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Hoy es #25deAbril y tanto en este día,como por San Valentín suelo recordar a Monique.Y en Estoril La verdad es que la chica era como para recordarla a diario, pero tampoco es cuestión de ser lascivo, ni caer en la nostalgia amorosa como las moscas en un tarro de miel. Va hilo. 👇
Quizá no les interese mi historia de amor adolescente, pero se la voy a contar de todos modos. Hablaré al viento a ver si me contesta... Hoy recuerdo mis veranos infantiles en Estoril, correteando por el malecón de Cascais y una lagrimita humedece mi rostro.
Monique era una diosa ebúrnea, una nívea aparición que encendió por primera vez la llama de la pasión en mi atormentado corazón adolescente. Esbelta como una gacela, grácil, elegante; con un cuerpo escultural y cimbreante – como un junco mecido por las caricias del viento
que, al moverse, hacía ondear su faldita a la brisa del Atlántico
Tenía los ojos verdes, de un verde esmeralda profundo y seductor que me hacía enmudecer. Una melenita rubia, cortada a lo garçonne y una boquita que se hacía un mohín delicioso cuando decía:“Mon cherie ami Jacques”
Tanto, que a mí, por una vez en mi juventud, me resultaba delicioso escuchar mi nombre, una y otra vez. De hecho, la grabé en una cinta de cassete y ahora, casi cuarenta años después, la escucho mientras escribo estas líneas y un escalofrío de intenso placer me recorre el cuerpo.
- “Mon cherie ami, Jacques”, “Mon cherie ami, Jacques” “Mon cherie ami, Jacques”..
Como habrán deducido, Monique era francesa -también podría ser belga, claro. Digo era, no porque haya muerto, sino porque se casó con un futbolista rumano del Lille y ahora es la exseñora Radinescu
Lo que demuestra que se puede ser bellísima, deliciosísima y preciosisísma y acabar teniendo mal gusto. Entre apellidarse Radinescu o Fitz-Edwards está claro que la elección es como decía la vieja publicidad de nuestros exquisitos caldos, bien sencilla, «O Moriles o Montilla»
Monique era una francesita deliciosa y exquisita que me enamoró perdidamente un lejano estío en Estoril. La vi una tarde en el malecón de Cascais. El mar batía el rompeolas y ella andaba con un lindo trotecillo que conseguía parar la actividad de todos los restaurantes y terrazas
Hasta el mar se embravecía y saltaba, inundando el paseo cuando se dignaba pisarlo con su trotecillo alegre. Caía la tarde y aunque el sol buscaba esconderse entre las aguas del proceloso Atlántico, su belleza iluminaba el paseo y refulgía como una estrella vespertina. Monique…
Y yo, al verla, me tragué un cubito de hielo de mi refresco de limón sólo con que apareciera. ¡Qué muerte más dulce hubiera tenido! Entre estertores caí sobre el piso y nadie se dignó a mirarme. Mucho menos a ayudarme. Me hubieran dejado morir, sólo por seguir admirándola.
Pero ella tenía un corazón de oro, y delante del corazón ni les cuento. Se acercó a mí, ante la desidia del mundo que sólo tenía ojos para ella. Me incorporó, puso bajo mi cabeza una toalla doblada, me hizo la respiración boca a boca, y yo me enamoré perdidamente de aquellos ojos
Inmediatamente, todos mis amigos empezaron a tragarse cubitos de hielo. Pancho metió la cabeza en la cubitera y Duarte se tragó hasta la pajita. Pero ella, bella y gélida como un témpano, les miró con displicencia y con un mohín de desaprobación hizo que los devolvieran.
Yo tenía quince inocentes años, una carita pecosilla y regordeta adornada – es un decir – con unas gafitas redondas; y un cuerpo atlético, bien es cierto que de lanzador de peso, aunque algún malintencionado me había recomendado que me matriculara en un curso de luchador de sumo.
Ella había cumplido los veinte y era un espectáculo sicalíptico y sensual. Una apoteosis de flamígera belleza, una diosa griega vestida a la moda de París. Un golpe de cálida brisa que inundaba el malecón y hacía que todas las miradas se concentraran en su divina figura.
Todos los amigos sabíamos que se hospedaba en nuestro mismo hotel. La mirábamos cuando bajaba a la playa con su toalla de rayas azules y blancas y su bikini azulón y yo, que sólo conocía su nombre, y no sabía escribirlo le compuse un poema, que aún guardo entre mis papeles:
“Cuando te miro, Moní,
yo me quedo al ralentí.
Tú pasas cerca de aquí
y no te fijas en mí.
Pero esté yo aquí o allí,
siempre, siempre, pienso en tí
Si recuerdo que te ví,
siento que pasa por mí
un escalofrío, y sí,
sólo, sólo, pienso en tí,
¡ay que me gustas!, ¡jolín!”
Sería la influencia de tío Ramón, como decía tía Adelita. Divina influencia. Compré papel “Ambassador” verjurado de color crema y 80 gramos, que según mi madre era el más elegante y escribí en él y con letra inglesa mi exquisito poema. Lo firmé como “Tu admirador enmascarado”.
Lo dejé en Recepción y soborné al tipo del bigote para que jamás le diera mi nombre. Mil escudos que le tuve que soltar. Y eso que siempre nos regañaba por sentarnos en el bar a jugar a la ronda. Pero daba igual. Sabía que yo no era digno de tanta belleza. Mi amor sería platónico
Pero claro, era recepcionista, tonto de baba y hombre y no pudo soportar esa mirada, esos ojos, ese mohín, esa sonrisa, ese cuerpo ... - lo comprendo, siempre lo comprendí y comprenderé – y le dio mi número de habitación, mi nombre, el de mis padres… y lo que le hubiera pedido.
Me llamó y me pidió que la invitara a un refresco. Fue la tarde más feliz de mi adolescencia. La terraza de “A bolina” era un mar de gente y yo la atravesé junto a Monique. A más de uno se le cayó el vaso al suelo. El gordito de Jacobo iba del brazo del sueño erótico de Estoril.
La inalcanzable Monique le había preferido antes que a los deportistas del Tenis Club, a los ricachones del Casino y a los atletas de Yacht Club. Compartimos una merienda deliciosa. Mi madre no me dejó invitarla a cenar en un restaurante de lujo como yo quería. No pudo ser.
No volvió jamás por Estoril. Nunca. Cada verano la recordábamos con suspiros. Años después supimos lo del futbolista por Pancho que siempre leía el As por motivos más estéticos que deportivos. Llegó corriendo a mi casa un sábado y desde la calle gritaba, «Jacobo, mira, Monique…»
Seguía monísima. Nunca volví a verla. Pero aquella tarde grabé su voz y desde entonces .... es parte de mi alma, - como dice el bolero - y a veces, como hoy, ... la recuerdo con emoción y la veo en cada cubito de hielo que navega por mis gintonics…
L'amour fou, queridos amigos.
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