El 23 de octubre de 1929, el Chrysler Building coronó su estructura. Debía ser un momento de celebración pero allí no había ningún periodista para inmortalizarlo.
La carrera por ser el edificio más alto del mundo llegaba a su fin y, aparentemente, el Chrysler había fracasado.
"The Race into the Sky", que es como la llamaba la prensa, había durado ocho meses pero, de facto, había comenzado mucho antes.
Había comenzado en 1924, cuando Architectural Review publicó un artículo glosando las virtudes de un edificio en Broadway: el Albermale.
El artículo ponía por las nubes tanto al edificio como a su arquitecto, William Van Alen (iz.), obviando que Van Alen no era el único responsable del diseño, sino que lo había hecho en colaboración con su socio, H. Craig Severance (dr.)
La relación entre ambos ya llevaba un tiempo deteriorándose, pero lo de que le ningunearan abiertamente y por escrito cabreó bastante a Severance, lo cual provocó que el estudio se disolviese y los dos arquitectos se separasen con bastante mal rollo entre los dos.
Aunque era el menos creativo y el que tenía menos talento, Severance era el que buscaba los clientes, así que Van Alen estuvo bastante tiempo sobreviviendo como pudo.
Hasta que, en 1927, recibió la llamada de un hombre que le cambiaría la vida: William H. Reynolds.
Aparte de exsenador por el estado de Nueva York, Reynolds era promotor inmobiliario y había comprado un solar en la esquina de la 42 con Lexington.
Quería construir un gran edificio para estimular el Midtown y, para ello, contrató a Van Alen.
A petición de Reynolds, los primeros diseños de Van Alen contemplaban un edificio de 40 plantas, lo suficiente como para atraer las miradas desde el bajo Manhattan, donde estaban los edificios más altos de la ciudad, hacia el Midtown.
Sin embargo, según fue avanzando el proceso, el proyecto fue aumentando en altura.
Para febrero de 1928, el futuro Reynolds Building había crecido hasta las 54 plantas.
Pero como justo al lado habían comenzado las obras del Chanin Building (iz.), que iba a tener 56 plantas, Reynolds le dijo a Van Alen que de eso nada, que había que subir el rascacielos mucho más.
El diseño final, aprobado en junio del 28, medía 246 metros y tenía 67 plantas.
Y aunque era un diseño algo más conservador que el inicial, con esos 246 metros superaría al Woolworth, que con 241, ostentaba el récord de altura.
Cuando comenzaron las obras en septiembre del 28, el Reynolds iba a convertirse en el edificio más alto del mundo.
Sin embargo, al poco de comenzar la construcción, Reynolds se dio cuenta de que no tenía suficiente dinero para financiar semejante obra, así que se lo vendió todo: solar, obras y arquitecto a Walter Percy Chrysler, el propietario de la tercera compañía automovilística del país.
A partir de ese momento, el edificio se llamaría Chrysler Building, y cambiaría la historia para siempre.
Y la cambiaría porque Chrysler no solo tenía dinero (tenía tanto que pagó el edificio literalmente DE SU BOLSILLO), sino que era un hombre que creía firmemente en el futuro, así que dio rienda suelta al espíritu creativo de Van Alen.
Y Van Alen respondió construyendo el rascacielos más bonito, y más avanzado, del mundo.
Con el apoyo de Chrysler, Van Alen elevó el edificio una planta más, hasta los 250 metros, y cambió la cubierta por esa corona telescópica de acero inoxidable que se convertiría en símbolo del edificio.
Y de toda Nueva York.
Pero, además, honrando al origen automovilístico del promotor, Van Alen diseñó una serie de ornamentos DIRECTAMENTE relacionados con el mundo del motor.
Como esos guardabarros y tapacubos de ladrillo y acero inoxidable de la planta 31 (en serio).
O las gárgolas de esa misma planta, que son virtualmente idénticas a la figura del capó de un Chrysler Plymouth de 1929.
Pero en 1929, cuando las obras iban ya avanzadas, apareció un nuevo jugador en el tablero: el banquero George Ohrstrom presentó el proyecto de un nuevo rascacielos en el 40 de Wall St.
