Thread by @julietaovallep

Music, Sense and Nonsense: Collected Essays and Lectures", por Alfred Brendel.

Capítulo: “The Noble Liszt”

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Este capítulo empieza con un interesante planteamiento: “Do composers gain from posthumous anniversaries?” Para Brendel, si la grandeza de un compositor es suficientemente reconocida, la interpretación de obras menos conocidas podría mejorar aún más su reputación.

En cambio un compositor que ha sido crónicamente malentendido no tiene oportunidad alguna. Brendel considera que los festejos de 1986 por los 100 años de la muerte de Liszt y 175 de su nacimiento oscurecieron la estatura de un hombre que tiene que ser defendido en varios frentes.

Cuando Liszt murió dejó atrás un inusual legado de envidia. Su temprano éxito en Europa como virtuoso e improvisador era equiparable al de Mozart. Su genialidad en la expresión y su talento sin límites al piano que lo hicieron un intérprete superior a Chopin o Clara Schumann.

La combinación de una mente brillante, magnetismo, belleza, triunfos en la sociedad y una vida amorosa que estaba al límite del escándalo resultó ser, un un solo ser humano, casi imperdonable.

En el caso de Liszt, no hubieron circunstancias que hicieran más tolerable su fama, como lo fue la muerte prematura de Mozart y Schubert, la sordera de Beethoven, la tuberculosis de Chopin, la enfermedad mental de Schumann o hasta el monstruoso egoísmo de Wagner.

Para Brendel, la interpretación en la música de Liszt es más una cuestión de existencia que de calidad, es su toque de vida. Posiblemente Liszt dio a sus intérpretes demasiado poder; sus exigencias reflejan la trascendente autoridad del mejor músico ejecutante de sus tiempos.

Para Liszt, la música era fundamentalmente un instrumento de expresión poética, y el piano un objeto que se transformaba en una orquesta. Su imaginación poética se basaba tanto en las sensaciones del mundo exterior como las del interior.

Para Brendel, la principal tarea de un intérprete de Liszt es destilar la esencia de la nobleza de Liszt: “This obligation is linked to the privilege of choosing from Liszt’s enormous output works that offer both originality and finish, generosity and control, dignity and fire.”

Es difícil encontrar en la música de Liszt una identidad nacional. A final de cuentas, ni siquiera Hungría ha tratado de reclamarla pues Liszt cometió el error de equiparar el folclor de su país a la música gitana.

La variedad de Liszt se extiende de lo sacro a lo profano, de lo suntuoso a lo ascético, y de lo descuidado a lo magistral. No hay que dejar de lado sus múltiples transcripciones y arreglos sobre obras de otros compositores.

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Sin embargo, son las obras originales de Liszt sobre las cuales reposa su fama. Brendel considera la Sonata en si menor la sonata más satisfactoria después de las de Beethoven y Schubert.

Sobre la interpretación de Liszt, Borodin escribió en sus memorias: “I was surprised by its simplicity; sobriety and severity; primness, affectation, and anything that aims only at surface effects, is completely absent…

...His tempi are moderate; he does not push them or become hot headed. Nevertheless, there is inexhaustible energy, passion, enthusiasm and fire. The tone is round, full and strong; the clarity, richness and variety of nuance is marvellous.”

Los cronistas modernos del piano gustan llamar a Liszt “showman”. Es innegable que durante sus años más frenéticos de su carrera como virtuoso se comportaba ostentosamente, lanzando sus guantes al piso del escenario y mirando fijamente a las damas mientras tocaba.

Sin embargo, llamarle “showman” en su arte y personalidad es injusto. Liszt fue el primero en abandonar el “salon”, democratizó el concierto ejecutando ocasionalmente ante una audiencia de miles en teatros grandes como La Scala e inauguró el "recital".

Su vida personal pronto se convirtió en mito y calumnia. Sin embargo, de las cartas enviadas a la Baronesa Meyendorff, Liszt emerge como un hombre genuinamente modesto, sincero en sus convicciones religiosas, con sentido común y que entendía la naturaleza humana.

Liszt mismo contribuyó a su mito. A su biógrafa, Lina Ramann, le aconsejó: “Don’t get too entangled in details. My biography has to be made up rather than made out”.

Brendel concluye este capítulo con esta reflexión: “A musical charter of human rights, if there were such a concept, would grant any composer the basic privilege of being judged by his finest works, and their worthiest performances."

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