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Gracias a una buena dosis de tecnología sofisticada, Elliud Kipchoge es el maratoniano más rápido. Pero cómo se corría cuando no había tecnología?

En #LaBrasaTorrijos de hoy, la historia de Félix Carvajal, el maratoniano más absurdo (y más maravilloso) de la historia.

(HILO 👇)
Retrocedamos a los juegos de San Luis de 1904, una época en la que el deporte era una actividad marginal y una olimpiada se parecía más a un freak show o a una feria de muestras que al espectáculo televisivo de la actualidad.
Pa empezar, los JJ.OO. de la actualidad duran dos semanas, mientras que los de San Luis duraron la friolera de cuatro meses, entre otras cosas porque la organización fue un cristo bendito y nadie sabía muy bien de que iba el asunto.
Además, los Juegos se disputaron a la vez que se celebrara la Exposición Universal y todo estaba como mezclado y junto a carreras y saltos había exposiciones y muestras de todo tipo.
Y cuando digo "de todo tipo" es literal. En medio de los juegos se celebró un evento llamado "días antropológicos" consistentes en enseñar a aborígenes africanos y sudamericanos en bolas tirando flechas y lanzando jabalinas, pero no de las de deporte, sino de las de cazar.
Esto, a parte de ser espectacularmente racista, tuvo que gustar lo justo a atletas como George Poage, a la sazón el primer negro en conseguir una medalla olímpica. Lo hizo en 200 y 400 vallas y al loro con las vallas que si te tropezabas te fracturabas la tibia, seguro.
Por otro lado, en los Juegos de 1904 se disputaron unas cuantas pruebas peculiares, como el tira-soga y el tiro al pichón con pichones vivos porque, al parecer, la técnica de lanzar el plato aún no estaba depurada.
Con este nivel de deporte viejuno, no es de extrañar que otras pruebas fuesen el desplume de abejaruco macho o el duelo al amanecer con mosquete*

*[citation needed]
Ahora bien, de todas las pruebas absurdas que hubo en San Luis 1904, la más absurda fue también las más tradicional: el maratón.
El pistoletazo de salido del maratón de San Luis 1904 sonó el 30 de agosto a las 15:03 exactamente. Delante esperaban 40 km de carreteras polvorientas, un sol de justicia y una humedad relativa bien situada por encima del 90%.
(Sí, son 40 km porque los 42.195 no se instauraron hasta los Juegos de Londres de 1908)
El ganador del maratón fue el estadounidense Fred Lorz, entre vítores del público y besos de Alicia Roosevelt, la hija del Presidente.
Al bueno de Lorz le duró la alegría 20 minutos porque uno de los espectadores dijo que menudo morro, que Lorz había recorrido más de diecisiete kilómetros en coche, a lo que Lorz dijo que jajaja, que era una bromi, hombre. Pero le descalificaron.
Los jueces le quitaron la corona y se la colocaron Thomas Hicks, segundo clasificado y vencedor real de la carrera. Tuvieron que hacer un pequeño esfuerzo para levantar a Hicks del suelo porque el corredor había llegado medio muerto. Literalmente, medio envenenado.
Resulta que cuando Hicks sufrió una pájara cerca de la meta, sus propios entrenadores decidieron darle un reconstituyente a base de claras de huevo, brandy y estricnina. Y luego decimos que el dopaje actual es malo para la salud.

Aquí se le ve con sus "ayudantes".
Además, el californiano William García tuvo que ser hospitalizado por culpa de un esófago saturado de polvo por culpa precisamente de los coches y las bicis que acompañaban a los corredores y les llenaban de polvo.
Aún más jevi fue la historia del sudafricano Len Taunyane (el de la derecha de la foto), que el pobre fue perseguido por un perro salvaje durante casi 2 kilómetros.

En sentido contrario a la carrera.

Y aun así terminó la prueba en noveno lugar.

Y descalzo.
Con todo, la proeza más asombrosa de la maratón de San Luis corrió a cargo de un diminuto atleta cubano con mucha hambre. Con muchísima hambre.

Félix, "el andarín", Carvajal.
Carvajal era un cartero cubano de 29 años, metro y medio de altura y 47 kilos de peso. Y muy pobre. Muy muy pobre. Sin embargo, las penurias nunca pudieron apartarle de su sueño. Y su sueño era correr.
Carvajal corría por las colinas, los bosques, las playas y las selvas de su Cuba natal con un único objetivo en mente: participar en la maratón de los Juegos Olímpicos.
Como no tenía un duro, decidió recaudar fondos mediante exhibiciones populares, carreras benéficas e incluso un recorrido de varios días por todo lo largo de la isla, que le granjeó le granjeó el sobrenombre «Andarín».
Una vez conseguido el dinero, Carvajal compró un par de zapatillas deportivas, una camiseta que pintó con los colores de la bandera cubana y unos calzones cortos, lo empaquetó todo y se embarcó hacia la aventura olímpica.
Pero como el hombre era un desastre, lo primero que hizo cuando puso un pie en el puerto de Nueva Orleans fue pulirse toda la pasta en una timba de dados. Incluidas las zapatillas, la camiseta y los calzones. Todos los calzones.
Pero Carvajal no se arrugó y, aunque estaba desplumado y apenas quedaban unos pocos días para la carrera, decidió que recorrería los mil kilómetros que le separaban de San Luis cómo mejor sabía: corriendo.
Obviamente no corrió todos los kilómetros; también hizo autoestop y se coló de polizón en más de un carromato.

