Hoy no quiero hablar de actualidad. Quiero hablar de la vida. Del valor vida. La oportunidad única de abrazar a nuestros seres amados en esta pandemia horrenda. La muerte es un relato cotidiano arrollador. Hay que desmontar ese relato con mucho ahínco y sin dolor. Todos juntos.
El mundo se parece demasiado a aquella predicción del Evangelio de San Juan. La infodemia también es el exceso de información sobre la pandemia. Mejor es poner un disco y escuchar algo de música o el silencio de los pájaros que vuelan cuando hace frío o llueve. Los que siguen.
Anoche estuve recordando mi infancia en el programa hermoso y poético de @MarceloFigueras Y conté cómo cortábamos los alambrados de las canchas de Siemens y Kodak para jugar al fútbol en la dictadura. Los vigilantes usaban un fitito y nosotros teníamos alas como las aves.
El olor a pasto y tierra mojada y la velocidad en un pase y un firulete al destino. Nos poníamos la 10 de Maradona y Bochini y en el camino íbamos anudando los sueños de cada jugada del campeonato por la Coca y aquellos anhelos que nunca llegaban. El viejo en camiseta y un asado.
La vieja feliz como se puede ser feliz en este mundo con una costilla y los recuerdos como botones de un tejido largo que nunca se termina ni con la muerte que por entonces no existía. Yo pateaba tiros libres y la barrera era la ropa colgada que quedaba manchada con pelotazos.
Alguna vez escribí algo de estos viejos colores en Un Caño con los amigos Hamilton y Caravario. Una tarde mi hermano corrió a uno con un inflador de hierro rojo porque me pegó una patada de atrás. Y otra tarde me tomé a las piñas jugando solo en una villa contra otros. Y así.
Las sociedades de fomento los domingos a las 10. La pelota pesada. El técnico Mono del club La Lucila que nos llevó a River en el 79 y salimos segundos. La medalla que perdí en una de las mil mudanzas y las fotos que abandoné en uno de los mil abandonos. El autógrafo del Chivo.
Una tarde con Sartori el joyero de ratas y colados en la tribuna de Defensores de Belgrano viendo cómo le pegaba Pinino Más de afuera del área grande directo al ángulo y el perfil con tres dedos como los jugadores brasileños. Una tarde con el hambre sin hambre y con la fuga.
Coqui que siempre hacia la jugada del amague y escapaba para adentro en un enganche y El Alemán al que en un corso lo levanté por el aire y todos los turros y malhechores con quienes arregle cuentas y otros que se hicieron taxistas o viajantes. Qué sé yo. Una tómbola de vidas.
El tío de uno que llegó a la Primera de Platense y en una transmisión me soltó una gastada. Mirá lo lejos que llegué mientras vos seguro te jubilaste con camiones de mudanzas y haciendo guita que tu cajón nunca selló. La gente es muy pelotuda, a veces. Y se repite en circular.
Los mellizos del barrio ya no están. Llegaron más mellizos y se acabaron los potreros y las canchas. Quedó la memoria de lo épico en instantes como perlas y otras cosas y carencias que hablamos en terapia y enlazamos con fotografías de ojos tiernos en el Zoológico para vernos.
Aute, Pino, Favio, Soriano, Bayer, se fueron a las estrellas. El sitio donde anidan las aves que siempre vuelan. Por mil pelotas contra el pecho y la cabeza en alto para dar el cambio de frente al compañero. Por mil abrazos ahora que es tiempo de desguace y necesitamos amarnos.
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