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A media mañana, me han llamado las hermanas Toledano. Su intención inicial era felicitarme por mi cumpleaños y pedirme que bajara a recoger mi regalo. Me han hecho un esponjosísimo y delicioso bizcocho de naranja y pomelo, receta de su madre, que es toda una exquisitez. Va hilo👇
Como suele ocurrir, me lo han dicho después de tenerme media hora al teléfono, contándome otras cosas y preguntándome con todo detalle por la salud de toda la familia. Y las tres con las cabezas pegaditas al auricular y hablando a la vez. Estoy acostumbrado, por otra parte.
De hecho, han colgado, han vuelto a llamar y me han felicitado. Porque, si no lo sabían, es hoy. Hace cincuenta y cinco años vi la luz del mayo cordobés en el Hospital de la Cruz Roja y mi padre, como estarán pergeñando, organizó una porra sobre el día exacto de mi alumbramiento.
Porra en la que participó medio Club junto a toda la familia y que ganaron mi padre, mi abuelo y tío Ramón. La alegría fue inmensa. Piensen que este que les habla fue el primer hijo y el primer nieto y eso es algo que emociona mucho en cualquier familia que se precie de serlo.
Hubo abrazos y vítores; habanos para los médicos y flores para las enfermeras. Tío Ramón las requebró a todas y, tío Eugenio le hizo ojitos al ginecólogo antes de hartarse de llorar y de gritar de emoción como hacía en días alternos y fiestas señaladas. Siempre fue muy emotivo.
Tío Estanis, recién casado con tía Lolita, intentaba integrarse. Al principio le costó, pero luego fue uno más. Tía Adelita, mi abuela y tita Carmen iban y venían felices, de un lado a otro del Hospital, llevando y trayendo familiares y amigos, como si fueran un autobús de línea.
En un momento, y capitaneados por mi abuelo y tío Ramón, los caballeros se desvanecieron. Echaron el día disfrutando del cálido sol de mayo, recorriendo la Judería, aspirando el aroma de sus intrincadas callejuelas… y parando en cualquier establecimiento que sirviera bebidas.
Al volver al Hospital, no había nadie. Mi madre, conmigo en brazos, se encontraba ya en casa, acomodada en su dormitorio conyugal y rodeada de todas las Ruiz de Almodóvar con caras de guardias civiles de romance antiguo. Así que llegaron, vieron el percal y dieron media vuelta.
Y volvieron definitivamente, bien entrada la noche con tío Eugenio cantando «Ojos verdes», tío Ramón haciendo palmas y mi abuelo y mi padre, más derechos que una pareja de alabarderos de Palacio, con tío Estanis entre los dos arrastrando los pies y balbuciendo «Lolita me mata»ۛ.
Pero hablábamos de las Hermanas Toledano, ¿verdad? Es que me disgrego y me explayo y ya ni sé por dónde iba. Les cuento: estaban muy preocupadas. Bueno, ya se les habrá pasado. Me cuentan que viven atenazadas por un gravísimo conflicto moral relacionado con doña Victorita.
Así que me han pedido consejo
-A ver, queridas, ¿qué ocurre?
-Pues que Victorita quiere hacer algo peligrosísimo, dice doña Cristina
-Y además, es inmoral y pecaminoso- tercia doña Carmencita
-Oiga, señora, que mi hijo lo hace cada dos por tres, dice Anita, su doncella,a lo lejos
-¿Qué quiere hacer?
-Trapichear, me dice doña Victorita.
-¿Trapichear? Pregunto.
-Si, como el hijo de Anita. Contesta convencida.
Verán, el hijo de Anita tiene pinta como de dedicarse al comercio sin disponer de las oportunas licencias administrativas. No sé si me explico.
Imaginen mi sorpresa. Una dama octogenaria trapicheando no es lo que uno imagina como actividad propia a esa edad Distinto sería el croché, el petit point o, incluso el macramé. Hasta darse a la bebida me parece más apropiado
-Si, ¿qué pasa? ¿por qué no puedo? Contesta desafiante
Y me ha dejado epatado tanta decisión. Epatado y mudo.
-Si es que lo ve en la tele, Jacobo, me dice doña Carmencita.
Me extraño porque, que yo sepa, ellas están todo el día viendo la programación religiosa y no me imagino que en esos programas inciten al trapicheo, sinceramente.
También ven el «parte» -en su deliciosa jerga de octogenarias que añoran el NODO y los programas radio con discos dedicados, en las radios de cretona- y alguna que otra película antigua. Sobre todo si aparecen Fernandito Rey o Alfredo Mayo que son sus amores platónicos juveniles.
-Pero, ¿de dónde saca usted la afición al trapicheo, querida?
-Lo he visto en los telediarios y se lo voy a hacer al Notario.
-¿Por qué al Notario?
-Por lo de los maceteros del zaguán, Jacobo. Me dice doña Carmencita.
-Es por eso, querido. Corean las hermanas.
-¿Qué maceteros?
-Los que no quiere poner. Unos preciosos con unas plantas altísimas y de flores monísimas para alegrar la entrada que está muy sosa.
-¿Se los va a vender usted?
-¿De dónde saco yo los maceteros? Que los compre en la tienda.
-La Comunidad tiene dinero pero el muy tacaño no quiere.
-Ahí lleva toda la razón nuestra hermana, querido Jacobo.
-Toda, toda y toda. Él es el presidente de la Comunidad, de acuerdo, pero actúa como un dictador. ¿Quién se ha creído que es, Franco?, remata la protagonista.
-Bajito es, dice doña Cristina. Y se ríen las tres a carcajadas
-Sí, pero, a ver, querida, vamos al quid de la cuestión; ¿Cómo va a trapichear los maceteros?
-Poniéndome en la puerta de su casa con un cazo y una cacerola.
-No, no, no, -es doña Carmencita- con las cacerolas, no. Esa batería de cocina la compró mamá y es de FAGOR, nada menos.
-Ideales, Jacobo, dice doña Cristina.
-Y que aún nos tienen que durar muchos años, remata doña Carmencita.
-Pues hago el trapiche con otra cosa. Se trata de hacer ruido. Mucho ruido.
Ahí he respirado. Lo comprenden, ¿verdad?
-Usted lo que quiere es hacerle un escrache, querida.
-Lo que sale en la tele de las casas que van a armar ruido.
-Nos tiene en un sinvivir, Jacobo.
-Pero eso es un escrache, queridas, no un trapicheo.
-¿Y qué?
-Pues que si es con el Notario lo pueden hacer sin problema. Yo les presto las cacerolas y los cazos. No se preocupen.
-Pues si tenemos el permiso de Jacobo, yo también quiero, dice doña Cristina.
-Pero esto es la revolución, hijo, dice doña Carmencita.
-Pero sólo afecta a la Comunidad, querida. Sin locuras incómodas e inapropiadas.
-Y yo soy, joven, Carmencita. Y la juventud es revolucionaria.
Así que Doña Victorita, que para eso es la pequeña, se ha hecho revolucionaria y ha arrastrado a doña Cristina que la comprende y apoya. Doña Carmencita no está dispuesta a seguirla en esa locura pero la entiende perfectamente. Yo creo que acaban las tres en la puerta del Notario
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