He llegado a un acuerdo con Valeria.
Mientras no diga exactamente dónde estamos ni publique fotos o vídeos, puedo contar lo que estamos haciendo en esta misión secreta.
Menos mal, porque esto es un poco rollo.
Así me distraigo.
Valeria parece una tía maja, pero es poco habladora y el primer viaje en tren ha sido un auténtico aburrimiento.
Hemos viajado hasta otra ciudad para recoger a un señor, y ahora estamos custodiándole en otro tren de vuelta a Madrid.
Es un tipo serio y menos hablador que Valeria.
Va vestido de negro, con traje y corbata, y lleva un maletín enganchado con unas esposas a una de sus manos.
Y una peluca de colores. También lleva una peluca de colores, como las que llevan los payasos.
Mientras esperábamos para coger el tren se ha acercado a mí y me ha susurrado algo al oído.
–¿Cuál es el pez que huele mucho?
–El apeztoso.
–El apeztoso.
Eso me ha dicho. Y luego me ha guiñado un ojo.
No sé. Me voy un rato al vagón cafetería a comer algo.
Creo que van a por Valeria.
En el vagón cafetería había dos hombres enormes muy trajeados con pinta de matón comiendo jamón.
He pedido unos cacahuetes y entonces he escuchado algo que me ha hecho pensar que Valeria está en peligro.
“Tenemos que cargarnos a la espía”, ha dicho uno. “Sí, a la Agente V, también conocida como Valeria”, ha dicho el otro.
Quizá me esté precipitando, pero creo que hablan de mi amiga.
Quizá me esté precipitando también refiriéndome a ella como amiga, pero creo que he de hacer algo. Acaban de salir camino de nuestro vagón.
Puedo avanzar hacia allí y cuando me acerque a ellos pedirles amablemente que me dejen pasar para llegar antes a Valeria.
O también puedo intentar llegar hasta allí antes que ellos caminando por el techo de los vagones del tren. Esto en el cine funciona.
¿Vosotros qué haríais?
Bueno, qué locura.
Primero de todo: la próxima vez que os pida ayuda tengo que calcular mejor los tiempos.
Para cuando ha terminado la encuesta de 20 minutos, los matones ya habían llegado hasta Valeria.
Tardé un rato en darme cuenta, porque además os hice caso y volví hasta nuestro vagón caminando por el techo del tren.
Bueno, más que caminando, arrastrándome.
El caso es que al terminar de recorrerlo allí estaban. También en el techo. Los matones, Valeria y el señor al que estamos custodiando.
Valeria es alucinante. Daba unas patadas y unas volteretas y unos guantazos que no veas.
Yo me he quedado allí, sentado, terminando de comerme los cacahuetes que había comprado. Tampoco quería molestar.
Valeria ha derribado a uno y de un empujón lo ha echado del tren. Entonces el otro se ha abalanzado sobre ella.
Valeria le ha dado una patada, pero ha fallado. O eso he pensado al principio.
Lo que ha hecho ha sido lanzar su zapato para hacerlo chocar contra la mano con la que estaba sujetando los cacahuetes.
Han caído todos rodando por el techo del vagón, el otro matón los ha pisado y solucionado: otro matón fuera del tren. Trabajo en equipo.
Pero entonces, un helicóptero ha salido de la nada.
O más bien de detrás de una montaña. Lo pilotaban unos hombres grises muy serios. Grises por completo: piel, traje y hasta los propios ojos.
Han lanzado un gancho y han agarrado al señor que estamos custodiando. Valeria se ha agarrado también al gancho, pero yo estaba en medio.
Hemos chocado. Hemos caído del tren. Mientras, el helicóptero se ha alejado con el señor y su maletín y su peluca de colores.
Por suerte hemos caído sobre un lago. Y ahora vamos a caballo.
Cerca había una granja. Valeria ha subido a un caballo, me ha agarrado de una pierna y me ha lanzado sobre el lomo del animal.
Dice que sabe perfectamente dónde se dirige ese helicóptero.
Dice que tenemos que salvar al Señor Bromas.
