Siempre que pensamos en Granada pensamos en algo único. En algo que ha hecho de la ciudad nazarí un destino universal, un emblema de la civilización, una cima en la comprensión del mundo:
Las tapas que ponen en los bares.
Bueno, sí, y la Alhambra. También la Alhambra.
Si alguien nos pregunta por la arquitectura de Granada muy probablemente le hablemos de los Palacios Nazaríes.
Tal vez del Palacio de Carlos V y, quizá, quizá, de la Catedral, obra de Diego de Siloé con FORMIDABLE fachada barroca de Alonso Cano.
Todos son edificios estupendos.
Lo que es casi seguro es que no hablemos de la sede de un banco, entre otras cosas porque, para estos casos, solemos imaginar una oficina más o menos anodina y más o menos oscura con empleados más o menos aburridos y clientes bastante aburridos haciendo cola para pagar recibos.
Pues hace casi 20 años, Alberto Campo Baeza construyó en Granada un edificio que desmonta la imagen oscura que se suele tener de un banco.
Porque la sede de la Caja de Granada es un regalo a todos los trabajadores y a quienquiera que se acerque a visitarla: el regalo de la luz.
Se levantó en una zona que, en ese momento, era un área urbana nueva, casi sin personalidad, al otro extremo de donde se alza la Alhambra.
Y esto es clave para entender el edificio. Porque no había competencia (ni diálogo) con nada.
Tal vez por eso (o tal vez porque porque forma parte de la filosofía arquitectónica de Campo Baeza), el edificio toma una forma absolutamente neutra. No destaca en ningún lado, no sobresale desde ningún lugar y en ninguna aproximación.
Es, efectivamente, una caja.
Sí, es un cubo de hormigón enorme, monumental. 57 metros de lado por 30 de altura dividido en módulos de 3X3 y flanqueado por dos patios arbolados.
Y, sin embargo, esta caja casi hermética, casi infranqueable, casi caja fuerte, no es ni hermética ni infranqueable.
Es una esponja de hormigón horadada por más de 500 agujeros.
Es un artefacto para recoger la luz.
Para entender lo preciso del mecanismo: los muros orientados al sur son enormes celosías profundas que tamizan el impacto solar, mientras que las fachadas al norte albergan las oficinas individuales que reciben la luz homogénea mucho más tranquila y adecuada para trabajar.
Pero es el espacio central dónde la Caja de Granada se entiende verdaderamente y casi de un vistazo.
Todo orbita alrededor de un gran patio cubierto sujeto por cuatro pilares masivos y atravesado por los haces de luz que se vierten desde la cubierta.
Un "impluvium" de luz.
Campo le llama "impluvium" a ese espacio como referencia a los patios de la villas romanas pero, también hay una referencia directa a Granada.
Las columnas. Las cuatro columnas tienen *exactamente* el mismo diámetro que las columnas de la Catedral.
(Exactamente)
Seguramente no son exactamente iguales y, de hecho, es posible que todo sea una de los precioso meandros narrativos con los que Campo Baeza describe sus edificios.
Pero a mí me da igual.
Y me da igual porque, la primera vez que entré dentro, me di cuenta de que el edificio no se adscribía a ninguna moda ni ningún posicionamiento.
Y que su auténtico material es atemporal e infinito.
Es la luz.
Es un dispositivo para que la luz de Granada descienda en rayos que varían con el tiempo.
Con las horas del día y con los meses del año. Desde la vertical del mediodía veraniego, hasta las lanzas anaranjadas horizontales que golpean las últimas plantas en un atardecer de otoño.
Me contó una vez Alberto Campo que a él le contaron que a un empleado del banco, un oficinista "raso", se le saltaron las lágrimas cuando entró por primera vez en el patio.
Se había emocionado genuinamente por la promesa de trabajar —de habitar— en ese espacio.
Quizá esto es otro de esos meandros narrativos o tal vez es una exageración, pero lo que sí es verdad es que TODOS los dueños del edificio (y han sido unos cuantos) están tan orgullosos de él que lo abren a los visitantes como si fuera un museo.
Y te llevan por todos lados y te pasean de arriba a abajo y, al final, consiguen que el edificio de un banco (quizá el tipo de corporación más antipática del mundo), se considere una joya del patrimonio contemporáneo.
Una caja fuerte pero abierta y porosa donde llueve el sol.
Y con estas tres imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos de Granada, del banco, de la caja fuerte, de la luz y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o regaladme dinero, mucho dinero, mwahahahaha!
Si os gustan las historias como esta, me he guardado las mejores para TERRITORIOS IMPROBABLES, el libro de #LaBrasaTorrijos.
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Las imágenes del capítulo de hoy son de:
Fernando Alda, Hisao Suzuki, Roland Halbe, PhotoLanda, GranadaTurismo, Ingo Mehling, Ra-smit, alhambravision y rtyx.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde, aunque el episodio de hoy se ha escrito, también en directo, desde la soleada (aunque refresca por la noche) ciudad de Granada.
