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¿Sabían que en la Real Armada a penas hubo dos motines mientras que en el resto de marinas europeas fueron mucho más frecuentes? ¿Y qué era un motín? ¿Qué penas conllevaba? ¿Sabían que las penas y castigos en los infantes y marineros eran distintas? ¿A qué se debía esto? Hilo.
Estos días pasados estuvimos hablando de las penas y castigos que sufrían los marineros por sus infracciones de las Reales Ordenanzas navales, pero, en cambio, los soldados de los batallones de infantería de marina y artillería tenían sus propias penas, inherentes a su clase.
Lo mismo ocurría con la tropa del Ejército, en caso de estar embarcada, que no tendrían función propia en la travesía pero si se encontraban en un combate naval serían instantamenamente incluidos en los Batallones de Marina, como infantes o artilleros.
Como decía anteriormente, había castigos específicos para ambas clases: marinería y guarnición.
Esto tenía que ver con los deberes y funciones particulares de cada uno; por ejemplo, los centinelas del navío eran siempre soldados, nunca marineros. También dependía de su matrícula.
Los centinelas se ocupaban de controlar el acceso a materias sensibles en el barco, como el pañol de pólvora, armas, las escotillas de provisiones o la cámara del comandante. Es por ello que la omisión de vigilancia llevaba parejo un castigo muy severo.
Abandonar elcpuesto de guardia en tiempo de guerra era castigado con la muerte, siendo sustituida por 6 años de prisión si era en tiempo de paz. Sin embargo, los soldados jamás podían ser castigados con azotes sobre cañones o rebencazos como les pasaba a la gente de mar.
Su clase era castigada a ser baqueteados por sus propios compañeros en lo que se llamaba carreras de baquetas o la baqueta, lo mismo que les ocurría a sus compañeros de tierra. Para ello se hacía pasar al reo entre dos filas de soldados que le golpeaban con la baqueta del fusil.
El castigo debía ser presenciado por un oficial destinado por el comandante, para que previniese el mayor o menor rigor con que debía ejecutarse, ya que los compañeros solían pecar de poco celo. La tropa también podía usar el correaje de su fusil en vez de la baqueta.
Además de en dos filas también se podía formar en círculo o corro, en el sitio que se eligiese, pero debía ser una formación no menor de 30 hombres, es decir, 30 baquetazos. Azotar a un soldado sobre un cañón o pegarle un rebencazo estaba terminantemente prohibido no así varearle
Esto se dice que procede de los tiempos de los Tercios, donde sólo se podía golpear a un soldado si era con una vara, con la caña de la alabarda o la partesana, pero nunca con la mano, aún haciéndolo un oficial. En los casos de marina, era el sargento quien dirigía el castigo.
Sin embargo, las penas por motín eran comunes (en general las capitales, aunque un soldado podía ser fusilado y no ahorcado). Se consideraba desertor a todo aquel que se ausentara de su buque más de ocho días o se alejase del mismo dos leguas, sin permiso del oficial de guardia.
Un motín era una rebelión o agitación violenta, o al menos armada, con la que parte de la dotación de un buque mostraba su oposición contra la autoridad de éste, es decir, sus oficiales. Podían utilizar para ello la protesta tumultuosa, la desobediencia o deponer al comandante.
Naturalmente, como insubordinación gravísima que era, conllevaba la pena capital: ahorcamiento. En cambio, los casos más leves y sin armas de por medio, como no acatar las órdenes de los cabos y sargentos, la pena era de 10 años de presidio en el arsenal.
Si se habían tomado las armas o bien amenaza en la insubordinación, la pena era capital, si se golpeaba a un oficial además se mutilaba la mano. También para quien iniciara o fuera cómplice de un motín, aún en el caso de sólo incitar a los demás, tenía una sentencia de muerte.
Los demás amotinados, que no habían encabezado la rebelión, pero que se habían sumado a la revuelta en algún momento eran castigados.
Se echaba a suertes que 1 de cada 10 fuera ahorcado, siendo ejecutados todos, sin importar número, los que fueran partícipes iniciales en el motín
Servía igual a los que no fueran miembros de la Armada pero que viajasen en el barco. Todo esto sería visto en un Consejo de Guerra; si el buque navebaba en solitario el comandante lo formaba con sus oficiales y con las formalidades necesarias ejecutaban la sentencia al instante.
Además, como agravante, si el motín surge a la vista del enemigo, el comandante y sus oficiales tenían permitido arreglar el asunto prontamente sin necesidad de consejo, pasando por las armas a cuantos participaran y sumariamente.
Aunque los motines no era poco frecuentes en algunas armadas, como la Royal Navy, generalmente motivados por el alcohol y por el excesivo maltrato que sufrían los marineros a manos de los oficiales y sus subalternos, en la Real Armada fueron extraordinariamente infrecuentes: 2.
El primero tuvo lugar a bordo del San Juan Nepomuceno en 1805, mientras su comandante, don Cosme Churruca, se encontraba con la escuadra de observación. Algunos infantes y marineros se amotinaron pero la situación se solucionó prontamente y sin derramamiento de sangre.
Incluso Churruca posteriomente intercedió por la vida de todos los amotinados, pasando a penas de cárcel de 8 años. Muchos de los partícipes fueron resituados en otras guarniciones de otros navíos y morirían heróicamente en la batalla de Trafalgar, meses después.
El segundo caso se dió en el navío Asia en 1825, donde en el fondeadero de Omaja estalló un motín por parte de la dotación del buque, que era americana, no peninsular. Los oficiales fueron reducidos y desembarcados. Sin embargo, este caso hay que entenderlo en su contexto.
Se produjo durante las guerras de independencia de los territorios americanos de la Corona de España, por lo que más que motín fue una rebelión de tendencia política. Aunque una de las causas fue el mal estado del barco y las escasas reparaciones que se hicieron.
Todo esto muestra claramente que en la Real Armada se mantenía una disciplina seria sin atentar contra la integridad de los hombres, y que los oficiales no eran despóticos como en otras armadas. Además, a pesar de las pagas atrasadísimas, las dotaciones españolas fueron fieles.
Pero ya se sabe, vale más impresor huntado que plumilla verídico.

Lásminas de Carlos Parrilla, uniformes de José Mª Bueno.

Tienen relatadas a la perfección ambos motines en la web de los amigos de @todoababor (se lo recomiendo).

Gracias por leer.
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