Y su arquitecto iba a ser H. Craig Severance, el antiguo socio y actual enemigo de Van Alen.
Aunque el proyecto inicial del denominado Manhattan Trust solo contemplaba 47 plantas, siendo Severance quien era y teniendo el competidor que tenía, en abril del 29 cambió el proyecto por un rascacielos de 260 metros de alto, 10 más que el Chrysler.
Comenzaba así la "Carrera hacia el cielo" entre un edificio neogótico de cubierta piramidal bastante chusco y otro que era puro futurismo (y lo era, y lo es).
Según avanzaban las obras de ambos edificios, los proyectos se modificaban en una carrera frenética añadiendo más y más altura.
Hasta que el Chrysler obtuvo el permiso para llegar hasta los 282 m.
Pero a los pocos días, Severance presentó un diseño final que alcanzaba 283 m.
Por eso, cuando el Chrysler coronó la estructura en octubre del 29, la prensa ya sabía que no iba a ser el más alto del mundo.
Sabía que en el 40 de Wall St. se estaba construyendo el ganador de la carrera.
Y entonces, del interior de la corona comenzó a emerger una aguja de acero.
Muy poco a poco, minuto a minuto, las grúas extrajeron la espira hasta que descansó en lo alto del rascacielos. Medía 37 metros.
Con la aguja instalada, el Chrysler alcanzaba los 319 metros de altura. No solo era el edificio más alto del mundo, también superaba los 300 metros de la Torre Eiffel y se convertía en la estructura más alta del planeta.
El proceso duró 90 minutos y se llevó totalmente en secreto. Van Alen había escondido las cuatro piezas que formaban la aguja en el interior de la corona sin que ningún competidor y ningún periodista lo supiera.
Por eso no había allí nadie para dar fe.
En la calle solo estaba Chryler, Van Alen y un grupo de ingenieros supervisando todo el proceso.
En palabras del arquitecto fue "Como una mariposa saliendo de su envoltura y desplegando sus alas".
¿Y qué pasó después?
Pues lo que pasó es que, el 24 de octubre, justo un día después de la maniobra secreta del Chrysler, se produjo el Martes Negro de Wall Street.
El Crack del 29 tocaba cénit y los medios no estaban muy por la labor de seguir hablando de rascacielos.
Tal fue así que la prensa no se dio cuenta de que el Chrysler había ganado la "Carrera hacia el cielo" hasta un mes después.
Pero, en realidad, este no fue el fin de la carrera.
Bueno, para saberlo, pincha en "mostrar respuestas", que la historia aún no ha terminado.
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El Chrysler Building solo fue el rascacielos más alto del mundo durante menos de un años, desde que se inauguró el 27 de mayo de 1930 hasta que, el 1 de Mayo de 1931, abrió sus puertas otros edificio llamado a ser símbolo de Nueva York: el Empire State Building.
Sí, el Empire State también es un icono y sí, también es muy bonito...
...pero, en mi opinión, el Chrysler tiene algo que el ESB no tiene: un optimismo militante por el futuro.
Al Chrysler se le encuadra en el movimiento art decó. Y sí, lo es.
Y eso se ve en muchos detalles del interior.
En los ascensores...
O en las propias puertas de acceso se ve ese gusto por la decoración que asociamos al art decó.
Pero, en realidad, para referirse a este tipo de arquitectura y diseño industrial, el término "art decó" no se empezó a usar hasta los años 60.
Sabéis como se hacían llamar los participantes en la Exposición de Artes Decorativas de París de 1925?
Les modernes.
Los modernos.
Es más, ¿sabéis qué decía Marinetti en el Manifiesto Futurista de 1909?
"La magnificencia del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su radiador adornado de gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil que ruge es más bello que la Victoria de Samotracia".
Porque eso es exactamente el edificio Chrysler: una oda a la belleza de la máquina.
Motores rugiendo en la planta 31 y águilas cromadas volando en la 62 sobre el cielo del mundo.
Y eso lo sabía William Van Alen. Sabía que un rascacielos no se aprecia a pie de calle, que lo único que verdaderamente se ve son los salientes.
