Ahora mismo, muchos de vosotros teméis que un holocausto nuclear nos borre del planeta.
Otros creéis que es imposible llegar hasta ese extremo.
Pero...
¿Y si no es la primera vez?
¿Y SI YA SUCEDIÓ?
¿Y si una guerra de ese tipo aniquiló a la humanidad de hace miles de años?
Es más:
¿Y si hay constancia escrita de ello?
MAHABHARATA.
RAMAYANA.
Son textos sagrados sánscritos con más de 2000 años de antigüedad. Relatan gestas - atribuidas a «dioses» - que sucedieron MILES DE AÑOS ANTES de su escritura.
En esos versos se describen armas terribles que inundan los cielos de luz...
... que azotan con viento y fuego las tierras...
... que sumen al mundo en una noche eterna que dura cientos de años...
... que envenenan aguas, animales y plantas que crezcan en la zona afectada.
Algunos rincones del planeta todavía conservan niveles de radiación difíciles de explicar. Ecos lejanos de catástrofes ya olvidadas.
Tal es el caso, por ejemplo, del «lugar de la muerte», en Pakistán, en las inmediaciones del valle del Indo.
Algunos de vosotros pensáis:
Si existió en el pasado una civilización capaz alcanzar ese nivel tecnológico, quedarían vestigios de ella.
Mirémoslo desde otro prisma:
Si mañana algo exterminase a la humanidad actual, ¿cuánto tiempo tardarían en desaparecer nuestras huellas?
- En un lapso de 200-500 años se desintegraría cualquier cosa hecha de metal.
- En 700 años desaparecería todo el plástico.
- Sin nadie que lo mantenga, en 2000 años no quedaría hormigón.
Y cuanto más modernos somos, más perecederos son los materiales que usamos para todo.
El transcurrir de los milenios ha demostrado que uno de los pocos materiales que realmente resisten los envites del tiempo es LA PIEDRA.
Por eso Johann Wolfestein, ingeniero de la Universidad de Pleanville, se fijó en las piedras.
«Si una civilización intuyese que está a punto de extinguirse, querría dejar un mensaje para las venideras», pensó. «Y si quisiera hacer perdurar ese mensaje, lo grabaría en LA PIEDRA».
Obsesionado con esa idea, Wolfestein escudriñó todos los templos antiguos del planeta, todos los megalitos, todas las estatuas paleolíticas.
Pero si una humanidad interior nos había dejado una carta de despedida, no parecía hallarse en ninguno de esos sitios.
Y ENTONCES...
Entonces reparó en ULURU.
Más conocida como Ayers Rock.
Un monolito rojizo de más de 300 metros de altura, ubicado en el desierto australiano, en medio de la nada.
Los aborígenes de la zona lo consideran sagrado.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó hasta allí.
La Universidad de Pleanville analizó Ayers Rock y descubrió algo impactante:
Ese megalito es una especie de vinilo de piedra gigante.
Las irregularidades y relieves de la roca, leídas con un haz de rayos láser, revelaron millones de terabytes de información encriptada.
Los datos estaban codificados de forma tan compleja que los mayores expertos en criptografía tardarían siglos en descifrarlos.
Una inteligencia artificial lo hizo en menos de dos horas.
Gracias a ello se accedió a una información que podría cambiar nuestro mundo para siempre.
Instrucciones detalladas para desarrollar una tecnología que en poco se diferencia de la magia.
Un sistema para obtener ENERGÍA casi ilimitada y, una vez amortizada una inversión inicial, PRÁCTICAMENTE GRATIS.
Mediante lo que esa cultura antigua denominaba META-TÚBULOS.
Los «meta-túbulos» (traducción aproximada) son algo así como pequeños «agujeros de gusano» que perforan el espacio-tiempo. A través de ellos se accede a la energía que liberan SUPERNOVAS lejanas.
Esa explosión de energía viaja a través del «meta-túbulo» hasta un condensador.
En lenguaje coloquial: Es como si pudiésemos sorber la energía de estrellas lejanas mediante una pajita.
En Ayers Rock se explica con todo detalle cómo fabricar las máquinas que abren esos agujeros de gusano y cómo construir los condensadores para almacenar la energía ilimitada.
También figura en esa roca australiana información sobre la civilización antediluviana que la creó.
A pesar de contar con esa posibilidad de energía ilimitada y libre, aquellos hombres del pasado jamás pudieron beneficiarse de ella.
Las razones de ello son desoladoras.
