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Cuando hablamos en fantasmas, pensamos en sonidos extraños y apariciones, no exactamente un dolor de estómago.

Bueno, para los habitantes de la antigua Mesopotamia, todas esas cosas podían ser productos de fantasmas.

Pero ¿de qué hablaban cuando hablaban de fantasmas? ⬇️
Un Fantasma. Obviamente, se trata de un espíritu, y maligno, por cierto. Ahora bien, en la tradición mesopotámica había toda una clasificación de espíritus malignos. Es difícil darles una traducción exacta a muchos de ellos. Algunos serían demonios, otros dioses desfavorables.
Pero detengámonos en una clase en particular, aquellas que podemos traducir propiamente como fantasmas, debido a su parecido con nuestra propia idea de fantasmas: estos eran llamados GIDIM en sumerio, eṭemmum en acadio.
Los eṭemmū eran las almas de personas fallecidas que por algún motivo no podían encontrar descanso, y vagaban por al tierra como espectros. ¿Pero por qué atormentaban a los vivos? Cuando una persona moría, su alma se iba a una especie de inframundo, “la Casa de Polvo”...
...donde todos pasaban una existencia más bien miserable, alimentándose de polvo, barro y cualquier libación u ofrenda que les hicieran sus familiares vivos. Si se cortaba la provisión de tales bienes, el alma pasaba hambre, y podía desear volver a la tierra para saciarse.
En cierto sentido, el hambriento espíritu saciaba sus necesidades atormentando a una persona. Hay aquí una curiosísima relación entre la posesión por parte de un fantasma y el deseo del fantasma de parar el hambre que lo atormentaba.
Claro que el origen de las almas en penas podía ser distinto: un hombre que hubiese sufrido una espantosa o particularmente cruel muerte podía buscar venganza, o si una persona moría y su cuerpo no era enterrado, también podía volver bajo la forma de un espíritu.
Encontramos en las tablillas cuneiformes varios ejemplos de estos casos: “el que murió de sed en prisión”, “el que murió en la estepa o en los pantanos”, “al que una tormenta dio alcance en el medio del desierto”, “el que no tuvo descendencia”. Todos eran potenciales espíritus.
Un caso especial era el de los fantasmas de las mujeres que morían en el parto o mientras cuidaban de sus hijos. Este tipo de espíritus era muy común en las tradiciones orientales, y guarda cierta relación con Lilith, de la tradición rabínica.
En la antigua Mesopotamia se pensaba que los fantasmas, una vez en la tierra, podían manifestarse de tres formas: a través de horribles alaridos, persiguiendo a personas, o causando una serie de dolores físicos. Estos últimos casos son de los que más noticias disponemos.
En los primeros dos casos, oír o ver un fantasma, tal hecho no era solo una experiencia traumática, sino que era un presagio de desgracia para quien lo viera/oyera y para su familia. Esto aplicaba tanto a encuentros reales como en sueños.
Parece que algunas personas eran especialmente propicias a este tipo de encuentros, como lo muestra cierta recitación: “personas muertas a las que no conozco, y muchas personas muertas a las que no conozco se aparecen ante mí a menudo”.
Mencionemos que los encuentros también podían deberse a la práctica de la necromancia, a la invocación de los muertos. Parece que existía cierto tabú alrededor de este tema, y no sabemos mucho al respecto. En todo caso, los encuentros ente vivos y muertos debían evitarse siempre.
La última categoría de fantasmas es esa que se caracteriza por la aparición de síntomas físicos en una persona. Estos síntomas, más que el resultado de un encuentro como los recién descriptos, son el efecto de la presencia de un fantasma hasta entonces inadvertida.
Es decir, los mesopotámicos adscribían muchos malestares y enfermedades a fantasmas. Y en este sentido, la medicina y la magia, el tratamiento y el exorcismo, iban de la mano en la Mesopotamia. El especialista, el āšipum, era un sanador, pero también un eficaz caza-fantasmas.
Las enfermedades causadas por fantasmas iban desde lo más simple a lo más terrible. “Si un hombre siente dolores continuos en el músculo del cuello, (es debido a la) mano de un fantasma”, “si una persona vomita de continuo y no retine el pan, (es por la) mano de un fantasma”.
Un persona podía “tener fantasmas” en las orejas, en los ojos, en los intestinos... Podían causar mareo, dolor muscular, agotamiento, fiebre, problemas respiratorios, agotamiento, diarrea... En fin, casi cualquier problema físico podía atribuirse a una posesión fantasmagórica.