Por eso, lo único que se ve desde la acera son los Mercurios y las águilas, como se aprecia perfectamente en esta foto.
Y también sabía que un rascacielos solo se aprecia en su totalidad desde lejos.
Por eso, la corona de acero inoxidable con sus siete arcos retranqueados y sus inconfundibles ventanas triangulares son un símbolo.
Un símbolo de lo que cualquier rascacielos querría ser.
Porque esa corona que se despliega telescópica hasta perforar el cielo es un símbolo de la máquina y de la velocidad.
Es una nave espacial de acero inoxidable apuntando al futuro.
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1. Estas dos fotos son las únicas que yo he sabido encontrar de la aguja emergiendo sobre la corona.
2. Como todos los rascacielos de la época, la estructura del Chrysler es de acero. El ladrillo que vemos en la fachada es eso, solo fachada, no tiene ninguna función estructural.
3. Por otro lado, salvo la corona de acero inoxidable y algunos remates de piedra, TODA la fachada es de ladrillo, lo cual hace que el Chrysler todavía sea el edificio de fachada de ladrillo más alto del mundo (y me temo que lo seguirá siendo forever).
4. La historia de la Carrera hacia el Cielo se ha contado en muchos sitios (aunque en ninguno hablan de futurismo italiano porque yo soy Pedro Torrijos y ellos no 😬)
La versión que más me mola a mí es la que sale en "Amor con preaviso", en la que Hugh Grant se la cuenta a Sandra Bullock en un mionuto, dentro de un helicóptero y con la intención de ligársela.
Para que digan que estas historias no sirven para nada.
5. En la actualidad, dentro de la corona del Chrysler no hay esencialmente nada...
6. El Chrysler es un icono absoluto y, como tal, ha salido en decenas de pelis y series. Por ejemplo, de una de sus águilas es de donde salta Will Smith en Men in Black III para viajar en el tiempo.
Y la corona también es la guarida secreta de Kingpin, el villano principal de Daredevil, al menos en los tebeos y en la serie de animación.
(Y en el episodio del próximo jueves, vamos a conocer la historia de la ciudad del motor que se construyó en medio del Amazonas).
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Esto es muy sencillo, el segundo tipo de arquitectura más antiguo que existe es la arquitectura corporativa. (El más antiguo es la arquitectura residencial, las casas, claro).
Veo a mucha gente alucinando con la estructura del nuevo rascacielos de Foster en Manhattan.
A ver, sí, es una estructura bastante chula pero no es TAN flipante. De hecho, es una estructura *relativamente* convencional.
Vamos a verlo en un minihilo.
El rascacielos (que será la nueva sede de JP Morgan Chase) está en el 270 de Park. O sea, en pleno Midtown.
Los renders nos colocan su silueta en el skyline.
Más allá de que el edificio sea más o menos bonito (a mí no me gusta demasiado, pero solo es una opinión), con lo que la gente lo está flipando fortísimo es con el encuentro entre la estructura y el suelo.
Nueva York se ha llenado de rascacielos colosales e hiperesbeltos que suponen un reto estructural.
Y sin embargo, están medio vacíos. Y no es porque (quizá) tengan algún problema constructivo.
En #LaBrasaTorrijos redux, la belleza y la trampa de los ultrarrascacielos.
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En 1885, se inauguró el Home Insurance de Chicago, al que se considera el primer rascacielos de la historia.
Visto desde nuestros ojos, "solo" tenía 12 plantas y no mucha pinta de rascacielos, la verdad.
Sin embargo, respondía al condicionante esencial para un rascacielos: había una empresa con el dinero para construirlo, porque LOS RASCACIELOS EXISTEN POR PURO APROVECHAMIENTO ECONÓMICO.
En 2022 apareció en Nueva Zelanda una biblia prohibida.
Tiene 4 siglos, le costó la vida a su creador y en sus páginas pone "Cometerás adulterio" y "Contemplad a Dios en su Gloria y su Culo Gordo".
Esta es la historia de la Biblia Malévola:
—¡Quemen todas las copias! ¡Apresen a ese hombre!— dijo el Arzobispo de Canterbury cuando leyó por primera vez la nueva impresión de la Biblia que le acababa de presentar Robert Barker, Impresor de la Corona Británica.
