Y ahí estaba Jocko, un mono capuchino.
Chester pensó "gane o pierda, lo importante es que hablen".
En la primera vuelta uno de los rivales casi se estrella de la impresión, poco a poco el coche 91 se puso en cabeza.
Pero el reglamento solo contemplaba las modificaciones autorizadas a los coches, de monos ni pío.
Así que "quien calla otorga", el mono se queda.
No le dejaban entrar en muchos hoteles y debían meterle de tapadillo; por alguna razón al monete no le caían bien las camareras y se les echaba encima y les arañaba y tiraba de los pelos hasta que se iban.
La victoria le supuso un jugoso premio de 1000$ al Tim y unos igualmente jugosos plátanos a Jocko, todos contentos.
La siguiente carrera (y última de Jocko) fue la Raleigh 300.
(Ahora viene el drama, aviso)
En aquellos tiempos los coches tenían una trampilla que se levantaba con una cuerda desde dentro para que los pilotos pudiesen controlar el desgaste de los neumáticos.
Aún con la parada quedó en tercer puesto (lo que le costó una diferencia de 600$ comparado con quedar en segunda posición).
Se recuperó físicamente pero dejó de comer y relacionarse con sus compañeros de equipo.
Con gran pesar para corredor, promotor, mecánicos y público el veterinario tuvo que poner un final apacible a su vida.