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#CosasQuePasanPorSerMédica #16. Hoy estoy de PARO. No pude ir a la marcha por cuestiones familiares, pero paro desde acá. Hoy no hay historia de guardia, solo dolor. Dolor porque los que hoy te atendemos en la guardia –en las condiciones que relato en mis tweets– fuimos (+)
(-) en algún momento residentes o concurrentes, y la mayoría lo son todavía. Y son guardias, no son “actividades de formación intensiva continua”. Son guardias en las que el residente trabaja muchísimo más que el superior en general, guardias en que come poco y mal, (+)
(-) en las que si duerme dos horas es un lujo, en las que corre de un lado al otro hasta que no siente los pies, guardias en las que no existe para su familia y amigos, en las que debería formarse y muchas veces se termina deformando por la sobrecarga de trabajo (+)
(-)y falta de formación académica que recibe en el medio, guardias de veinticuatro horas o a veces cuarenta y ocho (porque sí, la guardia castigo existe), guardias después de las cuales tiene que seguir pensando y trabajando porque el día postguardia es una realidad (+)
(-) que rara vez se cumple… Ahora a alguien se le ocurrió que el nombre “guardia” no aplica, y eso resulta ofensivo, tanto que duele, porque, lo llamen como lo llamen, no van a dejar de ser GUARDIAS. (+)
(-) Es por esto que decidí contarles un poco de cómo es nuestro camino como médicos, y, sobre todo, la residencia. Espero que me lean y que COMPARTAN. Las cosas tienen que cambiar. Ahí va:
(+)
(-) Cuando uno decide ser médico, lo hace por vocación: queremos curar y salvar vidas. Así nos embarcamos en una carrera larguísima y estudiamos hasta la última coma de cada libro que nos ponen adelante, porque no saber no es una opción: vamos a tratar seres humanos. (+)
(-) Seis a ocho años de carrera después, nos creemos, por un segundo, grandes. ¡AL FIN SOMOS MÉDICOS! Somos médicos y creemos estar listos para lo que se viene, eso de curar y de salvar que tanto anhelamos. Ahí le hacemos recetas al primero que nos lo pide y (+)
(-) le miramos la garganta a todo el que dice que le molesta un poquito. Nos piden aptos físicos y los entregamos sin reparar en el peso que conllevan, es que poner nuestro sello nos produce un orgullo enorme. Pero no, resulta que no teníamos idea, (+)
(-) y que falta mucho todavía por aprender. Falta muchísimo y lo va a faltar siempre, porque la medicina es un eterno aprendizaje. Así que nosotros queremos curar y salvar vidas y para eso tenemos que seguir formándonos. Agarramos los libros otra vez, estudiamos toda la carrera(+
(-) de punta a punta y rendimos el bendito –y dificilísimo– examen para ver si logramos entrar a alguno de los escasos puestos disponibles para hacer una residencia o concurrencia. En la primera se va al hospital de lunes a viernes o sábados y se hacen cierta cantidad (+)
(-) de guardias semanales (ocho, diez, doce) de veinticuatro horas, todo por un sueldo previamente estipulado, que es tristemente bajo. En la segunda, en cambio, se tiene un día libre a la semana para poder trabajar en otro lado, se supone que se sale más temprano, (+)
(-) aunque generalmente no suele ser así, y se trabaja gratis (sí, gratis). Además, en esta última, te tenés que aguantar todo el tiempo que el residente tenga prioridad y que te traten como que sos menos. (+)
(-) El día de la adjudicación, cada uno agarra –según su resultado en el examen, promedio y, tal vez, ayudantías hechas– el puesto que más le convence dentro de lo que puede. De la alegría o de la tristeza (por no haber podido conseguir lugar) todos –o casi– terminamos llorando.+
(-) Los que “quedaron” –o sea los que pudieron obtener un cargo– preparan entonces sus vidas para lo que creen que va a ser la residencia. Ese fue mi caso y mi preparación fue paupérrima. Pasamos entonces de dormir en nuestras camas y cenar con nuestras familias a (+)
(-) prácticamente vivir en el hospital. Nos despertamos a las cinco o a veces antes, y, por lo menos por el primer año, rara vez salimos de trabajar antes de las once de la noche. Lo poco que pasamos en nuestras casas lo hacemos durmiendo. (+)
(-) Casi que nos olvidamos de lo que es la luz del sol. Dejan de existir los cumpleaños, casamientos y aniversarios; solo hay pre-guardia, guardia y post-guardia. Seguimos adelante porque tenemos una meta: formarnos y resultar lo mejor posible, tanto por nosotros como por (+)
(-) nuestros pacientes.
