1. Hasél, como detalle, fue el tipo que insultó a Anguita el día de su muerte. Mi simpatía hacia el individuo es nula. Pero no discutimos de simpatías, y si me apuran ni de libertad de expresión. sino de utilización restrictiva de las leyes para crear un clima ejemplarizante.
2. Que las protestas por su encarcelamiento deriven en disturbios es un hecho que trasciende el motivo de la protesta. No estamos en 2011 ni los manifestantes de hoy son los de ayer. Quien ha nacido en el 2000 sólo ha conocido en función de su clase la ausencia de futuro.
3. Las apelaciones del coro de guardabarreras a condenar la violencia tienen como objetivo centrar el debate público en las consecuencias y no en las causas.
En febrero de ‘20 teníamos a las plumas más ansiosas de la prensa liberal, incluida la progresista, vaticinando que el coronavirus iba a ser el Chernobyl de China.
Hoy muchos países occidentales duramente golpeados por la pandemia son incapaces de vacunar siquiera con agilidad.
La respuesta a este desarrollo tan desigual de la enfermedad con China, respecto a las que se dicen las primeras economías del mundo, no tiene que ver con el autoritarismo, sino con el sector público. La plaga neoliberal lo ha arrasado en estas últimas décadas.
Sin una administración fuerte no se puede llevar a cabo ninguna decisión de forma efectiva. Un sector público amputado para servir exclusivamente a los criterios especuladores. En España, concretamente, antes de la vacuna ya lo hemos sufrido con la aplicación del IMV o los erte.
Hoy hace un año en que la OMS informaba que China le había comunicado un brote de casos de neumonía, sin muertos, en Wuhan.
“Se están llevando a cabo investigaciones para identificar la causa de la enfermedad”.
El 5 de enero la OMS publicaba el primer informe al respecto, donde detallaba que se desconocía la causa de la enfermedad que afectaba a 44 pacientes, 11 graves, que sufrían fiebre, dificultades respiratorias, y lesiones invasivas en ambos pulmones.
El día 9 supimos que el agente patógeno que causaba la enfermedad era un coronavirus.
El 12 que se trataba de uno nunca detectado: 2019-nCov. Aún se desconocía si se contagiaba entre personas.
El WP publica extractos de una conversación donde Trump presiona al secretario de Estado de Georgia, Raffensperger (R), responsable del proceso electoral en su Estado, para que alterara el resultado buscando 12000 votos, cifra en la que Biden le aventajó. washingtonpost.com/politics/trump…
Merece la pena escuchar los fragmentos más que por la manera tan sibilina en que Trump presiona, por las respuestas lacónicas del funcionario, a medias entre el miedo y la vergüenza.
Raffensperger ya declaró a principios de diciembre que a pesar de ser republicano y partidario de Trump: “Los números no mienten. Como secretario de Estado, creo que los números que hemos presentado hoy son correctos”.
Pijos con cresta haciendo el imbécil ha habido siempre. Que el discurso conspirativo individualista te los una con la conferencia episcopal y la ultraderecha ya es un fenómeno de nuestro tiempo.
Sí, hay un nuevo orden mundial, uno donde sólo proliferan gilipollas, concretamente.
Los gobiernos, los poderosos, el sistema, lo rebelde, lo subversivo, la libertad... en general les debería mover hacia la desconfianza quien utiliza sonoras palabras flotando en el vacío, sin apellidos, emancipadas de acusación o propuesta concreta, desactivadas e inanes.
Sobre todo en esta época tan confusa donde igual de da gritos por la libertad el ravero, el cayetano, el negacionista, el ultra o el arzobispo Cañizares. Sobre todo en una época donde el incauto, el necio y el aprendiz de cunetero van de la mano.
Si habitualmente utilizas la bandera no como enseña nacional sino como un elemento disciplinante para 3/4 del país, al menos luego no finjas sorpresa cuando surge el conflicto.
Ayuso no pone la bandera para representar a España, la pone para dividir y de paso dar la nota.
A mí la rojigualda me es indiferente, no así que los que la enarbolan, de la derecha a la reacción, entiendan el país restrictivamente como suyo, dejando fuera al resto.
La cuestión es que no se luce la bandera por orgullo nacional, sino para marcar adictos y desafectos.
Cuando la bandera sale de lo institucional para plasmarse por doquier puede empezar como una manifestación pop o deportiva, pero puede acabar en un nacionalismo populista excluyente de la peor especie: como secesión de ricos, bien bajo Torra, bien bajo Ayuso.