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Durante mucho tiempo, muchas culturas vieron en el murciélago a un animal híbrido, de aspecto siniestro y fantasmal. Junto a las rapaces nocturnas se les bautizó como los señores de las tinieblas.
En una de las fábulas de Esopo explica que al igual que la lechuza y otras aves nocturnas, el murciélago huye de la luz porque en su día cometió un delito y desea ocultarse.
En algunos pueblos de España, una antigua superstición llevaba a la gente a clavar murciélagos en la puerta como protección contra posibles demonios nocturnos.
En otros, si uno de estos animales se colaba dentro de una casa, se veía como un mal augurio. Una señal evidente de que alguno de sus habitantes iba a morir. Si se posaba sobre alguna persona, era evidente cuál iba a ser la víctima.
A los murciélagos se las han atribuido tantos poderes naturales, que aparece muchas veces como ingrediente en antiguos tratados de magia y hechizos. Muchas veces se identificó a la naturaleza del murciélago con la del demonio.
El diablo, como ángel caído, aparece en el arte dotado de alas de murciélago, ya que, al igual que los animales, el diablo tema la luz. En los cuadros de aquelarres tampoco faltan los murciélagos tan relacionados con las brujas.
Hoy, el mito más vinculado a la imagen del murciélago posiblemente sea la del vampiro. El célebre Drácula de Bram Stoker fijó el folclore en la imaginación popular del murciélago demoníaco, capaz de chupar la sangre de hombres y mujeres.
En zonas de la antigua Corona de Aragón encontramos al murciélago en sus escudos de armas. Así pasa en Valencia, Barcelona, Palma de Mallorca o en Fraga, vinculados a una leyenda de Jaime I durante la conquista de Valencia.
Los murciélagos han despertado con frecuencia temor, razón por la cual se les ha relegado a la sombra de lo sobrenatural. Parte de ello se debe a ser visto como seres liminales. Es decir, no cuadran dentro del sistema, no pueden ser fácilmente colocados en una sola categoría.
Como seres liminales, los murciélagos fueron vistos a lo largo de la historia como seres ambiguos, que estaban a medio camino entre las aves y los mamíferos. Nada de eso, son tan mamíferos como nosotros, pertenecientes al Orden Quiroptera.
Se trata de un grupo muy diverso, de hecho, los murciélagos representan el 20% de las especies de mamíferos actuales, encontrándose en todos los continentes a excepción de, como no, la Antártida.
Los murciélagos, junto con las aves y los desaparecidos pterosaurios, son los únicos vertebrados que han adquirido la capacidad de volar, con unas modificaciones corporales especiales para ello.
A su mala reputación histórica, vinculada con la oscuridad y su posición indefinida entre unos organismos y otros, en la actualidad, se suma otro temor hacia estos animales: la de transmitir enfermedades.
En las últimas semanas se ha hablado de ellos porque trazando el origen del virus de la #COV19 todo apunta a que su origen se encuentre entre los murciélagos. No es el primer virus que salta de los murciélagos a los humanos.
Este salto interespecífico de una patología, se denomina zoonosis, del griego “zoo” (animal) y “nosos” (enfermedad), en las que una enfermedad infecciosa puede transmitirse de forma natural de los animales a los humanos y al revés, de los humanos a los animales.
Tanto el coronavirus actual, como el el virus del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) o el Síndrome Respiratorio del Medio Oriente (MERS-CoV) parecen tener su origen lejano en los murciélagos.
Y digo lejano, porque parece que en ningún caso el salto del virus de los murciélagos a los humanos ha sido directo, sino que ha pasado previamente por otra especie de mamífero, a través del cual ha llegado al humano.
En el caso del MERS-CoV el intermediario parece ser el dromedario, en el caso del SARS las civitas podrían haber actuado como intermediario. En el SARS-CoV-2 se cree que los pangolines podrían haber sido los intermediarios.
Más allá de los coronavirus, los murciélagos son conocidos por poder transmitir los virus de la rabia, el virus Ébola, el virus Marburg, el virus Hendra y Nipah, y otros muchos. Los murciélagos son grandes reservorios de virus patógenos.
Su comportamiento gregario y social facilita que los virus se transmitan entre los individuos de una colonia, manteniéndose en ellas. Además son animales de longevos, algunos pueden vivir más 30 años, multiplicando las posibilidades de transmisión.
Pero lo más sorprendente de todo, es que aunque los murciélagos aparecen muchas veces infectados con un gran número de virus, la mayoría de las veces parecen no verse afectados por las infecciones.
Esta inmunidad aparente de los murciélagos sigue sin conocerse en detalle, pero los estudios apuntan a que está relacionada con lo que siempre ha fascinado y aterrorizado a los humanos, su capacidad de vuelo.
Entre los muchos cambios que han sufrido los murciélagos para poder volar, el sistema inmunitario también parece ser uno de ellos. Ello se explicaría por la alta demanda energética que requiere el vuelo de los murciélagos.
