Transcurrían los años 90, Belkis tenía una exitosa carrera de varios años, como aeromoza en una de las principales líneas aéreas del país.
Había volado por todo el mundo, New York y México eran sus vuelos favoritos, pero se estaba reincorporando al trabajo después de nacer su hija, así que tomó algunos vuelos nacionales para no ausentarse mucho de su casa.
Uno de esos vuelos era para Barinas los días domingos. Salía muy temprano de Maiquetía, estaba unas horas por allá y a principio de la tarde era el vuelo de regreso.
Un domingo de esos, mientras recorría el lugar, descubrió un restaurante que hacía un mondongo espectacular.
Pensó en llevar para su casa para almorzar en familia.
Belkis le dijo al encargado que le diera 2 raciones para llevar y para su decepción le contestaron que no, no tenían recipientes, no se estilaba en ese sitio vender para llevar.
Ella miró a su alrededor y ubicó un envase que le pareció idóneo, una lata de leche vacía, y le pidió que se los sirviera allí.
Envolvió muy bien con una bolsa, porque estaba prohibido llevar compras en el avión. Belkis ya tenía planeado donde iba a esconder su mondongo para no ser descubierta.
El avión despegó puntual y cuando ya estaban cerca de Caracas, el capitán activó un protocolo de emergencia.
Fueron minutos de confusión, las aeromozas debían preparar a los pasajeros y realizar algunas maniobras.
Belkis solo pensaba en su hija que acababa de cumplir 3 meses.
En un principio, ella no sabía qué ocurría, pero una compañera le indicó que se trataba de una sospecha de bomba en el avión.
Con los nervios a millón y rogando por salir de eso cuanto antes, las aeromozas bajaron a los pasajeros del avión por el tobogán de evacuación.
Belkis tuvo que bajar de la misma manera, justo antes que entrara el escuadrón anti bombas a la aeronave.
Luego, en una sala de espera, Belkis oyó cómo el piloto le explicaba a la autoridad que activó el procedimiento porque al pasar por un área del avión sintió algo caliente detrás de un gabinete,
al revisar observó un objeto envuelto en plástico negro y al tocarlo lo sintió metálico y caliente, lo cual era sospechoso.
Belkis volteó en ese momento, para observar cómo un experto en explosivos, sacaba del avión la envoltura con su mondongo.
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Como conté en un hilo anterior, mi primer hijo nació prematuro de 30 semanas, pesando 1,100 Kgrs.
A pesar de lo que había sucedido, el médico me aseguró que, con un control adecuado, yo podía tener más hijos sin ninguna complicación. Yo le creí, gracias a Dios.
Lo cierto es que 3 años después, estaba esperando de nuevo, deseando que esta vez el embarazo llegara a 38 semanas (por lo menos) y que fuera una niña.
Ricardo entró a su casa un poco más temprano de lo usual, eran las 9 de la noche apenas.
Era habitual que llegara del trabajo sobre las 10 de la noche, pero ese día tenía un fuerte dolor de cabeza y se retiró temprano.
Se cambió de ropa y fue a la cocina a buscar un calmante, estaba aturdido con el dolor y no conseguía las pastillas. Comenzó a llamar a su esposa:
-Natalia, búscame un analgésico, por favor.
Nadie respondía. Fue al cuarto de su hija, para su sorpresa estaba a oscuras y vacío. Abrió la puerta de su hijo, nadie. Fue al cuarto matrimonial, abrió el closet y la mitad de su esposa estaba vacía. Lo habían dejado.