No! ¡BASTA! No es real, no sois reales, es la mediación que me han dado, sí, tiene que serlo...
—T-odo va se-gu-n lo pr-ev-isto, op-er-ario. El -general- est-á cruz-and-o el vac-ío te-mpo-ral. La ll-eg-ada se co-mpl-eta-rá dur-ant-e la e-ntr-e-vi-sta.
—¿Qué?
—La e-ntr-e-vi-sta.
—No, esto es un sueño, no puede ser real...
—Est-o es r-e-al —dice la silueta al tiempo que deposita un trozo de papel a los pies del operario—. Ah-ora de-sca-nsa par-a la e-ntr-e-vi-sta op-er-ario.
La silueta-robot emite un pitido agudo y el operario pierde el conocimiento.
El sol inunda la habitación cuando el operario vuelve a despertar y comprueba que a sus pies hay un trozo de papel con las palabras «Franco nunca existió» escritas. Quizás no estuviera loco, después de todo.
Piensa en avisar a la inspectora para enseñarle el trozo de papel que demuestra su versión de la historia, pero justo entonces llaman a la puerta. Entra en la habitación un hombre vestido con camiseta y americana negras.
—Hola, soy Antonio García Ferreras.
Tras unos segundos de confusión, el operario reconoce la cara del presentador, pero no sabe cómo reaccionar ante la situación.
—Estamos viviendo acontecimientos históricos estos días —le dice Ferreras al operario, como dirigiéndose a una cámara imaginaria.
—Yo... no sé muy bien qué está pasando —balbucea el operario.
—¡Exacto! —responde entusiasmado Ferreras—. La gente en sus casas se hace esa pregunta. "¿Qué está pasando?". Es obligación nuestra responder esa pregunta —una pausa dramática—. Es momento de hacer periodismo.
—Sí, pero solo soy una víctima —se disculpa el operario mientras esconde la nota que le dejó el robot—, no puedo hacer nada…
—Al contrario. Tienes que contar qué se vivió dentro del Valle de los Caídos el pasado jueves. Ante España. Esta noche. En directo. Programación especial.
—No. De ninguna manera, los recuerdos que tengo de lo que pasó dentro son borrosos, no sé si podría contarlo en una...

"E-ntr-e-vi-sta", escucha decir al robot en su cabeza.
—En una entrevista no —dice Ferreras—, LA entrevista decisiva.
El operario comprende que la entrevista es la clave para entender quién está detrás de todo lo que le ha pasado.
—Sí. Haré esa entrevista…
—Perfecto. Esta tarde vendrá el equipo, pondremos cámaras aquí, aquí y aquí…
El operario deja a Ferreras hablando de periodismo mientras decide en qué sitios es mejor colocar un foco o una cámara. Sale de la habitación y se dirige a una enfermera para pedirle que llame a la inspectora.
La inspectora observa las nubes de tormenta que se están formando en el horizonte. «Franco nunca existió», dice el papel que sostiene ahora en sus manos. Está intentando digerir una extraña historia sobre sombras-robot que acosan a pacientes de hospital por las noches.
Nada de lo que le cuenta el operario tiene sentido alguno. ¿Pero acaso hay algo de racional en toda esta historia? ¿Acaso tiene sentido que las puertas del Valle de los Caídos se cerraran solas y varias personas desaparecieran como por arte de magia en su interior?
—Todo esto es muy extraño —admite la inspectora.
—Sí, pero es real, está pasando de verdad. Y se avecina algo gordo. Anoche el robot me dijo que algo llegaría durante la entrevista. Es esta noche... el portal se va a volver a abrir esta noche.
—El Valle... —susurra pensativa la inspectora.
—Sí, el portal en la tumba de Franco. Tenemos que impedirlo. Tenemos que volar el Valle de los Caídos.
—No se entra así como así en el Valle de los Caídos —dice la inspectora—, y mucho menos para dinamitarlo.
—Pero hay que hacer algo rápido —advierte el operario.
—Debe haber otra forma… Voy a ir al Valle de los Caídos. Tú quédate y haz la entrevista. Si es cierto que esta noche se vuelve a abrir el portal durante la entrevista, estaré ahí esperando a lo que quiera que cruce el umbral —dice la inspectora señalando a su arma reglamentaria.
El cielo sobre Madrid se vuelve cada vez más gris a medida que avanza la tarde. Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer sobre la ciudad y, como viene siendo costumbre durante los días de lluvia, los atascos se suceden por todas partes.
Mientras un equipo de televisión se afana en transformar la habitación del hospital en un plató de televisión, la inspectora detiene su coche junto a la garita de entrada al Valle de los Caídos y muestra su placa a los guardias de seguridad.
Un destello de luz se vislumbra por el retrovisor, seguido a los pocos segundos por un estruendo. El primer rayo de los muchos que caerán esa noche en España.
La lluvia golpea cada vez más fuerte las ventanas del hospital. El sonido de los truenos apenas se oye entre las voces de la gente que hay congregada en el improvisado plató.
El operario espera. No puede hacer otra cosa sino excusarse para ir al baño y así huir de todo el gentío que inunda la planta entera del hospital. Desde el cuarto de baño, el retumbar de los truenos se hace cada vez más fuerte.
Una extensa explanada separa ahora a la inspectora de las puertas de la basílica. La lluvia cae intensamente. Comienza a correr. Con cada relámpago, se dibuja la silueta de una descomunal cruz de piedra sobre el cielo.
Sentado en el cuarto de baño, el operario espera nervioso. Entre truenos y el murmullo constante de la gente que abarrota la planta del hospital.