(Fin del HILO 🌞🌞🌞🌞🌆 💵)
(Y en el episodio del próximo jueves, especial #Halloween, vamos a conocer la historia de un pueblo que es un ataúd de madera).
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En 2018, un operario miró a lo alto del rascacielos en el que estaba trabajando en Nueva York. Algo iba MUY mal: el edificio se estaba inclinando.
A día de hoy, la torre está abandonada y nadie sabe bien qué va a pasar con ella.
Os cuento su historia en #LaBrasaTorrijos
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Desde hace cien años, Nueva York es la ciudad de los rascacielos. Aunque naciesen en Chicago, aunque los más altos estén en Dubai o los más densos se levanten en Shanghái, Manhattan sigue siendo el centro de la religión de los edificios en altura.
Desde los grandes dioses urbanos, como el Chrysler o el Empire State, pasando las torres con la historia más increíble, como el Citicorp Center (guiño), hasta llegar a los finísimos ultrarrascacielos que han vuelto a florecer como agujas hacia Dios.
Bajo el hielo ártico se esconde el espacio más importante de la Tierra. Un almacén indestructible con semillas de (casi) todas las especies comestibles, para que la civilización pueda renacer si llega el Apocalipsis.
En #LaBrasaTorrijos, la Bóveda del Fin del Mundo.
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El 23 de octubre de 2020, la marca de galletas Oreo lanzó una muy peculiar campaña en la que anunciaba la existencia de un búnker en el Ártico donde había guardado la receta original, además de leche en polvo y varias galletas envasadas en mylar.
La campaña se llamaba "Oreo. For All Humankind" y apelaba a una cierta conciencia del apocalipsis de los consumidores a los que iba dirigido. De alguna manera, el búnker estaba preparado para resistir radiaciones, terremotos o el impacto de asteroides.
Ya que lo habéis preguntado: ¿por qué afirmo al principio que los nazis cruzaron a España buscando el Santo Grial si luego digo que la historia es exagerada?
Pues porque, de hecho, los nazis SÍ cruzaron a España en busca del Grial. El propio Himmler lo hizo.
En 1940, Heinrich y Himmler y otros gerifaltes del Reich visitaron España.
Los motivos de la visita era, ya sabéis, estrechar lazos con el régimen de Franco, pero Himmler también buscaba otra cosa: la Copa de Cristo.
Á Himmler nunca le convencieron los griales de León o Valencia, así que en Toledo investigó por libros y códices templarios buscando pistas. Y, de hecho, subió a la abadía de Montserrat creyendo que la auténtica copa estaba allí.
La ermita de San Adrián de Sasabe estuvo mil años enterrada. Cuando la destaparon, allí apareció un misterioso símbolo. Un símbolo por el que los nazis cruzaron a España.
El símbolo del objeto más valioso de la Cristiandad.
Veníos al Pirineo Aragonés con #LaBrasaTorrijos.
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@aragonturismo Cuando el ayuntamiento de Borau, al norte de Huesca, pidió a la Dirección General de Montes que les ayudase a desenterrar su vieja iglesia, no sabían que iban a destapar una leyenda.
@aragonturismo Al llegar junto al río Lubierre, los operarios se encontraron con una pequeñísima ermita que apenas sobresalía un par de metros del suelo, un edificio al que, aparentemente, se entraba por la ventana.
Era el verano de 1957 y, por suerte, el terreno estaba seco.
En un esquina de Roma hay una iglesia muy pequeña que solo se ve en escorzo, que parece de piedra pero está construida con Tiempo.
Y la construyó un perdedor que no la vio terminada.
En #LaBrasaTorrijos, San Carlo alle Quattro Fontane y la matemática de Dios.
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El 30 de julio de 1667, Francesco Borromini quemó todos sus dibujos y escritos. Tres días después, se arrojó contra su propia espada.
Fue el final.
Borromini, nacido Francesco Castelli, procedía de una familia no especialmente acomodada del cantón de Ticino. Su padre, aunque interesado en las artes, solo era un cantero más o menos humilde.
Por eso, quiso enseguida que el niño Francesco fuese más que él.
Esta es la historia de un edificio-trampa. Un lugar sin ventanas cuyo interior te hipnotiza hasta que no sabes cómo salir.
Un edificio cuyo arquitecto se arrepintió de haber creado.
Y todos hemos estado allí.
En #LaBrasaTorrijos, los centros comerciales y el Efecto Gruen.
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¿Sabéis eso de que entras a un centro comercial con la idea de comprar una cosa, pero dos horas después, no sabes ni lo que ha pasado pero llevas cinco bolsas distintas y ni te acuerdas de lo que habías venido a comprar ni dónde dejaste el coche?
Pues eso se llama Efecto Gruen.
En 1938, un arquitecto judío-austriaco llamado Viktor Grünbaum emigró de una Austria recién anexionada a la Alemania nazi porque, bueno, era judío.