Era 1631 y el asunto era MUY serio.
Habían pasado ya dos siglos desde que Gutenberg crease el artefacto más importante de los últimos mil años: la imprenta. Gracias al invento, el conocimiento podía expandirse por el mundo.
Y en esa época, el conocimiento era, sobre todo, la Biblia.
De hecho, se dice que, incluso en la actualidad, la Biblia es el libro más impreso en todo el mundo. Pero claro, en el siglo XVII, imprimir la Biblia significaba mucho más. Significaba estatus y poder.
Y también significaba mucha pasta.
Los impresores eran gente que hacía mucho dinero, más aún si se trataba de impresores con acuerdos con la Corona, pues eso les garantizaba que sus tiradas siempre se iban a agotar.
Por eso, cuando Robert Barker y Martin Lucas llegaron al cargo de Impresores Reales, sabían que su destino iba a cambiar...
...aunque no cómo ellos pensaban.
Su primer encargo desde la Corona fue una nueva impresión de la Biblia del Rey Jacobo, la Biblia autorizada por la Iglesia Anglicana. Por supuesto, el encargo venía con muchas condiciones, la más importante era que fuese escrupulosamente fiel a la versión original de 1611.
Barker y Lucas se pusieron manos a la obra y, tras meses de durísimo trabajo, de repasar y repasar y repasar las planchas, entregaron a la Corona 400 copias de su nueva y flamante Biblia.
Pero cuando el libro llegó a los ojos del rey Carlos I, todo se fue a la mierda.
En el Éxodo 20:14, o sea, en los Diez Mandamientos, además de "No matarás", "No robarás" y otros siete habituales, el Sexto Mandamiento rezaba: "COMETERÁS ADULTERIO". Así, a la brava.
Pero aún había más, en el Deuteronomio 5, donde debería decir: "Behold, the Lord our God hath shewed us his glory and his greatness", lo que ponía era "Behold, the Lord our God hath shewed us his glory and his great-asse".
O sea: "CONTEMPLAD A DIOS NUESTRO SEÑOR EN SU GLORIA Y EN SU CULO GORDO".
Además de blasfemia, cachondeito.
En realidad, ninguno de esas dos blasfemias era intencionadas, claro, eran erratas. Pero eso importó poco al rey Carlos y a George Abbot, Arzobispo de Canterbury, quienes pillaron un cabreo monumental.
Tan monumental que llevaron a juicio al impresor Robert Barker, acusándole de una gravísima falta de cuidado en tarea tan importante como la que se le había encomendado.
El juicio fue bastante pantomima y, al final, a Barker le retiraron la licencia de impresor y le condenaron a una multa de 300 libras (aproximadamente un millón de euros en la actualidad). Una cantidad tan alta que Barker acabó ingresando en prisión por las deudas, donde murió en 1643.
Pese a los esfuerzos de la Corona Británica, no se destruyeron todas las copias de la Biblia Malévola (Wicked Bible), que es como se la empezó a conocer en el siglo XIX, por su historia, digamos, blasfema y malévola. Han aparecido varios ejemplares a lo largo de los siglos, que se conservan como oro en paño y que llegan a subastarse por cantidades astronómicas. El último de ellos apareció en Nueva Zelanda hace solo dos años.
Y si lo pensáis, es una putada para la memoria del pobre Robert Barker que la Biblia que acabó arruinándole y llevándole al trullo sea ahora un objeto de coleccionista que hace ricos a quienes se lo encuentran.
Si os gustan mis historias (y como las cuento), mi próximo libro es "La Pirámide del Fin del Mundo".
50 historias como no las he contado nunca: más improbables, más extensas y mucho más divertidas.
Cuando el misionero Francisco Álvares llegó a la capital del Imperio Etíope, se encontró con un edificio imposible:
Una iglesia subterránea, pero no escondida ni excavada; ESCULPIDA DE UNA SOLA PIEZA EN UN ÚNICO Y COLOSAL BLOQUE DE ROCA.
