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El capitalismo es atroz, entre otras cosas, porque obliga a que los momentos de alegría máxima, que son las fiestas sorpresa de nuestra potencia política común, sean también momentos de dolor inconsolable. Crónica de una visita al estallido social chileno (Hilo. 1º parte)
He tenido el privilegio inmenso de visitar Chile estos días gracias a una invitación de los compañeros de @RDemocratica al encuentro A Toda Macha. Van primero unos apuntes poético-descriptivos del estallido, después notas más analíticas. Serán 2 o 3 hilos.
Lo más parecido que yo he vivido a algo así es el 15M. Pero el estallido social chileno se da en otra escala, que recuerda más a lo que uno lee sobre las revoluciones en los libros. Hay semejanzas, pero también muchas diferencias.
Las diferencias: primero, la virulencia de la revuelta. Impresiona no solo su masividad, sino también cuánta gente está dispuesta a jugarse el tipo frente a una represión estatal sanguinaria, desmedida, más propia de un golpe de Estado que de un sistema democrático.
El epicentro del estallido también es una plaza, la vieja plaza Italia, nueva plaza Dignidad. Pero a diferencia de Sol, no se ha instalado allí una acampada sino un campo de batalla recurrente, donde todos los días hay borrón y cuenta vieja entre el pueblo y el neoliberalismo.
Alrededor de la plaza de la Dignidad, Santiago adquiere un aspecto casi bélico. Restos permanentes de gases lacrimógenos en el aire. Aceras que parecen huertos de adoquines. Hospitales ciudadanos de campaña atienden 24 horas las personas heridas en los choques
Si el 15M fue una riada de desobediencia civil pacífica, el estallido social chileno tiene algo de tormenta donde el black block se ha hecho pueblo. La barricada y el sabotaje contra objetos y propiedades ha sido constante: la TV lo llama vandalismo, los jóvenes, autodefensa
Por supuesto, la acción ciudadana pacífica es abrumadora y mayoritaria. Pero cuentan algunos amigos que se da cierta complementariedad. Los jóvenes "capucha" suponen un muro de contención antirrepresivo que facilita otras formas de protesta
Y aunque la represión ha convertido odio y la violencia simbólica contra la policía en un leitmotiv, no se han registrado muertes entre los carabineros. Esto, en un país donde circulan muchas armas en las poblaciones, dice mucho de la elevada altura moral de la revuelta popular.
La segunda gran diferencia es la represión: a 16 de nov. el Instituto Nacional de Derechos Humanos constata 6.362 personas detenidas, 2.381 heridas, 217 mutilaciones oculares, 254 casos de torturas, 58 violaciones y 23 fallecidos: 5 asesinados por policía-ejército y otros en duda
La violencia policial-militar se ha ejercido fundamentalmente en Estado de emergencia y bajo toque de queda. Cuesta calibrar el estallido chileno sin entender el símbolo infame de volver a ver milicos en las calles: como echar sal en una herida abierta en la memoria del país.
Los nombres de los 23 fallecidos. Los cinco primeros, por violencia policial-militar. El sexto, posible homicidio de Estado por omisión al impedir su auxilio:
Romario Veloz
Kevin Gómez
José Miguel Uribe
Manuel Rebolledo
Alex Núñez
Abel Acuña
Mateusz Maj
Manuel Muga
Yoshua Osorio
Julián Pérez
Agustín Juan Coro Conde
Alicia Cofré
Paula Lorca
Renzo Barboza
Cardenio Prado
Joel Triviño
Jose Atillo
Eduardo Caro
Jose Manuel Uribe
Mariana Díaz
Joel Treviño
Cardenio Prado
Agustín Coro

"Todo está cargado en la memoria" canta León Gieco. Y "estallará hasta vencer"
Pero las cuentas de la violencia estatal no están claras. Las violaciones de Derechos Humanos han sido sistemáticas, brutales y organizadas. Por eso tan importante el esclarecimiento de lo sucedido con una Comisión de Verdad que no deje impune ningún crimen de Estado .
Han sido semanas traumáticas. Amigos confiesan que sintieron la sombra del golpe militar ceñirse sobre sus vidas. Pero como dicen los jóvenes, les han quitado hasta el miedo. Que el despertar chileno sirva para encerrar para siempre al fantasma del 73 en el museo de los horrores
Otra gran diferencia: el éxito. La constitución de Pinochet del 80, que protegía al neoliberalismo en Chile con 7.000 candados, ha caído. Chile escribirá en un folio en blanco un nuevo pacto social. Las revueltas aceleran el tiempo. Un mes atrás nadie hubiera apostado por ello
Para la derecha, es una derrota histórica dolorosa, sin precedentes. Por primera vez desde el 73, han visto que significa democracia desde el lado que pierde.
Pero en las calles el proceso constituyente no se celebra. Es una victoria política, pero todavía no es una victoria social. Las violaciones de derechos humanos no pueden quedar impunes. La agenda social tiene que traducirse en mejoras concretas en la vida cotidiana.
Por eso el pueblo chileno continúa en estado de rebeldía. Aunque lo más intenso del estallido ocurrió entre los días 18 y 21 de octubre, un mes después Chile sigue movilizando: en las marchas, en los cabildos, en los movimientos sociales, en los partidos de izquierda
Las semejanzas con el 15M: el vértigo de la historia soplando entre los cuerpos que han declarado su mutua dependencia, la rabia contra quien define la realidad y ese descarrilar en amor al prójimo mezclado del primer amor verdaderamente sincero a uno mismo.
