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Tía Adelita se casó en mayo de 1918. Como quizá sepan o recuerden, su encuentro con tío Indalecio, gaditano, notario y calavera fue en la Semana Santa de 1917. Y quiso ella, en su profunda devoción, dedicar la de 1918 a la meditación y recogimiento ante su inminente boda. Va hilo
Así que convenció a sus padres para retirarse en Las Golondrinas con su breviario, su rosario y un bonito relicario que le había regalado quien iba a ser su suegra en poco más de un mes. El problema es que quiso que ese retiro lo compartiera toda la familia.
Y claro, a la banda infantil compuesta por los tíos Alfonso, Fernando, Ramón e Ignacio, no le hizo mucha gracia salir del internado de los Maristas de Lucena para irse de retiro a Las Golondrinas. Y menos que a ellos, a los tres universitarios, Federico, Armando y Eugenio.
Mi bisabuelo no quería indisponerse con su esposa. Nunca. Y mucho menos con su hija a la que tenía un cierto miedo. Además, la tenía a punto de entrega. Así que intentó arreglarlo de un modo pedagógico. Les dio cinco duros a cada uno de los pequeños y veinte a los tres mayores.
Pero aun siendo un auténtico capital para un niño o un joven de la época, no parece que la solución les resultara satisfactoria a la Banda de Hermanos, dados los acontecimientos que voy a relatarles a continuación y que un siglo después, aún se comentan en las cenas familiares.
Imagínense a aquellos chiquillos dando barzones en un cortijo de la campiña cordobesa. Los pequeños, después de un trimestre internos, esperaban corretear por el barrio y volver a ver a los amigos. Tío Fernando soñaba con ir al Club, galantear jovencitas y hasta fumarse un puro.
Tío Armando, entre mapa y mapa, es verdad que le daba todo igual pero se guardó los veinte duros para una brújula y tío Eugenio, odiaba volver a casa porque prefería el Madrid bohemio y artista de tablao y varietés que tanto gustaba frecuentar. Y se guardó los veinte duros.
Pues no. Encerrados en el cortijo -con tía Adelita y mi bisabuela rezando todo el día y haciendo una especie de retiro espiritual del que mi bisabuelo se había escurrido como siempre- los muchachos, llegado el Miércoles Santo, ya no podían más. Y quedaban los días más exigentes.
Cada mañana, antes de que saliera el sol, tía Adelita se arrodillaba en la biblioteca ante un crucificado de marfil que un familiar de mi bisabuelo había traído a su vuelta de Filipinas. Ayunaba toda la mañana, tomaba un refrigerio, almorzaba como un pajarillo y así pasaba el día
La tarde del Martes Santo, tío Norberto, sacerdote y familiar, dirigió una meditación sobre el recogimiento y puso como ejemplo a San Simón el Estilita que vivió los últimos 37 años de su vida encaramado a una columna de nosecuántos metros, sobre la cual, rezaba y meditaba.
«¡Quién pudiera hacerlo!» se dolió tía Adelita. «Tú vas a entregarte en santo matrimonio, hija, mía» contestó su madre. «La más hermosa de las entregas, mi querida niña» terció tío Norberto. «Cuidadito con lo que pides, Adelita» murmuró tío Fernando, líder natural de la Banda.
En Córdoba, los siete eran unos chicos educados y muy civilizados pero en mitad del campo, estaba claro que todo podría ocurrir. Los cuatro pequeños siempre estaban dispuestos a seguir a tío Fernando donde fuera. Y los otros dos se dejaban llevar. Así que imagínense…
Dos de la mañana. Todo el mundo duerme en Las Golondrinas. ¿Todos? ¡No! Siete figuras embozadas se distribuyen por la casa. Tres de ellas entran en el dormitorio de tía Adelita que duerme plácidamente. Su breve gritito lo apagan los estruendosos ronquidos de tío Norberto
y el golpe con un calcetín relleno de arena que recibe en plena testa. Desvanecida y atada de pies y manos, la envuelven en una mullida alfombra persa de lana de colorido diseño. Bajan la escalera principal. En la puerta, cuatro figuras más pequeñas tienen preparado un carro.