Pero llegó.

Tras más de 40 sin comer ni dormir, Carvajal recorrió los últimos kilómetros hasta el recinto olímpico al trote.
Claro que llegó con la prueba a punto de comenzar y, además el tipo no tenía ropa deportiva. Lo único que tenía era lo puesto: una camisa de lino, unos pantalones largos de tergal y unas botorras de vestir.
Como no era plan correr así, y además les estaban dando las tantas, otro atleta sacó unas tijera (que para qué coño tendría ese tipo una tijeras) y le recortó malamente los pantalones por la rodilla.

Y sonó el pistoletazo. (Nuestro héroe es el dorsal 3).
Tras una odisea como la suya, cualquiera pensaría que correr otros 40 km con unas botorras rígidas como el granito supondría un esfuerzo titánico para el probo cartero, pero lo cierto es que Carvajal se daba por satisfecho con la mera oportunidad de disputar la maratón.
El tipo saludaba a los demás corredores, estrechaba las manos de los jueces y hasta se salía del recorrido para charlar amistosamente con los espectadores en un inglés más que dudoso.
Pero como la felicidad no era suficiente para sostener sus cansadas piernas, Carvajal también se salió del recorrido para robarle unos melocotones a un vendedor ambulante, que debió huir despavorido ante el presumible olor que desprendía ese supuesto atleta con pinta de homeless.
Lo malo es que los melocotones no le quitaron el hambre, sino que le abrieron el apetito. Lo bueno es que, en otro de sus desvíos improvisados, encontró un manzano solitario. Lo malo es que, como Carvajal medía un metro y medio, no alcanzaba a coger las suculentas frutas.
Lo bueno es que en el suelo habían caído unas cuantas manzanas. Lo malo es que las manzanas del suelo no eran tan suculentas, sino que más bien estaban podridas y llenas de gusanos.

Pero eso le dio igual. Y se las zampó porque MÁS PROTEÍNAS!
Félix Carvajal comenzó a sufrir calambres, espasmos y retortijones, los cuales le obligaron a descansar un rato. Supongo que en el acto de «descansar» se incluye también el más que probable alivio intestinal producido por la ingesta de larvas de lepidóptero.
El caso es que nuestro atleta/autoestopista/catador de gusanos, tras haber recorrido más de 30 kilómetros de la maratón olímpica, se tumbó a la sombra y se echó una siestecita PORQUE OLE SUS COJONAZOS ENVUELTOS EN UNOS PANTALONES DE TERGAL.
Tras dormir plácidamente durante casi media hora, Carvajal se levantó y dijo: «Vamos pallá». Y terminó la prueba.
Que bastante tendría con haber cruzado la meta, pero a nuestro cartero/atleta/jugador de dados/autoestopista/creador de tendencias en moda deportiva/robamelocotones/catador de gusanos/sesteador ocasional no le valía con algo tan mundano, así que apretó el ritmo.
Lo apretó tanto que adelantó a la mayoría de sus competidores y consiguió un más que meritorio cuarto puesto.

Y aún le sobró tiempo para posar con el orgulloso porte de alguien al que todo se la trae floja.
Tras la carrera, Carvajal se quedó un año más en Estados Unidos participando en varias carreras populares y profesionales. Y ganó unos cuantos premios, copas y medallas, lo cual le permitió recuperar el orgullo herido, la confianza en su capacidad atlética y un puñado de dólares.
El 28 de agosto de 1905, Félix de la Caridad Carvajal y Soto, el «Andarín» Carvajal, fue recibido en el puerto de La Habana con honores de héroe nacional. Posó con sus trofeos y contó su historia a quienquiera que quisiera escucharla.
Pese a la fama, Carvajal siempre fue pobre. Llegó a compaginar el trabajo de cartero con ocupaciones diversas como hombre anuncio o reclamo para espectáculos de carnaval, pero nunca pudo salir de la pobreza, que le acompañó hasta el día de su muerte a los 74 años de edad.
La vida de Félix Carvajal fue larga y nunca fue fácil, pero a algunos nos gusta creer que él no le dio demasiada importancia. Que a él le bastaba con que su zancada fuese fácil.

Y lo era, ya lo creo que lo era. Aunque llevase puesto unos zapatones.
Y con esta imagen de los héroes del maratón de San Luis de 1904, terminamos #LaBrasaTorrijos de hoy.

Espero que os hayáis divertido y, si os molao, hacedme un RT o un follow o invitadme a una caña, que soy mu majo.

(Cierro HILO 👆)
Nos vemos el próximo jueves a la misma hora, pero recordad que tenéis todos los capítulos de #LaBrasaTorrijos archivados en mi tuit fijado:

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