En Santiago estos días sentí resonar muchas metáforas que escribí en 2011 para intentar entender algo: el despertar del gigante; la cordura transitoria; dejar de llamar normalidad a la derrota; el escalofrío del tiempo llamando a brillar; todo pasando por fin a una escala total;
el flechazo colectivo: sin miedo al huracán, sin miedo a ser una cobaya de la historia; la sensación de por una vez estar viviendo al ritmo. Saber de nuevo que la familia es cualquiera, porque cualquiera puede prestar ayuda.
También es similar la explosión de la palabra: las paredes de Santiago son hoy las páginas de ese libro de reclamaciones que se le debía al pueblo chileno. Durante kilómetros, desde la Alameda hasta el final Providencia, no hay metro cuadrado de muro sin poesía destituyente.
Y los cabildos ciudadanos, que se parecen a nuestras asambleas en las plazas, donde la democracia ya no es un eslogan vacío ni un procedimiento político alejado, sino una morada, un fuego de medianoche, que reúne todo el dolor disperso y lo transforma en esperanza.
Como nuestro 15M, el estallido social chileno es un sistema nervioso sin cerebro central. La inteligencia, la creatividad y la generosidad vuelven a recordarnos que son las cosas mejor repartidas del mundo. El foco común las coordina. Las partes bailan bien sin noticias del todo.
Los símbolos son eso que nos resumen lo irresumible. No hay estallido social sin ellos. Sin lemas, sin dibujos, sin obsesiones convertidas en centros de gravedad de los significados compartidos. Son el idioma común de la revuelta. Aquí los más recurrentes de Chile [Hilo 2]:
El tirano Piñera. Aquel que pasará a la historia con la ominosa mancha de haber sacado al ejército de nuevo a las calles a matar a un pueblo aun estremecido por el terror de Estado. El centro de la diana de la ira popular.
La pacofobia: superlativa. He visto como desde niñas de menos de 3 años hasta ancianos, el grito de paco culiao unifica Chile en un odio común. Pintadas de ACAB, 1312, y otras que los tratan de asesinos, violadores, o sencillamente, con el peor desprecio: hijos de nadie.
La bandera mapuche: uno de los procesos políticos más fascinantes de la revuelta. El pueblo insurrecto chileno ya no se construye con los símbolos nacionales, sino que muestra vocación de parentesco indígena. Los descendientes de Leftraru han cruzado el Bio Bio.
Los ojos mutilados por las balas de los carabineros. Ojos que se cierran en sacrificio para que Chile, por fin, pueda empezar a ver.
El matapacos: un perrito dócil que atacaba obsesivamente a los carabineros en las revueltas estudiantiles de 2011, y que se ha convertido en el tótem del estallido social.
El proceso constituyente: ni en el más audaz laboratorio populista se hubiera podido conseguir que las cadenas equivalenciales remitieran con éxito a un significante vacío tan complejo y tan poco sexy como una nueva constitución
Chantal Mouffe dio la conferencia magistral de cierre del encuentro. Las calles chilenas le llevan la delantera, quizá sin leer sus libros: no son de izquierdas ni de derechas, son los de arriba contra los de abajo
La "capucha". Hace diez años ya era una subcultura fascinante. Hoy en Chile es un emblema de una revolución.
La guerra de clases en su versión más cruda, sin velos, sin disimulos. Chile escribe un nuevo capítulo del conflicto eterno entre democracia y derechos de propiedad.
Curioso fenómeno: las pymes buscando la complicidad de la revuelta. Y la revuelta respetando a las pymes. En medio del destrozo de Alameda con Plaza de la Dignididad lo que queda en pie es… un pequeño kiosko
Evade: la chispa que prendió la pradera, las evasiones en el Metro por la subida del precio del billete.
Camilo Catrillanca: en materia de terrorismo de Estado, en Chile llueve sobre mojado. Comunero mapuche asesinado por la policía en 2018. La revuelta ha coincido con el aniversario de su muerte
Feminismo y revuelta se han engarzado hasta ser la misma cosa. Frente a los modelos de la épica masculina del combate, este bonito “pela como niña chilena”.
La sequía como emblema del extractivismo ecocida que sufre el país. Porque la emergencia climática no nos afecta de modo automático, sino filtrada a través de una decisión básica: o depredamos, o compartimos. En Chile, además, depredan para exportar.
Salud, educación, pensiones públicas como triple demanda de la agenda social. La autodefensa de la sociedad frente a la trituradora del mercado en Chile parte casi de cero.
Como siempre ocurre en las revueltas, poesía en su estado más bello. Algunos ejemplos:
Y el secreto a voces de este mundo: la normalidad era el problema. La conciencia de que al gran juego solo se juega una vez y no nos dejan. Decenas de frases distintas, una misma denuncia: no se trata de pedir bocanadas de oxígeno, porque la vida es mucho más que respirar:
Pronto un análisis menos poético y más reflexivo. De momento necesitaba digerir este bocado de historia que he podido probar, mitad duelo, mirad vértigo. El s. XX tomó en Chile un rumbo desastroso. Que bello sería que el s. XXI se recondujera precisamente allí: chao Chicago Boys!
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