El gobierno pensó que entregar cajas de comida podía ser una buena idea, pero falló en un detalle: llegó diez años tarde.
Abro hilo sobre #ElShowDeLasCajas.
Abro hilo sobre #ElShowDeLasCajas.
Cuando Piñera ganó en 2010, todavía estaba vigente la idea de creer que existían dos tipos de personas: los sujetos de afirmación y los sujetos de clientela. No existía todavía la idea de que todos somos ciudadanos con derechos entonces.
Los primeros no necesitan *reclamar* porque pueden pedir sus cosas de manera expedita a través de su capital económico/relacional. Aparte, el sistema está diseñado para que los primeros no sean perjudicados.
Mientras tanto, los segundos no *deben* reclamar porque el sistema los sancionará. Pero para evitar que reclamen, debe existir un sistema de entrega de satisfactores que les hagan sentir parte de la comunidad sin molestar demasiado: transferencias directas, vouchers, cajas.
Para los segundos, existe un sistema de beneficios alojado en la municipalidad. Deben recibir la educación de la comuna, la salud de la comuna y así sucesivamente. Eso genera una relación de dependencia con el municipio; desde la junta de vecinos y ojalá hasta un concejal.
La municipalidad es el lugar donde se atajan las necesidades de los sujetos de clientela. En tanto que no sepan que existen derechos que puedan reclamar de otra forma, los municipios pueden domeñarlos a través de la entrega o restricción de beneficios del Estado.
Eso siempre existió, pero se reforzó con el entramado institucional de la dictadura. La municipalidad era el elemento esencial para *despolitizar* las comunidades. Los milicos eran corporativistas y el gremialismo también. Y, nada, se juntaron el hambre con las ganas de comer.
Como dice Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, «desde un comienzo hubo un interés por dominar los municipios y las organizaciones vecinales […], pues veían en ellas a las verdaderas expresiones ciudadanas, una vez erradicada la injerencia partidaria».
La comuna se convierte en una oficina de colocaciones, en una asignadora de planes de empleo de emergencia, en la gestionadora de las fichas CAS, beneficios sociales en general y, como dije antes, en la proveedora de salud y educación. Esto incentiva la clientela.
No se extrañen entonces la cantidad de corrupción que había mediada por estas asignaciones desde la dictadura hasta hace unos… eh… cinco años atrás. Es increíble cómo sobrevivimos a toda esta mugre por tantas décadas.
El problema es que siempre imperó eso del caballo regalado. Los beneficiarios de los derechos preferían callar el ser instrumentalizados por miedo a perder un derecho.
Pero llegó el movimiento estudiantil de 2011-2012. El movimiento fue el iniciador de los reclamos por una nueva Constitución y por un nuevo reconocimiento de derechos para las personas.
Esto demolió la idea de separar a las personas entre sujetos de afirmación y sujetos de clientela. Quizá porque los sujetos de afirmación querían/podían/necesitaban de la salud municipal, por ejemplo.
Pienso en personas de las generaciones X/Y que estaban ingresando al mercado laboral y se veían a sí mismos dignos de merecer, por ejemplo, una salud pública desde el Estado: sea por convicción ideológica o por necesidad mediada por la precarización.
Esto ocurre, como muchas cosas, bajo parámetros de centro y periferia. Adivinen qué candidaturas, ancladas en esta lógica de derechos ganaron en 2012: las de las comunas del centro. Santiago, Providencia, Recoleta, Independencia y CASI Ñuñoa eligieron alcaldes progresistas.
(¿Se acuerdan de que Maya Fernández casi le ganó Ñuñoa a Pedro Sabat? Ahora, continuemos.)
La elección de 2016 generó otros cambios, pero menos perceptibles que en 2012: llegaron Sharp a Valparaíso y Tamayo a Cerro Navia. El triunfazo de una Reginato en Viña del Mar o un Codina en Puente Alto y las derrotas de Tohá y Josefa supusieron que esto solo era una golondrina.
Pero no. El malestar seguía siendo latente, pero la gente no tenía una forma articulada de expresar el reclamo. Estaba ocurriendo algo llamado «trickle down». Como sucede en la moda, segmentos *centrales* estaban rebalsando hacia segmentos periféricos un tipo de buen gusto.
El buen gusto de la política se redefinió radicalmente desde 2011 y no ha parado de penetrar hasta el día de hoy, a casi una década de distancia. El sujeto de clientela estaba agonizando y murió el 18 de octubre. La gente ahora se ve a sí misma como sujeto de derechos SIEMPRE.
¿Qué inactiva eso? La municipalidad como caja asignadora de los derechos del Estado. Se inactiva la comuna como noción clientelar: eso que siempre existió y que fue puesto al servicio del corporativismo desde la dictadura cívico-militar.
(Desnudado el contexto, queda más o menos claro que la gente ha estado votando por los mismos liderazgos clientelares hasta ahora porque básicamente la participación electoral de dichas comunas consiste en al suma entre bases clientelares y ciudadanos politizados.)
Por eso, las cajas que antes se habrían visto como una ayuda que había que agradecer (porque el pobre debe ser agradecido, como lo apunta @DMatamala) hoy son consideradas como una miseria mezquina. Por eso, proyectar «solidaridad» en la torre Telefónica resultó un acto ofensivo.
Querían hacer todo como si estuviéramos en 2010. Como si el país del 27F y el rescate de los mineros hubiera seguido ahí. Y quizá, cuando vean cómo los barren en las próximas elecciones, se dirán que no lo vieron venir.
No alcanzaron a ver que los resultados de la elección municipal de 2012 fueron una señal de cambio cultural. No entendieron que el 18-O no es un proceso reversible. Tampoco comprenderon que todo esto está más o menos concatenado.
Y salieron a comprar cajas pensando en un país obsoleto. Una lástima.
Hola. Vengo a robar. Escribí un libro sobre conflictos políticos y lo dejé alojado en un PDF, por si quieren descargarlo gratis.
Este es el libro de Verónica Valdivia Ortiz de Zárate que estaba citando.
lom.cl/products/la-al…
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(Y quería que leyeran el «vengo a robar» con el tono de Carlitox.)