Dejan el cuerpo inerte en la caja y suben todos. Tres al pescante y cuatro a la caja. La mula adormilada empieza a caminar lentamente. La extraña comitiva se disipa entre las brumas de una noche iluminada levemente por la luna casi llena que ya anuncia la Pascua de Resurrección.
Siete de la mañana. La vida se inicia en la casa. Mi bisabuela baja a la biblioteca y se extraña de que tía Adelita no esté en su reclinatorio. Tío Norberto la disculpa: «son muchos días de recogimiento para una niña, querida mía» y se zampa su tazón de chocolate con bizcochos.
Van llegando los tíos. Besan a su madre que pide a Concha que busque a la niña. El grito de Concha atraviesa la campiña. Todos suben al trote menos tío Norberto que se para a coger bizcochos para el camino. El dormitorio está vacío, la cama deshecha y la ventana abierta.
La bisabuela se desmaya, tío Norberto pide más chocolate y los niños miran al techo. Llevan a la bisabuela a su dormitorio y envían a buscar a la Guardia Civil al puesto. Llega el Cabo Gastón y el guardia Aniceto. Y salen a buscar a tía Adelita por la bella campiña cordobesa.
Pasa la mañana y nada. La Guardia Civil vuelve a la Casa Cuartel y notifica a Córdoba la desaparición de la señorita Ruiz de Almodóvar. La bisabuela entre tilas y lloros, tío Norberto entre rezos y bizcochos. Para ella un caldito, para él, el potaje de garbanzos con pringá.
Horas después, un pastor llega corriendo a la Casa Cuartel. Ha visto una mujer en camisón -o eso parece, mi cabo- arrodillada en el campanario semiderruido de la Virgen de la Ermita que hay en el Cerro de los Infantes. Grita a los cuatro vientos «Creed, pecadores, Él resucitará»
Y cuando he ido a ver que pasaba, me ha tirado una piedra, mi cabo. Me ha llamado pecador y me ha tirado una piedra como la cabeza de un choto. Gracias a la Virgen no me ha dado. No sé si es un ángel o un demonio, mi cabo. Se lo juro por mi madre.
«Aniceto, vamos a ver, que me huelo lo peor» Cuando la Guardia Civil llega a la Ermita ya es media tarde. La mujer sigue arrodillada, reza y en voz muy alta canta himnos. «Esa es la niña de Las Golondrinas, Aniceto. Tanta beatería no es buena». Trae aquella escalera y no tardes.
Aniceto coge una escalera tirada que hay junto al campanario. El cabo sube y aquella mujer -tía Adelita- le dice que baje. «Baje, me he consagrado a Dios Nuestro Señor como San Simón el Estilita» El cabo, que no está para pamplinas, le dice «Eso cuando le dé permiso su padre.
O baja o la bajo de una guantada y de otra llega usted a Las Golondrinas» El Cabo Gastón tenía dos manos como dos bandejas de servicio. Tía Adelita miró aquellas manos agarradas al cinturón, miró al cielo y gritó «Perdóname, Señor, por ser tan débil» Alargó las manos hacia
el cabo que la cogió como un saco, se la echó al hombro y la bajó. En una hora llegaron a Las Golondrinas. El cabo llevaba a tía Adelita a la grupa. Seguía cantando himnos y el guardia Aniceto, desesperado de oírla, dudaba entre descerrajarle un tiro o suicidarse allí mismo.
La noticia llegó a casa antes que tía Adelita. La trajo un mozo desde el pueblo. Mi bisabuela lloraba de emoción y se santiguaba. Tío Norberto rezaba emocionado e impartía bendiciones con la misma rapidez que se comía los bizcochos. Los tíos se aguantaban la risa hasta morir.
Tía Adelita contó como siete ángeles la habían sacado por la ventana y en volandas la habían llevado hasta el campanario de la Virgen de la Ermita donde había descubierto su vocación al despertarse. Tío Norberto alabó su entrega de aquel día pero le recordó su sagrado compromiso.
Cuando llegó mi bisabuelo, beso a tía Adelita y a mi abuela, miró a los tíos y dijo: «los ángeles me deben ochenta duros. Y no hay más que hablar».
Tía Adelita nunca lo supo.
Siempre contaba su experiencia mística la mar de emocionada.
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