Reblandecido por 78 años de almohadones, cojines y cojinetes, desgastado por el roce incesante de algodones y franelas, aflojado por todo lo que nunca tuvo necesidad de hacer, hace 25 años no gana un puesto electivo – la última vez obtuvo el 0.43 % de los votos – pero
desde entonces ha sido ministro y embajador. No se le conoce nada memorable, ni siquiera un chiste en alguna entrevista fácil. Su caso es el más claro ejemplo que para tener vida política, basta acudir a cuanto programa de televisión te inviten.
Ahora se apresta a sentar sus flojas posaderas sobre todos nosotros. Habrá que respirar profundamente a la espera de la patada en el poto que lo regrese a donde nunca debió de salir, la nada.
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Lo hizo de nuevo, Vizcarra ha replicado por donde menos se esperaba, otra vez. Digamos que si archivar las elecciones anticipadas fue un jaque de la parlanchina torre Bartra, detener la elección de los jueces del TC, sería un alfil que cambia el ángulo y explora un nuevo flanco.
Se ha visto en los movimientos que hace este jugador una falta de plan B. Es todo lo contrario, Vizcarra es el plan B más logrado e interesante en el país de los planes A impracticables. Él mismo es el presidente B, sin partido, ni votos en el Congreso
Vizcarra sabe que la política hace tiempo dejó de ser el arte de lo posible. Lo posible se ha hecho inalcanzable. Hoy la política es el arte de terminar el juego. Irse junto con el Congreso es una propuesta de tablas para comenzar una nueva partida.