Esta demanda es tan grande que durante el mismo se fragmentan muchas células del cuerpo, liberando fragmentos de ADN. Los mamíferos tenemos sistemas que identifican estos fragmentos de ADN para responder a su presencia.
En la mayoría de los casos, la presencia excesiva de fragmentos de ADN indican que hay una infección vírica y se responde dando lugar a las inflamaciones típicas. En los murciélagos parece que no es así.
Como la liberación de ADN es constante, fruto de su actividad, el sistema de detección y reacción a su presencia se ha relajado, no dando lugar a las inflamaciones o reacciones “excesivas” del cuerpo ante una infección.
Esta respuesta más débil, podría permitirles reaccionar ante el virus de manera efectiva, pero sin dar lugar a una respuesta excesiva que pueda causar daño al cuerpo.
cell.com/cell-host-micr…
Durante el vuelo, la demanda energética hace que la temperatura de estos animales muchas veces este en los 40ºC. Esto supone un inconveniente para los humanos y otros mamíferos.
Los virus que saltan de los murciélagos a otros animales están adaptados a convivir con organismos en “fiebre” constante, lo que dificulta que nuestra fiebre resulte efectiva para combatirlos.
Sabemos que los murciélagos, al igual que los roedores, son animales que acarrean un gran número de virus que en algún momento pueden pasar a infectar a otros animales, y de éstos, a los humanos.
Pero esto no justifica ni de lejos que se hable de exterminar sus especies ni acabar con sus colonias. Algunos “tertulianos” y “opinadores” han sugerido llevar a cabo un “baticidio” para evitar futuros problemas.
Un “baticidio” supondría un desastre ecológico, y quizá sanitario. Muchas de sus especies se alimentan de insectos, entre ellos de mosquitos, otros grandes transmisores de patógenos. Sin murciélagos habría más mosquitos y otros insectos.
Otros murciélagos son necesarios para la polinización y dispersión de muchas plantas. El deseo del “baticidio” no tiene ningún sentido científico, las enfermedades emergentes no dejarán de aparecer aunque los extinguiéramos.
Hablar de su exterminio, además de ser una irresponsabilidad enorme, no es más que una manifestación más de los mitos y falsas creencias que siempre han girado alrededor de estos animales. Una manifestación de información y conocimiento.
No debe achacarse ni la actual pandemia, ni ninguna epidemia anterior a los murciélagos ni a ninguna otra especie. Si hay algún actor en esta historia que tiene alguna responsabilidad es el humano.
Cada vez más estudios establecen que la aparición de las enfermedades emergentes está vinculada a la destrucción de la naturaleza. Bien sea la destrucción del hábitat o la caza y consumo de animales salvajes.
Son las poblaciones humanas las que roban espacio a la naturaleza y se exponen a nuevos patógenos. No es la naturaleza, ni los virus los que atacan. Ni una epidemia es una guerra, por mucho que los políticos usen un discurso belicista a todas horas.
Para evitar, o al menos reducir el impacto, de futuras epidemias, no hay que acabar con ninguna especie, ni empobrecer a la naturaleza, sino lo contrario, cuidarla y estudiarla. Entender que nuestra salud está vinculada a la salud de la naturaleza.
La pérdida de biodiversidad y la deforestación masiva eleva el riesgo de transmisión entre animales, ganado y humanos. Alterar el medioambiente favorece la transmisión de enfermedades como la malaria, el zika o el dengue.
Invertir dinero en investigación y programas de seguimientos de las poblaciones de animales que sabemos que pueden ser reservorios de patógenos. El posible salto de un nuevo coronavirus de murciélagos hace años que lo anunciaban algunos trabajos.
Saber dónde, cuándo y en qué circunstancias es difícil de saber, pero con programas de seguimiento constantes la humanidad podría mirar de anticiparse o ver venir el problema.
Nuestra salud depende en gran parte de entender la salud del resto de organismos del planeta, si no estudiamos al resto de animales, llegaremos siempre tarde. Y ahí entra el estudio y conservación de los murciélagos.
Su principal amenaza somos los humanos, y sus ideas de “baticidios”, junto al uso de pesticidas y la destrucción de sus hábitats. Es cierto, como he dicho, que los murciélagos cumplen muchas funciones ecológicas…
pero no quiero priorizar en su conservación, ni en la de ningún otro organismo, un enfoque utilitario. Los murciélagos, como toda especie, deben conservarse porque sí. Porque la conservación es un asunto esencialmente ético y no utilitario.
Dejo aquí una entrada que escribí hace unos días sobre el tema de la pérdida de diversidad y la aparición de enfermedades emergentes.
mosquitoalert.com/destruir-la-na…
Gracias por la lectura, y, por favor, cuidad de los murciélagos. Son seres adorables.
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