Para mí fue un shock aprender en los helenistas (en Vernant) que lo sagrado no es 'lo más mejor', sino algo cuya energía es potencialmente destructiva, y por tanto debe tratarse con cautela, siguiendo un ritual y muy limitadamente.
Vernant da el detalle filológico, pero la noción se puede ver fácilmente en la advertencia bíblica de que nadie puede ver cara a cara a Dios y vivir (Ex. 33, 20) y en el mito en que Sémele exige ver a Zeus tal como es de verdad, y esta visión la reduce a cenizas.
Desde entonces, pienso en lo numinoso como algo muy similar a la radioactividad: una energía enorme, pero con la que no se puede tratar sino a través de un protocolo muy cuidadoso. La exposición directa a lo divino nos mata.
En el mito de Edipo hay una sugerencia de que la Verdad tiene estas mismas carcaterísticas. Nietzsche alude a ello cuando escribe que la cuestión no es cuál es la Verdad, sino cuánta seremos capaces de soportar.
Aunque fastidie que lo señalemos, el cambio social en el que estamos tiene claros armónicos religiosos. Sigue patrones eclesiásticos.
Esto no lo digo como enmienda a la totalidad del mismo. También el surrealismo, por ejemplo, presentó rasgos así, con su Papa (Negro), Breton, y su furia contra los réprobos del movimiento.
Tenemos, en primer lugar, una ortodoxia y unos dogmas. Es lo que se suele nombrar como corrección política. Estos dogmas 'no son negociables'. Quien los cuestiona públicamente, sabe lo que le espera.