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La tertulia de ayer fue tan divertida como cualquier otra aunque hubiera de ser a distancia. Estuvimos los cuatro habituales y se sumó Jorge Buendía, que siempre ha sido de la pandilla pero como se ennovió muy pronto en serio, se perdió más de una aventura. Va hilo 👇
Pero no esta con los Machimbarrena Boys. No. Esta, además, la sufrió en sus propias carnes. Supongo que recuerdan a los primos de Pancho. Buenos, a los hijos de la mujer de su tío Pablete a los que nos quedamos a cuidar una semana a cambio de un aparentemente generoso estipendio.
Les cuento. A Pancho lo mandaban a aprender inglés todos los veranos a Irlanda desde que era un renacuajo. Aprender, aprendía poco pero, según contaba, se lo pasaba divinamente. Justo el verano anterior había conocido a un grupo de daneses con los que se intercambió direcciones
y teléfonos, además de citarse para verse, fuera en Córdoba o en Elsinor, donde vivían, que según aprendió Pancho, en danés se escribe Helsingør con una o tachada y es donde está el Castillo de Hamlet. Ya saben, cosas de la adolescencia y juventud que luego quedan en nada. O no…
Era sábado. Paco y yo nos levantamos pronto y nos fuimos a comprar pan, jamón y suministros espirituosos. Lo que no sabíamos es que, tras nosotros, Pancho había dejado el chalé para ir a casa de sus abuelos a por no sé qué cosa que pensó de pronto que le hacía muchísima falta
y Chimo, a quien los Machimbarrena le habían manchado los pantalones de pintura roja se había ido la tarde antes a su casa decidiendo quedarse a descansar allí esa noche. En conclusión, que la cuadrilla diabólica se quedó sola en aquel chalé. Y eso no podía traer nada bueno. Nada
Volvíamos de comprar cuando vimos a Chimo en la parada del autobús que había frente al chalé. Allí estaba, retrepado, con la cabeza apoyada en la bolsa de viaje, mirando hacia la verja y fumándose un cigarro más ensimismado que Sarita Montiel en «El último cuplé»
-¿Qué haces ahí?
-Espero.
-¿Qué?
-A que llegue Pancho.
-¿Se te han vuelto a olvidar las llaves?
-No, mami, no. Contestó con «rintintín y Cabo Rusty», que decía tío Ramón.
-¿Y por qué no has llamado?
-Si no hay Renault Fuego no hay Pancho.
-Podíamos estar nosotros.
-Os he visto desde el autobús.
-¿Y si tienes llaves por qué no has entrado? Le preguntó Paco
Chimo callaba
-¿Por qué miras fijamente la casa? Chimo, ¡cada día estas más tonto!
-Ya veréis, ya veréis
En esto llegó el autobús y de él se bajó Jorge Buendía.
-Hola, ¿qué os contáis?
-Aquí, esperando a Pancho. ¿Y tú?
-Mis padres se han ido al campo y he pensado venirme. Hace muy bueno
-En el chalé, no. Te lo aseguro. Insistía Chimo
-Si hace un calor que parece junio, terciaba Jorge.
-Si, eso sí, pero ahí, en Perales House, no hace ningún buen día, Buendía
-Chimo, ¿has bebido?
-¡Ojalá, Jacobo!
Al final de la calle apareció el Renault Fuego. Todos estábamos fuera. Se preguntarán ustedes a qué venían tantas vueltas por parte de un Chimo que miraba absorto la casa llena de Machimbarrenas. Para entenderlo, tendremos que retroceder unas horas, aproximadamente veinticuatro.
Días antes, una chica danesa que había conocido Pancho en Irlanda aterrizó en Sevilla con sus padres para visitar Andalucía. Llamó al teléfono que tenía y no le contestó nadie. Pancho estaba en con nosotros en el frente machimbarrénico y sus padres, refugiados en el cortijo.
Ya en Córdoba, buscó la dirección de la carta que le había escrito Pancho. Como es tan vago había usado sobre y papel membretado de una antigua fábrica que tuvo su abuelo en Cerro Muriano y por allí apareció chapurreando español una joven escandinava llamada Birgitte Østergård.
El Muriano está casi a 20 km. de Córdoba. Fue en taxi. Esperó un rato a la puerta del caserón sin ver señales de vida hasta que apareció el Padre Esparraguera, amigo de los Perales, que volvía de una de sus habituales subidas en bicicleta a la Ermita de la Virgen de los Pinares.
- ¡Ahí no va usted a encontrar a nadie! – gritó don Germán, mientras intentaba frenar la bicicleta, que, dicho sea de paso no es una de sus habilidades, por lo que después de tropezar con un canto rodado, salió disparado del vehículo cayendo a los pies de la preciosa Birgitte.
Al parecer, la chica -luterana y escandinava- no sabía de la existencia de clérigos voladores y se quedó muda por el asombro y entristecida por la ausencia de su amigo. Don Germán, ya reincorporado, la invitó a subir al portaequipajes de la bici y la llevó hasta el autobús.
El padre Esparraguera se comprometió a avisar a Pancho por teléfono después de darle a Birgitte la dirección correcta, regalarle un rosario y una estampa de san Rafael y bendecirla, importándole un bledo que no fuera católica. Pero se le olvidó lo de llamar por teléfono.
