Mi padre es una persona especial. El ser más generoso y bienhumorado que conozco. El que te llama regularmente para preguntarte qué hay que hacer en mi casa de bricolaje, costura (fue sastre) o de lo que sea para venir a hacerlo (a hacerlo, no a ayudarme a hacerlo).
Es extremadamente cariñoso, superactivo para su edad (79), un ser social. El primer día que hablé con él esta semana me dijo "a ver si se pasan pronto estos quince días" y le tuve que decir la verdad: no van a ser quince días.
Noté que se quedaba muy pillado con la respuesta. Ayer ya no le notaba el tono de voz alegre de otras veces. Creo que empieza a ser consciente de que esto va para largo.
Aquí, mal que bien, nos vamos dando ánimos los unos a los otros, porque asumimos que esto es un paréntesis (hablo de el aislamiento en sí, no de la crisis económica que vendrá después). Pero ayer me di cuenta de que el significado del paréntesis no es el mismo para todos.
Para mis padres estar uno o dos meses sin ver a sus hijos ni a sus nietos, moviéndose lo justo sin salir de casa salvo para ir al súper, con menos soltura con los medios técnicos actuales, no es ni por asomo lo mismo que para mí.
El impacto psicológico y físico no es ni por asomo el mismo. Y he citado especialmente a mi padre porque es una persona que lleva toda su vida en continua actividad y que además es más social que mi madre. Un parón a sus 79 no es un parón a mis 49.
De la misma forma que uno, dos o tres meses cuando eres joven no suponen el mismo "porcentaje de PIB vital" que cuando eres mayor. De todo eso me empecé a hacer consciente ayer, porque es la primera vez que me paré a pensarlo de verdad.
Yo suelo jugar al tenis con los amigos de mi suegro. Varios, él incluido, están por encima de los 70. Hablando con él el día de mi santo le dije "venga, que antes de que nos demos cuenta estarémos pegando raquetazos".
Él me dijo: "o no; cuando esto acabe igual estamos tan anquilosados que no podremos". Y lleva razón también. Que sí, que lo importante ahora mismo es salvar vidas, todo lo tenemos claros, pero los costes personales no son los mismos para todos.
Y puede que el anciano que ahora no coja el coronavirus pierda suficiente vitalidad como para que se lo lleve cualquier otra cosa dentro de un año o dos cuando no tocaba.
Por todo ello: pongámonos en la piel de los demás, especialmente de los más débiles. Y hagamos lo posible por compensarles el disgusto en cuanto tengamos oportunidad.
