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La falta del abrazo de nuestros padres o amigos se hace notar mucho a las treinta y seis horas seguidas que llevamos despiertos o a la segunda guardia castigo al hilo. Dormimos mal y, si nos quejamos, siempre está el que responde que en su época era peor+
Pero seguimos levantándonos, yendo, tratando de leer para no quedar como unos tarados en el pase de sala y, de paso, (+)
Nos enfermamos, claro, con ese ritmo pocos aguantan. Terminamos yendo igual porque si nos tomamos licencia nuestro trabajo recae sobre nuestros compañeros (+)
A veces llega alguna palabra de aliento, de que es una época que se sobrevive y que ya falta menos, (+)
Están también, cada dos por tres, los retos, malos tratos, el que nada esté bien; eso es moneda corriente.
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Llega un momento en que vemos a los médicos de planta o de guardia que se van antes (+)
Así se van esos cuatro o cinco años en que pasamos de ser unos piojos a creernos grandes otra vez. (+)
La residencia nos formó todo lo que se pudo en esas condiciones y nos deformó bastante. Pasamos a dormir para siempre con una oreja atenta y la otra casi que también, y que al perro del vecino no se le vaya a ocurrir ladrar porque a su dueño se dio (+)
Pero somos grandes, terminamos la residencia y estamos listos para el mundo, así que nada de eso importa. Felices, por un lado, y entre frenéticos y temerosos por otro, salimos a buscar trabajo. Resulta que no conseguimos (+)
Vemos que nuestros compañeros hacen otra especialidad más, porque todos queremos estar bien preparados. (+)
Pocos logran armar parejas, familias, sostenerlas y disfrutarlas. El que tiene dos o tres hijos suele resignar la formación y agarra guardias eternas mal remuneradas con tal de darles de comer. Alguno deja la medicina, otro gira en su camino y elije una rama (+)
Los médicos que se forman hoy en la residencia o concurrencia son los que nos van a atender en unos años. Yo, por mi parte, quiero que se formen lo mejor posible, y eso, para mí, es con horarios razonables, con sueldos justos (+)