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Jul 15, 2021 40 tweets 18 min read Read on X
Al norte de Etiopía hay un conjunto de edificios imposibles.
Son subterráneos pero no están escondidos ni excavados. Están ESCULPIDOS EN UN ÚNICO Y COLOSAL BLOQUE DE ROCA.

Y los esculpió una leyenda.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, las iglesias de Lalibela.

HILO 👇
En 1520, el explorador portugués Pêro da Covilhã fue invitado por el emperador etíope Dawit II a dar un paseo por la capital de su reino.

Dawitt, que era cristiano, quiso enseguida enseñarle su monumento más preciado: una seria de iglesias talladas en la roca.
A Pêro da Covilhã le acompañaba el misionero Francisco Álvares, quien hacía las veces de embajador y notario de la visita.
Asombrado hasta la incredulidad, Álvares tomaba notas y hacía dibujos de lo que a duras penas era capaz de creer pese a que lo tenía delante.
Tras atravesar varios pasajes estrechos en la montaña, la comitiva llegó a un claro donde se erigía esculpida una gran cruz que era una iglesia y, a la vez era, inequívocamente, un signo de la existencia de Dios.

Los etíopes lo llamaban Biet Ghiorgis: la casa de San Jorge.
Álvares no daba crédito.

Todo estaba esculpido en un mismo bloque de roca basáltica. Todo. La fachada, la cubierta, la decoración...
¿Quién había hecho eso? ¿Quién había tenido la voluntad, la fuerza y el tesón de construir —de tallar— semejante maravilla?

"Fueron los ángeles y el Santo Gebre Meskel. Lo hicieron en una sola noche, hace cuatrocientos años" respondió Dawitt, orgulloso...
(Hacía cuatrocientos años...)
En el año de nuestro señor de 1162, en la ciudad etíope de Roha nació un niño al que llamaron Meskel. A los pocos minutos de nacer, un enjambre de abejas se acercó revoloteando hacia él.

Su madre, la reina Gudit chilló de horror intentando apartar a la abejas, pero no se fueron.
Las abejas no solo no se fueron sino que comenzaron a posarse sobre el bebé.

Una a una. Hasta que el enjambre cubrió todo su frágil cuerpo.
El niño permaneció sereno durante todos esos minutos larguísimos.

Y las abejas no le picaron.

Al poco se marcharon de allí y toda la corte gritó y cantó en júbilo. Al niño le llamaron "Lalibela", que significa "Aquel a quien las abejas reconocen su soberanía".
A los doce años, el joven emperador Gabre Meskel Lalibela tuvo una visión que cambiaría la historia de su ciudad para siempre.

Una noche, tras leer la Biblia, Lalibela cerró los ojos y se encontró frente a los muros de Jerusalén.
Al despertar, el niño emperador Lalibela quiso viajar hasta la ciudad santa, pero Jerusalén estaba demasiado lejos y la empresa se antojaba imposible.

Lalibela aceptó su destino a regañadientes.
Pasaron los años y Lalibela ascendió al trono sin haber podido visitar la ciudad santa.

En 1187, cuando el ya emperador tenía 25 años, los musulmanes capturaron Jerusalén.
Las noticias volaron hasta llegar a oídos de Lalibela.

Ya nunca podría visitarla. Ya nunca pondría sus pies en Tierra Santa...

...así que decidió construir un nuevo Jerusalén allí, en Roha. En su capital.
Lalibela rezó y rezó durante cien días y cien noches hasta que una mañana plácida, las nubes se abrieron y del cielo descendieron 20 ángeles.

"Te concederemos tu deseo, rey. Pues antes que rey, eres el mejor de los cristianos".
Y esa misma noche, los ángeles, bajo la dirección del emperador Gebre Meskel Lalibela, esculpieron en la roca once iglesias a mayor gloria de todos los santos.
Al día siguiente, el pueblo etíope se rindió a la magnificencia de las iglesias y la ciudad de Roha fue bautizada con el nombre del emperador.

