infalible,
diligente,
cariñosa y constante
nodriza
de la enfermedad y de la muerte!
Has llegado a mi casa,
tu seguro albergue,
sin alardes publicitarios
ni violencias,
como el venero subterráneo al pozo,
la nutricia corriente a las raíces,
la sangre en las arterias
del cuerpo.
Te conozco tan bien,
que me basta y me sobra con tu nombre
para sentir tu permanente influencia
removiendo mis carnes,
mi esqueleto,
para saber si es hora de cambiarme,
de cambiarte
de casa.
Te insinúas por las oscuras, exiguas y vacías
alacenas.
desmantelada,
sin manteles,
por el andamio de las telarañas, hasta el asiento
de la polilla y la carcoma.
Todos los días vienes,
o mejor dicho,
estás todos los días
presidiendo la junta familiar
con tu música ingrata
de cazuelas y ollas
desoladas,
con vientres de sapo, de aire;
con tu estridente música
de golpes y lamentos,
maldiciones y llanto.
Los dos:
tú y yo,
hemos estado juntos
durante noches enteras,
infinitos días,
semanas,
meses,
años, como siglos.
y después,
de paseo
por las calles desiertas,
las oficinas de contratación,
el Monte de Piedad,
los juzgados,
la cantina y la cárcel.
Nunca te rindes,
pero si me acosas,
me tumbas,
y a veces me maltratas
la cara y las manos.
¿Para que tantas riñas,
si al final
siempre
te vuelves conmigo
entre los pliegues de mi estómago
camino de la sombra,
la sordidez y el vicio?
Yo te tengo, y por eso
te quiero
para mí
nada más.
No quiero
que conozcas
ni trates
a los míos.
regalarte
mis versos,
porque no tengo más
que mis pobres, descoloridos, tristes versos.
Pienso además, que tú
no ambicionas
ni aceptas
otra clase de obsequios.
Un poema se guarda
sin mayores problemas
en el bolsillo;
y a veces,
hasta puede llevarse
prendido en el cerebro.
Lo importante,
lo bueno
es que alguien lo lleve,
nos ayude a llevarlo
para que no se muera en el olvido.
Tengo un plan formidable:
si tú quieres,
desde mañana
te haces cargo de todos
mis pensamientos,
palabras y proyectos.
pienso a dónde llevarte
para que no te indignes
o te aburras
de tanto
trabajar
a ritmo lento,
sobre mi cuerpo ocioso.
Seremos uno solo
hambre y pensamiento; compenetrados ambos,
el uno en el otro;
confundidos
como la imagen y el espejo,
el objeto y su sombra;
binomio,
mezcla,
matrimonio.
Pienso,
juzgo,
concluyo
que no
te habrá de molestar
lo que pienso;
porque al final de cuentas
ganarás la partida
sin que yo
me resista.
Será tuya
la mejor parte
de todo
cuanto escriba.
que los pobres
lo lleven a sus chozas
para que aprendan a deletrear sus hijos,
y a cantar ellos,
los mayores,
la estrofa interminable
de tu nombre.
Oye,
te apuesto que no sabes una cosa.
Te la voy a decir:
Cuando te manifiestas
más intensa
que un dolor de estómago
cuando parece
que se doblan mis piernas como cañas
huecas
y mi vista se nubla
sin que acudan las lágrimas,
me imagino que entonces
la compasión te mueve
sin advertirlo
tú;
y me muestras entonces,
anticipadamente,
nirvanas
o remansos
de verdadera tranquilidad;
a la paz
ya cercana,
casi muerte lograda,
poseída.
Y a propósito, ¿recuerdas
que ayer,
cuando pasábamos
por enfrente del mercado
y aquel señor gordo, rubicundo,
quiso darme un racimo
de bananas,
me obligaste a mudar
el rostro, la alegría,
diciéndome que ya
demasiado tarde
para empezar a comer?
Hoy comprendo por qué
siempre andas de prisa.
Te impacienta que yo
me detenga,
por tienes
nada más
la jornada presente
como plazo
para acabar conmigo
y olvidar
tus problemas.
Y como tardo tanto
cuanto mi vida puede,