Esta es la historia: En 1520, el explorador portugués Pêro da Covilhã fue invitado por el emperador etíope Dawitt II a dar un paseo por la capital de su reino.
A Pêro da Covilhã le acompañaba el misionero Francisco Álvares, quien hacía las veces de embajador y notario de la visita. Asombrado hasta la incredulidad, Álvares tomaba notas y hacía dibujos de lo que a duras penas era capaz de creer pese a que lo tenía delante.
Tras atravesar varios pasajes estrechos en la montaña, la comitiva llegó a un claro donde se erigía esculpida una gran cruz que era una iglesia y, a la vez era, inequívocamente, un signo de la existencia de Dios.
Los etíopes lo llamaban Biet Ghiorgis: la Casa de San Jorge.
Álvares no daba crédito. Todo estaba esculpido en un mismo bloque de roca basáltica. Todo. La fachada, la cubierta, la decoración, el interior. Todo.
¿Quién había hecho eso? ¿Quién había tenido la voluntad, la fuerza y el tesón de construir —de tallar— semejante maravilla? "Fueron los ángeles y el Santo Gebre Mesqel. Lo hicieron en una sola noche, hace cuatrocientos años" respondió Dawitt, orgulloso. Y comenzó a contar una historia:
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En el año de nuestro señor de 1187, nuestro gran emperador, Gebre Mesqel Lalibela, rezó durante cien días y cien noches para que se le concediera la gracia de visitar Jerusalén, la ciudad santa, que en aquel entonces estaba tomada por infieles.
Al cabo de todo ese tiempo, una mañana plácida, las nubes se abrieron y del cielo descendieron veinte ángeles. "Te concederemos un deseo mejor, rey. Pues antes que rey, eres el mayor de los cristianos. Te ayudaremos a construir una Nueva Jerusalén aquí, en Roha".
Y esa misma noche, los ángeles, bajo la dirección del emperador Lalibela, esculpieron en la roca once iglesias a mayor gloria de todos los santos. Al día siguiente, el pueblo etíope se rindió a la magnificencia de las iglesias y la ciudad de Roha fue bautizada con el nombre del emperador. La capital del imperio etíope se llamaría, de una vez y para siempre, Lalibela.
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El misionero Francisco Álvares era un hombre piadoso, pero eso de que las once iglesias se hubiesen esculpido de la noche a la mañana, y con mano de obra angelical le sonaba un poco raro. Así que preguntó y repreguntó sobre la verdad de las iglesias esculpidas y lo máximo que sacó de unos cuantos párrocos etíopes es que no se habían construido en una noche, sino a lo largo de 24 años. Eso sí, lo de los ángeles era cierto.
Álvares no le apetecía mucho dar fe de la intervención divina en el asunto, por si acaso la curia no se lo tomaba a bien, ya sabéis. Así que dejó más o menos claro que lo de los ángeles era una leyenda. También dejó claro es que las iglesias existían y eran tan asombrosas que desafiaban a la razón: "No quiero escribir más sobre estos edificios porque me parece que no me creerán si escribo más... Juro por Dios, en cuyo poder estoy, que todo lo que he escrito es la verdad".
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Cinco siglos después de la visita de Francisco Álvares, las iglesias de Lalibela siguen allí, intactas. También la imposible Casa de San Jorge.
Aunque se han realizado estudios arqueológicos contemporáneos, no se ha podido precisar con exactitud cómo se construyeron. Solo que se esculpieron con martillos y cinceles.
Empleando únicamente martillos y cinceles.
Ángeles con las Manos Negras es uno de los capítulos de mi nuevo libro: "La Pirámide del Fin del Mundo".
50 historias como no las he contado nunca: más improbables, más extensas y mucho más divertidas.
¿Sabíais que en Madrid hubo una piscina en una isla EN MEDIO DEL MANZANARES?
Se llegaba por un puentecito y la piscina tenía playa, zonas deportivas y un precioso edificio racionalista.
Ya decían "The Refrescos" que aquí no hay playa, vaya vaya, pero lo cierto es que, hasta que decidimos que la playa de Madrid iba a ser Gandía, en Madrid hubo un montón de intentos de inventarse una playa.