El bueno de don Germán, entretenido en probar las torrijas y pestiños que le habían enviado sus feligresas cometió un craso error al no llamar y la encantadora Birgitte lo pagó caro ya que fue sorprendida por el lado oscuro de los Machimbarrenas. El único lado que tenían.
Su delicada mano agitó la grácil campanilla y los colibríes del jardín se espantaron al oír el alegre toquecillo. Oyó un ladrido lastimero y una niña de candoroso aspecto y gafitas le abrió la puerta. La pobre Birgitte no sabía que casi había firmado su sentencia de su muerte.
Así que cuando Chimo volvió, el terrible silencio que inundaba el ambiente le escamó. De pronto, tras los cristales del segundo piso vio una aparición; una cara atormentada pugnaba por atravesar el cristal de la ventana. Tras ella, la Santa Compaña Machimbarrénica.
Un sudor frío le recorrió el espinazo.El corazón le dio un vuelco. Creyó que era una pesadilla. Encendió un cigarro y se tumbó en la parada del autobús donde lo encontramos.
-Hola, Pancho–dijimos los cuatro
-Anda, ¡qué casualidad! Hemos llegado todos a la vez
-Pues sí, Pancho, sí
A Pancho le escamó esa improvisada reunión de amigos en la parada del autobús.
-¿Se os ha olvidado otra vez la llave? – y remarcó mucho “otra vez”.
-¡Si! – contestamos a coro.
-Vamos.
-Tú primero, dijo Chimo.
-Trae las llaves, dijo Jorge. Y avanzó con paso decidido hacia la verja
Jorge es nuestro general Custer, siempre expuesto a la vanguardia. Pancho es más como Napoleón, otea el avance de sus tropas. Chimo y Paco se despliegan y yo, cerrando la avanzadilla, en el puesto de más peligro, me encargo de la Intendencia, la retaguardia y la diplomacia.
Entramos en la casa. Un espeso silencio inundaba el jardín. Un aullido lo rompió. Salté hacia atrás del repullo derribando un macetón de aspidistras. Subimos a la primera planta. A la cabeza, Jorge. Detrás, los demás. Otro aullido, otro repullo y otra maceta, esta vez un ficus.
Al final del pasillo, una luz titilaba en uno de los dormitorios. Tras el tercer aullido, contuve el repullo y un tiesto de geranios se salvó gracias a mi gallardía. Me satisfizo sentir como el viejo espíritu de los Fitz-Edwards iba emergiendo en mí. Jorge empujó la puerta y…
Sobre la cama, una mujer poseída, con la cara desfigurada y llena de sangre aullaba, rodeada de los Machimbarrenas armados de velas encendidas que, al vernos, intentaron huir como conejos. No se pueden imaginar como repartían bofetadas Jorge y Paco. Hasta yo solté algún sopapo.
Jorge se acercó, la desató y un chillido surgió como de un pozo:
-¡Franciscoooo! ¡Franciscoooo!
Imaginé que la joven invocaba al seráfico poverello de Asís. Pero llamaba a Pancho, que se llama Francisco de Paula.
Pancho la miró como un miope que intenta enhebrar una aguja y dijo
-¿Eres Birgitte?
-Siiii.
Contestó.
- ¿Y qué haces aquí? ¿Y así?
Birgitte le soltó un bofetón a Pancho como no había visto hasta ese momento. Ni en el cine. Me dieron ganas de aplaudir. De hecho, creo que empecé tímidamente a hacerlo. Lo hice. Pancho no sabía que decir ni hacer.
A Jorge le había hecho tilín -que diría tita Carmen- y la abrazó para consolarla. Su camisa se llenó diversos fluidos que resultaron ser tomate frito y variadas salsas
-¿Esta muchacha quien es, Pancho?, preguntó Paco
-Parece una “fonduè bourguignone”, añadí yo
-Han sido los niños
-¡Esto es inadmisible, Pancho! Gritaba Jorge. No te preocupes, Nena, el castigo hará historia.
Así es. Jorge la llamó Nena.
Entonces, los ojos azules de Birgitte se iluminaron con toda la intensidad que imaginarse puedan.
- Sólo son niños.
-Son unos criminales… gritó Jorge.
A los Machimbarrenas los encerramos en el sótano hasta el lunes con un botijo, una barra de pan y una tripa de salchichón. Y salieron la mar de suavitos.
La simpática Birgitte no contó que al entrar la habían recibido unos niños muy simpáticos que le acompañaron al salón.
Allí, el mayor de ellos le había propuesto jugar a las películas para pasar el rato mientras llegaba el primo Francisco de Paula. Supongo que conocen ese jueguecito donde se hacen dos equipos y con gestos, y mímica se intenta que los compañeros acierten el título propuesto.
Lo que no sabía la pobre Birgitte –hoy felicísima señora de Buendía- es que lo que les gustaba a los puñeteros Machimbarrenas era interpretar escenas y les apasionaba “El Exorcista”. En ese momento llamó el padre Esparraguera. Muy tarde, como habrán deducido.
Al terminar la tertulia, entre risas y confidencias, Chimo comentó
-Para ti si fue un buen día, Buendía.
Y la verdad es que sí. Treinta años llevan casados. Y ella se hizo católica. Que todo hay que decirlo
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