Pocas cosas me gustan más en la ESO que explicar el experimento de la lámina de oro de Rutherford sin más apoyo visual que mis (pobres) dibujos en la pizarra. El objetivo es que los alumnos tengan que atender a mi relato (entusiasta) y piensen... Que piensen en abstracto...(hilo)
Creo que es un gran error que todas nuestras explicaciones científicas sean mediadas por simulaciones audiovisuales que, por su gran calidad, imposibilitan que los alumnos tengan que "imaginar" nada. Se convierten en un obstáculo para el desarrollo de la capacidad de abstracción
Los alumnos consumen esas simulaciones científicas sin reflexión alguna. No suponen ningún reto intelectual; esas imágenes se ocupan de "imaginar" científicamente por ellos, construyen al detalle los mundos a los que no podemos acceder sin dejar espacio a la reflexión profunda.
Evidentemente no niego la utilidad de estas simulaciones. Lo que discuto es el momento d usarlas en nuestras clases: ¿no merece la pena conseguir que los alumnos reflexionen primero con su profesor cómo se podrían entender los viejos modelos atómicos con analogías significativas?
En mi opinión, estas simulaciones científicas no deben usarse al principio del proceso de enseñanza-aprendizaje sino al final, cuando el alumno ha construido los cimientos de una comprensión real de lo trabajado a partir de lo que ha "intuido" en clase y reforzado en su casa.
Es decir, estas simulaciones científicas servirían para ratificar lo intuido (en clase) y reforzado (en casa). En ese momento, las imágenes ya no arrasarán con la abstracción sino que la complementarán: el alumno ya dispone de herramientas intelectuales para sacarles partido.
Sobre la importancia de la "intuición" en el aula tengo escrito este hilo. El aula es ese lugar donde el alumno intuye que comprende algo que se le explica para después, con esfuerzo e interés, tener la posibilidad de aprenderlo.
Es mi experiencia, primero como alumno, ahora como profesor (de FyQ en ESO y Bach): en el mejor de los casos (es decir, con un buen profesor q es capaz de conectar con sus alumnos), el alumno nunca termina de comprender todo lo que se le explica en clase. Ni falta que hace (hilo)
Los docentes deben dominar la materia que enseñan pero ello no los capacita inmediatamente para el "arte de enseñar". Han de ser capaces de ponerse en el lugar del otro, del alumno al que presenta por primera vez esos conocimientos tan complejos que para él ya son "tan simples".
Este es el motivo fundamental por el que para nuestros adolescentes la enseñanza presencial es imprescindible: solo el profesor que mientras explica es capaz de interpretar los silencios, las miradas e incluso la respiración de sus alumnos será capaz de resultarles de utilidad.