Pero también podían causar aflicciones que hoy llamaríamos psicológicas o anímicas. Podían causar confusión, desorientación y lo que podría ser comprendido como depresión crónica. Algunas tablillas parece incluso dar señales de trastorno bipolar. Aquí un ejemplo general:
“Si un fantasma aflige a una persona y, como resultado, se pone frío y luego caliente, sus momentos de confusión son numerosos, no descansa ni de día ni de noche, llora con el llanto de una cabra repentinamente y sin razón, la mano de un fantasma lo poseyó en la estepa”.
Entonces, ¿qué hacer si un fantasma nos atormentaba? Pues los mesopotámicos se preocuparon muchísimo de esto, y nos dejaron largas listas prescriptivas con instrucciones de cómo proceder y muchos textos con recitaciones rituales para exorcizar espíritus.
Los exorcismos eran el principal método de deshacerse de fantasmas: el recitador o āšipum invocaba a un dios y por su nombre y poder se hacía comparecer al espíritu maligno. ¿Qué dios? Usualmente era Marduk, dios relacionado con la magia, o Šamaš, señor de vivos y muertos.
Así encontramos este ejemplo: “Que Šamaš, dios de la justicia, te derrote a ti, fantasma; que Marduk, el dios más sabio, te aleje”.
En efecto, como en los exorcismos contemporáneos, las oraciones van dirigidas directamente contra el espíritu que posee a la víctima, y se lo obliga a abandonar el cuerpo del afectado. Frases como “¡suéltalo! ¡Oh, maldad, no te le acerques!”, nos pueden resultar familiares.
Pero más allá de las plegarias y formulaciones orales que eran la parte principal del ritual de exorcismo, los mesopotámicos disponían de una gran parafernalia para acompañar la ceremonia. Era común el uso de ciertas figurillas de arcilla con forma de humano, que...
...pretendían representar al fantasma acosador. Se ponía mucho esfuerzo en ellas: se las vestía, de las moldeaba según la apariencia de la persona cuyo fantasma era considerado el atormentador, y se las ungía en aceite. A veces se ponía el nombre del fantasma, si se estaba...
...seguro de quién era. El problema es que, si se lo identificaba mal, se corría el riesgo de que el ritual quedara sin efecto y de, además, causar la furia del fantasma falsamente acusado. Por eso, en general simplemente se escribía algo como “el fantasma que aflige al paciente”
En todo caso, las figuras servían para manipular al fantasma: deshacerse de ella, era deshacerse del fantasma. Enterrarla, aseguraba que el fantasma tuviera por fin un entierro digno y tal vez así dejara de atormentar al paciente. Era común encerrarla en un círculo mágico...
...donde se la dejaba hasta que aceptara dejar en paz al paciente a cambio de recuperar su libertad. Una recitación decía “no te me acerques más, fantasma; que este muro te retenga, que la puerta de mi entrada golpee tu pecho por orden de Ea, Šamaš y Marduk, āšipum de dioses”
Otro elemento de los exorcismos eran las fumigaciones. Se hacían mezclas de ingredientes específicos para el tipo de síntomas, y se los hacía arder en un pebetero o incensario. En algunos casos estaba prescripto usar un cráneo humano.
Lo interesante es que en algunos casos es posible que la combinación de ciertos elementos sí mejorara la salud del paciente. Es posible que la observación y la práctica hayan inducido a los mesopotámicos a usar ciertos ingredientes para curar enfermedades específicas.
Es decir, había cierta racionalidad detrás de las prácticas. El hecho de que muchas de las prescripciones contra fantasmas hayan sido utilizadas durante siglos y siglos, indica, hasta cierto punto, que eran efectivas.
Claro que lo que nosotros explicaríamos como el resultado de reacciones químicas y fisiológicas, para los mesopotámicos significaba el fin de la posesión. Pero, al fin y al cabo, atribuir una enfermedad a un fantasma, no excluía, evidentemente, un tratamiento “racional” y útil.
Así, hemos visto cómo la creencia en fantasmas estaba íntimamente relacionada con la medicina, la salud y la enfermedad. Esto sobre todo en lo que respectaba al tipo de entidades que eran las almas de hombres. Otros seres sobrenaturales, no humanos, poblaban el mundo.
Sobre ellos, y en particular sobre el demonio Pazuzu (tema que fue muy demandado últimamente) hablaremos en futuros hilos. En tanto, ¡toda forma de difusión de este hilo es de suma ayuda!
Bibliografía📚

-Campbell, T. (1903). The devils and evil spirits of Babylonia. Luzac and Company.
-Scurlock, J. (2005). Magico-medical means of treating ghost-induced illnesses in ancient Mesopotamia. Brill.
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