La capital del imperio etíope se llamaría, de una vez y para siempre, Lalibela.
Por supuesto que el misionero Francisco Álvares era un señor muy piadoso, pero eso de que las once iglesias se hubiesen esculpido de la noche a la mañana, y con mano de obra angelical le sonaba un poco raro.
En el siglo XVI, la ciencia ya empezaba a abrirse camino.
Así que Álvares preguntó y repreguntó sobre la verdad de las iglesias esculpidas y lo máximo que sacó de unos cuantos párrocos etíopes es que las iglesias no se habían construido en una noche, sino a lo largo de 24 años.

Eso sí, lo de los ángeles era cierto...
A Álvares no le apetecía mucho dar fe de la intervención divina en el asunto, por si acaso la curia no se lo tomaba a bien, ya sabéis.

Así que dejó más o menos claro que lo de los ángeles era una leyenda.
Lo que también dejó claro es que las iglesias existían y eran tan asombrosas que desafiaban a la razón: "No quiero escribir más sobre estos edificios porque me parece que no me creerán si escribo más... Juro por Dios, en cuyo poder estoy, que todo lo que he escrito es la verdad".
Efectivamente, había once iglesias rupestres, diez de las cuales se repartían en dos conjuntos de cinco iglesias.

Cada iglesia estaba conectada a la roca madre por una o varias paredes o por el techo.
Llamadas Biet Medhani Alem, Biet Mariam, Biet Maskal, Biet Mikael o Biet Gabriel Rafael, estaban efectivamente dedicadas a Jesús, a María y a unos cuantos ángeles y santos.

Y TODAS ESTABAN ESCULPIDAS EN LA ROCA. TAMBIÉN EL INTERIOR. TODO EL INTERIOR.
Y al oeste de los dos conjuntos en el fondo de una fosa conectada por pasajes estrechos, se levantaba la más magnífica de todas.

Biet Ghiorgis. La casa de San Jorge.
Una cruz a ras de suelo y separada del resto del mundo por foso infranqueable de aire.

A ojos de Francisco Álvares, San Jorge de Lalibela era un símbolo inquebrantable de la cristiandad.

Era una nueva Jerusalén.
Álvares se marchó de Etiopía.

Y pasaron los años. Y luego los siglos. Y las iglesias de la roca de Lalibela resitieron esos años y esos siglos.

Resistieron ocupaciones y resistieron guerras.
Y las iglesias siguieron allí. Y los etíopes siguieron resplandeciendo con sus camisolas blancas contra la roca roja.
Las iglesias rupestres de Lalibela fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.

Actualmente son un centro de peregrinación, pues todo el conjunto es ciudad santa para la iglesia ortodoxa etíope.

También es uno de los lugares más turísticos del país.
Los estudios contemporáneos dicen que las iglesias no son completamente del siglo XII ni se construyeron en 24 años, sino que algunas excavaciones datan de los siglos IV y V.

El proceso de talla era más o menos el que marca este esquema.
Lo que sí es seguro es que los medios que se usaron fueron siempre muy primitivos: martillos y cinceles.

Martillos y cinceles durante días y días y semanas y meses y años.

Martillos y cinceles hasta dar forma a esto:
Y a esto:
A todo.
No, no fue la mano divina ni el mandato de un solo hombre.

Las iglesias de Lalibela las esculpieron cientos de manos y cientos de voluntades de hombres negros vestidos de blanco.

Como los ángeles.
Y con estas tres imágenes que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos de Gebre Meskel, de Francisco Álvares, de Lalibela, de Etiopía y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.

Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o regaladme una camisola blanca!
Si os gustan las historias como esta y queréis leerlas contadas como nunca las he contado, TERRITORIOS IMPROBABLES es el libro de #LaBrasaTorrijos.

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O también podéis hacer una aportación puntual en este enlace TAN fácil: paypal.me/pedrotorrijos

(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.

Si os habéis quedado con ganas de viajar a más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Ngaire Hart, Eric Lafforgue, icarumimagery, Grant Rooney, Gilles Barber, Bildagentur, Jarek Winniczek, Yann Arthus-Bertyrand, Philip Kromer, Sailko, Carey Nash, Andy Ashlam/New York Times y el gráfico es de @HiddenArchitect
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🇪🇹⛪️⛏️🏔️✝️)
(Y en el episodio de la próxima semana, que será el penúltimo de la temporada, os invito a venir a Madrid a conocer la historia de un edificio que flota)

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More from @Pedro_Torrijos

Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
Read 6 tweets
Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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