Las élites de aquella civilización arcana obligaron a silenciar el descubrimiento.
Una energía inagotable, decían, acabaría con casi todos los problemas. La prosperidad se extendería por doquier, eliminando los estratos sociales.
Y a los poderosos no les gustaba la idea.
Aquellos privilegiados lo eran precisamente porque había otras personas por debajo de ellas.
Todos iguales equivalía a todos mediocres, y el ser humano no está preparado para la mediocridad. Le produce un horror existencial.
Por eso se opusieron a la tecnología meta-tubular.
Prefirieron un mundo con recursos limitados. Prefirieron librar sus macabras partidas de ajedrez para luchar por dichos recursos.
Acaparar poder.
Aspirar a un merecido trono en la cúspide de la pirámide humana.
Los científicos que tallaron Ayers Rock, al ver que su mundo se encaminaba hacia una guerra global, dedujeron que la catástrofe nuclear era inminente.
Por eso dejaron ese Arca de Noé de datos en un material perdurable, con la esperanza legárselo otra civilización más sensata.
Cabe suponer que aquellos hombres de ciencia estaban en lo cierto:
Las armas nucleares de dos bandos distintos fulminaron casi todo.
Sobrevivieron muy pocas personas que transmitieron vía oral lo sucedido, generación tras generación, distorsionándolo.
Miles de años más tarde, los ecos de esa historia quedaron inmortalizados en los textos sánscritos.
El mensaje de la enorme piedra roja incluía otro mensaje, casi a modo de postdata:
«Quiera la suerte que estos conocimientos lleguen a una civilización más madura que la nuestra. Una que sepa dar buen uso a este regalo del Cosmos».
Y estoy seguro de que Johann Wolfestein, en su despacho de la Universidad de Pleanville, estará pensando con un nudo en el estómago:
¿Somos nosotros esa civilización que ansiaban los antiguos?
Llevo todo el día fascinado por las imágenes fantasmagóricas del ENDURANCE.
Hace más de 100 años se hundió en las inmediaciones de la Antártida, y allí ha permanecido hasta ahora, recién descubierto a más de 3000 metros de profundidad.
Como ya sabréis, ese barco fue capitaneado por Sir Ernest Shackleton en una expedición que pretendía atravesar el continente helado de extremo a extremo.
Todo se torció cuando el ENDURANCE quedó atrapado en los hielos antárticos, y su tripulación con él.
DURANTE MÁS DE UN AÑO.
Eso convirtió la expedición en un fracaso y, al mismo tiempo, en una de las gestas más épicas que conocemos.
Shackleton, mediante disciplina y una capacidad portentosa para mantener el ánimo de los suyos, logró sobrevivir 21 meses en aquel infierno SIN PERDER NI UN SOLO HOMBRE.
¿Nos espían a través de nuestros dispositivos electrónicos?
SÍ. NOS ESPÍAN.
Pero si tu smartphone, tu ordenador o tu electrodoméstico están infectados con el CÓDIGO *O\^, el uso que hacen de tu información es aún más siniestro de lo que crees.
«COMO ES ARRIBA, ES ABAJO».
«COMO ES ADENTRO, ES AFUERA».
O eso creían en el antiguo Egipto, y por ello pensaban que EL RÍO NILO era, en realidad, el equivalente terrestre de aquel otro río que veían en el cielo: LA VÍA LÁCTEA.
Esas correspondencias entre arriba y abajo, microcosmos y macrocosmos... proceden del KYBALIÓN, un tratado filosófico inspirado en las presuntas enseñanzas del dios (y alquimista) HERMES TRIMEGISTO.
En realidad Hermes Trimegisto es el nombre que otorgaron los griegos a una deidad mucho más antigua: El dios egipcio THOTH.
Veo que en LA ROCA entrevistan a Berasategui y a David de Jorge.
Hace años los tuvimos a ambos de invitados en VAYA SEMANITA y voy a contaros dos cosas sobre estos tipos que no os contarán hoy en La Sexta.
Una la viví de primera mano. La otra le la contaron mis jefes.👇
La primera no tiene mucha historia:
Berasategui invitó a todo el equipo del programa a cenar en su txoco cuando quisiéramos. Le tomamos la palabra, y el tío cumplió.
Nos dio de cenar como a reyes, con platos tradicionales de primera calidad.
Incluso nos preparó lo que él bautizó como «el cubata Vaya Semanita» con ron de primerísima calidad (no recuerdo la marca) y mezclando los ingredientes en ollas enormes con proporciones que eran pura alquimia.