Este hilo no tiene un final feliz. Si quieres un domingo distendido pasa de largo.
Después de años de silencio hoy quiero explicar esta parte de mi historia para soltar lastre, porque yo escribo para tratar de entender.
La maternidad encierra grandes fracasos.
Ayer me pasé la tarde borrando fotos de mi hijo mayor. Como si pudiera editar la memoria.
Lo hice porque encontrar su imagen por sorpresa me duele horrores, porque estoy pasando un duelo por un hijo que no ha muerto.
Hace dos años y medio entré a la consulta de mi médico de cabecera. Nos conocemos hace 14 años.
Me derrumbé sobre su escritorio y lloré desde las tripas, con ese llanto que barre el dolor que llevas incrustado.
Le expliqué que me estaba volviendo loca, que mi casa era un sitio de tensión, que por nada empezaban los gritos, que mi hijo rompía los marcos de las puertas a puñetazos, que se juntaba con lo peor del pueblo y que tenía miedo.
Y por supuesto la pregunta que jamás tendrá respuesta: ¿qué hice mal?
Recuerdo que él iba sacando pañuelos de papel de una caja como si fuera un truco de magia.
- Nada. La maternidad no siempre sale bien. Has intentado todo, has buscado terapeutas, has hablado con profesores, has puesto tu vida en jaque para que ese chico saliera adelante.
-Y no hubo manera. Ni las charlas ni los castigos, nada. Hay caminos que solo llevan a la desgracia. Como médico y como amigo te voy a dar un consejo. Toca amputar para salvar el resto.
Salí de ahí con las piernas temblando y las ideas firmes. Se habían acabado 20 años de un proyecto maravilloso. Mi sueño de hacerme vieja viendo a un adulto feliz, honrado e independiente se rompía en mil pedazos con cada paso.
Volvía a mi cabeza la imagen de su brazo en alto en una discusión, de su mirada oscura y la certeza que no faltaba mucho para que cruzara ese último límite.
Pensé en los remansos de paz que tenía con sus dos hermanos cuando él intentaba o fingía intentar una vida en otro sitio.
Al llegar a casa lo hice. Lo miré a los ojos y le dije que se fuera, que bajo mi techo no había sitio para él.
No dijo nada, juntó dos tonterías en un bolso y partió con la seguridad de que era un farol.
No había hablado más en serio en mi vida.
Vive en casa de su padre y continúa marcando todos los casilleros para acabar mal.
No he vuelto a verlo. Bueno, en persona no. Porque a veces sueño con él, es un él de pocos años que me abraza y me acaricia la cara.
Por supuesto que pienso en él cada día de mi vida, sin esperanza ni arrepentimiento.
Sé que no voy a superar esto jamás. Lo amputado no se regenera pero una aprende a equilibrar el cuerpo y recuperar la alegría.
Ojalá en un giro argumental inesperado él encuentre su paz.
Hoy abrazo a todas las que, como yo, vivís una maternidad jodida.
A las que nos habitan las preguntas y tomamos decisiones difíciles.
Si Eva hubiera echado a Caín a tiempo seríamos descendientes de Abel.
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Cuando faltaban 20 minutos para cerrar entró buscando pintura para un armario.
Me explicó la forma del mueble de una manera precisa, con un tono de voz agradable y una sonrisa que traspasaba la mascarilla.
No fue difícil adivinar a qué se dedicaba: maestra de primaria.
Me pidió información para aplicar la pintura porque "normalmente lo hace el conserje pero este año está desbordado".
El armario era un destartalado rincón de materiales para su nueva aula de segundo.
"Me ha tocado dar clases en el comedor y es una sala muy triste. Por eso quiero pintar lo que pueda, así mis niños tendrán algo bonito".
Y a mí ya se me cerró la garganta.