La falta del abrazo de nuestros padres o amigos se hace notar mucho a las treinta y seis horas seguidas que llevamos despiertos o a la segunda guardia castigo al hilo. Dormimos mal y, si nos quejamos, siempre está el que responde que en su época era peor+
(-)Y cuando hablo de mal, hablo de que dormir tres horas en una guardia es un lujo, y cuatro en tu casa ni te cuento. En cuanto a la comida, de tanto por hacer, muchas veces ni llegamos a ir al comedor y terminamos gastando de nuestra miseria de sueldo en comprar un sándwich (+)
(-) en el kiosco de enfrente. Sándwiches, facturas o alfajores; pasamos a vivir de eso. Así engordamos o bajamos de peso según la personalidad de cada uno: está el que apenas come o que se la pasa en el baño por la diarrea constante que le provocan los nervios, (+)
(-) y también el que se come todo de la angustia. Ningún cuerpo permanece imperturbable ante el ser perverso que es el sistema de residencias.
Pero seguimos levantándonos, yendo, tratando de leer para no quedar como unos tarados en el pase de sala y, de paso, (+)
(-) para ver si algo cementa en nuestros cerebros, aunque así es sumamente difícil.
Nos enfermamos, claro, con ese ritmo pocos aguantan. Terminamos yendo igual porque si nos tomamos licencia nuestro trabajo recae sobre nuestros compañeros (+)
(-)que probablemente terminen con cuarenta y ocho horas de guardia por culpa de nuestra maldita enfermedad. Y si osamos faltar, a la vuelta hay que devolver las guardias que nos cubrieron, (+)
(-) o sea que venimos de una enfermedad en que faltamos lo mínimo indispensable para no sobrecargar al otro, pero lo sobrecargamos igual, y al volver terminamos sobrepasados de trabajo nosotros porque nuestro cuerpo se atrevió a bajar los brazos por un rato. (+)
(-) Trabajamos entonces con gastroenteritis, infecciones urinarias, gripe, bronquitis y hasta cuadros más complejos porque “en la residencia no se falta”, y rara vez, algún médico de planta se preocupa porque podamos contagiar a alguien y nos manda a casa. (+)
(-) Y así, como podemos, malos pagos, mal dormidos, mal comidos, enfermos cada tanto, seguimos.
A veces llega alguna palabra de aliento, de que es una época que se sobrevive y que ya falta menos, (+)
(-) y ni nos detenemos a pensar en el uso demasiado frecuente de la palabra “supervivencia” en un trabajo que además es la formación médica más habitual. Pero sí, es eso lo que se hace en gran parte de las residencias, sobrevivir. (+)
(-) Sobrevivir y olvidarse de la vida que uno solía tener, que, fuera excelente o no, seguro era mejor que esto.
Están también, cada dos por tres, los retos, malos tratos, el que nada esté bien; eso es moneda corriente.
(+)
(-) Pasamos a sentir que no servimos, que no alcanzamos y que nunca vamos a ser los profesionales que nos gustaría. La desolación que vivimos de a ratos es indescriptible. Por suerte están nuestros compañeros para sostenernos: ellos también se sienten igual. (+)
(-) De tanto en tanto algún paciente nos grita, se enoja porque tardamos en atenderlo o porque somos demasiado chicos y “quiere un médico de verdad”. Eso nos tira más abajo todavía.
Llega un momento en que vemos a los médicos de planta o de guardia que se van antes (+)
(-) de lo que corresponde (después de habernos largado que hagamos un papiro eterno de tareas que resulta incumplible) o que duermen mientras nosotros vemos ochenta pacientes. Algo nos hace ruido en la cabeza, aunque no nos animamos a preguntarnos qué pasaría si los residentes(+)
(-) y concurrentes no existiéramos. Tememos que, de preguntárnoslo, nos dé demasiada bronca y mandemos todo a la mierda. Ganas no nos faltan. Ganas de decir “hasta acá llegué”, “no puedo más”, de gritar “BASTA”. (+)
(-) Ganas de irnos a tomar mate con esos amigos que no vemos hace meses o años, de abrazar a nuestros abuelos que no sabemos por cuánto tiempo más van a estar, de comer en familia, de leer algo que no sea medicina, de ir a descargar furia contra la cinta del gimnasio, (+)
(-) de emborracharnos y olvidarnos del paciente de cama seis al que no vamos a poder salvar y del de cama nueve que nos trató reiteradamente de inútiles, ganas de bailar, de chapar a lo loco, de tener sexo (aunque creamos no recordar bien cómo se hacía), (+)
(-)o al menos de dormir cucharita: ganas de vivir. Pero respiramos hondo, lloramos a escondidas, llamamos a nuestros viejos o amigos, y le metemos para adelante.
