Hoy hace un siglo ocurrió un atentado con dinamita contra la imagen de la Virgen de Guadalupe en la antigua Basílica en el Tepeyac.
La imagen no resultó dañada, diferencia de un pesado crucifijo que se dobló por la explosión y es conocido como “El Cristo del Atentado”.
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La imagen no resultó dañada, diferencia de un pesado crucifijo que se dobló por la explosión y es conocido como “El Cristo del Atentado”.
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El 14 de noviembre de 1921 era lunes. Se celebraba en la Basílica la llegada de un canónigo quien se haría cargo del coro religioso. De repente, un hombre pelirrojo colocó una ofrenda de flores al pie de la imagen de la Virgen y se retiró rápidamente.
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En el ramillete estaba oculto un cartucho de dinamita marca Hércules que se usaba entonces en la minería. El autor del atentado fue protegido por un grupo de trabajadores que, luego se supo, eran militares disfrazados, y fue sacado del lugar en un camión del Ejército.
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En medio de la indignación que produjo el atentado contra la imagen, el procurador Eduardo Neri dijo que el hecho sólo había beneficiado a la Iglesia —con la que el presidente Álvaro Obregón tenía un pleito casado— y acusó a los Caballeros de Colón de haberlo orquestado.
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En investigaciones posteriores —entre ellas, la de Jean Meyer para su libro “La Cristiada”— el autor del atentado ha sido identificado como Juan Esponda o Luciano Pérez. Se dice que trabajaba en la oficina de la Presidencia de la República y que tenía nexos con la CROM.
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