Como conté en un hilo anterior, mi primer hijo nació prematuro de 30 semanas, pesando 1,100 Kgrs.
A pesar de lo que había sucedido, el médico me aseguró que, con un control adecuado, yo podía tener más hijos sin ninguna complicación. Yo le creí, gracias a Dios.
Lo cierto es que 3 años después, estaba esperando de nuevo, deseando que esta vez el embarazo llegara a 38 semanas (por lo menos) y que fuera una niña.
Lo segundo sí se me dio.
Todo iba excelente con la barriga, lo único que no me gustaba era que el bebé no se dejaba ver y yo tenía demasiada curiosidad por saber qué era.
Aunque si era varón, yo pensaba que podía intentar un tercer hijo, a ver si lograba la niña, la verdad yo siempre quise tener 3, independientemente del sexo de cada uno.
Un día, tenía 4 meses de embarazo, íbamos por la carretera que comunica Hoyo de la Puerta con la Universidad Simón Bolívar.
Los que conocen esa vía saben que hay tramos en los que tienes la montaña de un lado y el barranco del otro, justo en uno de esos tramos nos coleamos.
Al volante iba mi entonces esposo, yo de copiloto y mi hijo de 3 años atrás.
El carro dio una vuelta hacia el barranco y otra hacia la montaña, yo grité: ¡Arcángel Miguel! y el carro se enderezó, quedó detenido con la trompa en dirección a la vía.
Fue un milagro. De pronto había cesado el peligro, pero yo estaba en shock.
Esa noche tuvimos que ir a la emergencia de la clínica porque yo estaba en crisis hipertensiva.
Luego de eso, fue como una película repetida: Reposo, exámenes, medicamentos, pero nada que se controlaba la tensión.
Esta vez la crisis había comenzado antes. Me sorprendí deseando llegar por lo menos a la semana 30, estaba más asustada que la primera vez.
Acababa de cumplir 30 semanas cuando entré a la clínica para que me monitorearan el bebé, con un sensor diferente al que tenía el médico en el consultorio.
El día siguiente, un sábado, cené y la niña no se movió, probé bañándome y nada, así que salimos a la emergencia.
La niña estaba aletargada, el estatus era “ambiente uterino hostil”. Había que hacer la cesárea en la mañana y me dieron la noticia que era con anestesia general.
Yo le tengo pánico a la anestesia general, no me gusta quedar inconsciente, le supliqué al médico que me pusiera una epidural, pero no se podía por no sé cuál razón médica.
Recuerdo la máscara, la sensación de ahogo y lo siguiente que recuerdo es que me despertaron con la noticia que tenía una hija, ya se la habían llevado, estaba estable, pesó 1,060 Kgrs. 40 gramos menos que su hermano.
Ese día no la conocí, me fue imposible levantarme de la cama por el efecto de la anestesia y ella estaba en terapia neonatal, no me la podían traer.
Me aseguraban que estaba bien, así que me quedé tranquila.
En la mañana la vi, llena de tubos y mangueras, chiquitica, pero era una princesa.
Ella de verdad estaba muy bien, pero yo no, resulta que la tensión arterial seguía alta.
Cuatro días después de nacer mi hija, tuve la tensión sistólica en 220 mmHg, estuve en mucho peligro.
El seguro que teníamos era una especie de pote y si me ingresaban a mí iba a consumir la cobertura de la niña, así que estábamos en un dilema, ¡otra vez el seguro!
Gracias a Dios lograron bajar la tensión a 180, en la emergencia y no tuvieron que ingresarme, pero el susto fue grande.
Me tomó más de una semana entrar en normalidad, estuve de reposo bajo vigilancia médica, hasta que por fin la tensión cedió.
Cuatro semanas después, un lunes santo, salió mi beba de alta, entró a su casa en un moisés rosado, después de estar todo ese tiempo creciendo y poniéndose fuerte.
Hoy en día es una jovencita sana, bella, inteligente y feliz.
Y no, ni loca se me ocurrió buscar el tercero.
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Transcurrían los años 90, Belkis tenía una exitosa carrera de varios años, como aeromoza en una de las principales líneas aéreas del país.
Había volado por todo el mundo, New York y México eran sus vuelos favoritos, pero se estaba reincorporando al trabajo después de nacer su hija, así que tomó algunos vuelos nacionales para no ausentarse mucho de su casa.
Uno de esos vuelos era para Barinas los días domingos. Salía muy temprano de Maiquetía, estaba unas horas por allá y a principio de la tarde era el vuelo de regreso.
Ricardo entró a su casa un poco más temprano de lo usual, eran las 9 de la noche apenas.
Era habitual que llegara del trabajo sobre las 10 de la noche, pero ese día tenía un fuerte dolor de cabeza y se retiró temprano.
Se cambió de ropa y fue a la cocina a buscar un calmante, estaba aturdido con el dolor y no conseguía las pastillas. Comenzó a llamar a su esposa:
-Natalia, búscame un analgésico, por favor.
Nadie respondía. Fue al cuarto de su hija, para su sorpresa estaba a oscuras y vacío. Abrió la puerta de su hijo, nadie. Fue al cuarto matrimonial, abrió el closet y la mitad de su esposa estaba vacía. Lo habían dejado.