Así se van esos cuatro o cinco años en que pasamos de ser unos piojos a creernos grandes otra vez. (+)
(-) Nuestra piel, el último año, parece que ya no se mimetiza tanto con lo blanco de la pared. Tal vez hasta podamos empezar a sostener una relación de pareja estable de esas que la residencia aniquiló repetidamente. (+)
(-)
La residencia nos formó todo lo que se pudo en esas condiciones y nos deformó bastante. Pasamos a dormir para siempre con una oreja atenta y la otra casi que también, y que al perro del vecino no se le vaya a ocurrir ladrar porque a su dueño se dio (+)
(-) por ir a la trasnoche del cine. Nos despertamos a las cinco sin que suene el despertador. Ya no tenemos tantos amigos y tampoco nos preocupamos por hacer nuevos; la vida que tenemos “es lo que hay”. Por un tiempo nos creemos superiores: ya tenemos nuestra especialidad. (+)
(-)Hasta hay ocasiones en que contestamos mal, porque eso fue lo que mamamos por cuatro años en forma constante, y hasta se nos dificulta conectar con gente que no vivió lo que nosotros. Es como que no nos entendemos. (+)
(-) ¿Cómo puede alguien quejarse por entrar a las nueve a trabajar? ¿Cómo pueden protestar por haber dormido “solo” seis horas? En el camino dejamos amigos, hobbies y hasta parientes con los que no nos vimos más o que se murieron y ni pudimos ir al funeral. (+)
(-) Y encima ahora cada vez que osamos viajar en colectivo nos piden que entreguemos el asiento que nuestro agotamiento tanto buscó –aunque estemos al fondo, contra la ventanilla y haya mucha más gente joven alrededor incluso en los asientos de discapacitados– porque estamos de(+
(-)ambo y “es nuestro deber de médicos”.
Pero somos grandes, terminamos la residencia y estamos listos para el mundo, así que nada de eso importa. Felices, por un lado, y entre frenéticos y temerosos por otro, salimos a buscar trabajo. Resulta que no conseguimos (+)
(-) o nos pagan menos que cuando éramos residentes. Agarramos reemplazos de guardia y pasamos a ser los que tenemos gente a cargo. Debemos formarlos y enfrentar sus errores porque sucedieron bajo nuestra supervisión, pero hasta ayer estábamos bajo el ala de alguien. (+)
(-)Se viene entonces otra vez la presión de que no alcanzamos, de que no somos suficientes, de que no podemos.
Vemos que nuestros compañeros hacen otra especialidad más, porque todos queremos estar bien preparados. (+)
(-)Arrancamos entonces, otra vez, el caminito desde abajo. Volvemos a ser residentes, solo que ahora lo llaman “fellow” y nos pagan, con suerte, un tercio de lo que ganábamos en la residencia, si es que no trabajamos gratis. Son otros tres o cuatro años con una historia parecida+
(-)
Pocos logran armar parejas, familias, sostenerlas y disfrutarlas. El que tiene dos o tres hijos suele resignar la formación y agarra guardias eternas mal remuneradas con tal de darles de comer. Alguno deja la medicina, otro gira en su camino y elije una rama (+)
(-)que considera “más sencilla” porque se dio cuenta de que quiere vivir, y muchos viven para su carrera y sus pacientes, aunque del otro lado reciban quejas, reproches y remuneraciones que no se pueden describir como menos que "tristes". (+)
(-)
Los médicos que se forman hoy en la residencia o concurrencia son los que nos van a atender en unos años. Yo, por mi parte, quiero que se formen lo mejor posible, y eso, para mí, es con horarios razonables, con sueldos justos (+)
(-) y con pleno reconocimiento de su labor como médicos y personal de salud fundamental. Hay que cuidar a los residentes; hay que cuidar a todos los médicos. Basta de precarización en medicina.
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