De repente, el sonido se interrumpe de forma abrupta, y el silencio se hace absoluto.
Un súbito corte de luz deja al operario a oscuras. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, contempla la intensa luz blanca que se cuela por debajo de la puerta. El silencio se vuelve ahora más aterrador.
Los segundos que transcurren hasta que las luces de emergencia se encienden son los más largos en la vida del operario. También son los últimos que recordará.
Una fuerza desconocida tira de la inspectora súbitamente hacia atrás y de repente se encuentra tendida en mitad de la explanada. La lluvia se ha detenido. Enfrente suya, un gigantesco haz de luz blanca ha descendido desde el infinito y ha impactado en la cruz.
Tras unos instantes que parecen años, el haz de luz se apaga y la lluvia vuelve a caer. Sea lo que sea que estuviera viajando por el espacio-tiempo, ya ha llegado.
La inspectora se levanta y continua corriendo hacia la basílica. Al llegar a las puertas arranca la cinta policial y se adentra en las profundidades del Valle de los Caídos.
—¿Qué ha sido eso? —se pregunta uno de los técnicos que prepara el directo en el plató del hospital.
La gente parece en estado de shock. Nunca habían visto nada semejante y la sensación que ahora les invade es nueva para ellos: es la certeza de que algo tan horrible como incomprensible e inexplicable acaba de acontecer.
Mientras la lluvia reanuda su golpeteo contra las ventanas del hospital, todas las miradas se dirigen hacia la puerta del cuarto de baño donde está el operario.
El pasillo de piedra que recorre las entrañas del Valle de los Caídos parece ahora más largo que nunca. A lo lejos, un tenue brillo rompe la oscuridad. El lugar en el que reposaban los restos de Franco.

La inspectora comienza a andar hacia la luz.
El sonido de sus pasos provoca un eco ensordecedor. Poco a poco, va acercándose a la tumba abierta. La losa reposa junto al foso rodeado de cinta policial, en cuyo fondo descansa el ataúd de Franco.
La inspectora rodea la losa y aparta la cinta policial mientras empuña su pistola. Puede sentir los latidos en las sienes. Se asoma al foso y alarga la mano hasta tocar el ataúd.
La inspectora se arma de valor y abre el ataúd. La imagen que contempla es algo que la perseguirá durante toda su vida.
En el interior del ataúd, ataviado con uniforme militar, descansa el cuerpo de un hombre cuyas facciones le resultan familiares a la inspectora. Hace apenas unas horas había estado hablando con él en una habitación de hospital.
Las miradas siguen fijas en la puerta del cuarto de baño. Nadie se atreve a acercarse.
En el interior del cuarto de baño, el hedor es ahora insoportable. Un pequeño cuerpo putrefacto comienza a andar lentamente hacia la puerta y la abre con gran esfuerzo. Al otro lado, una docena de rostros palidecen.
El hombrecillo muerto se abre paso entre la gente. Un terror infinito se dibuja en el rostro de quienes osan mirarle. Nadie se atreve a hablar. Entonces, el cadáver andante encuentra el plató y con voz aflautada pregunta:
—¿Cuál es mi cámara?
—Esta —señala Ferreras—, estamos en directo.
—Bien, bien —responde el zombie mientras se sitúa delante del objetivo.
Quienes de los allí presentes osan mirarle a la cara, descubren como se dibuja en su rostro una sonrisa diabólica.
Entonces, mirando fijamente a cámara, y en directo para toda España, el hombrecillo muerto formula la maldición que perseguirá a los españoles durante mil generaciones:
—Españoles... Franco ha vuelto.
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