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Hablemos de la palabra de moda en estos días en la alta política y todo lo que implica. Hablemos de «populismo». Abro hilo.
Vamos con la definición del argentino Ernesto Laclau, quien favorece el concepto. A grandes rasgos, el populismo es la radicalización de la democracia de masas, a través de la capacidad del pueblo de definir sus propios diagnósticos.
Laclau define populismo como un procedimiento que consolida la soberanía popular en segmentos que se incorporan a la democracia luego de ser postergados con su ausencia del voto (porque no tenían ese derecho o bien porque su derecho le pertenecía a un hacendado).
Por su parte, el italiano Loris Zanatta, crítico del concepto, considera que el populismo es el regreso de la sociedad a un discurso unificante, que anula la posibilidad de la diversidad propia de sociedades plurales. Establece un *holismo* comunitario.
El populismo, según Zanatta, es una fuerza y un ejercicio de fe, cercano a la religiosidad. El pueblo produce lo que él llama «pulsión hacia la unanimidad». Entonces, el pueblo se convierte en un rector totalizante de la deliberación pública.
Recapitulemos: para Laclau, el populismo es una forma de democratización del espacio público; para Zanatta, es una amenaza contra lo plural. Laclau lo ve como un desde; Zanatta lo ve como un hasta. Y, por ello, quizá ambos tengan razón, IMHO.
En adelante, pondré palabras mías para explicar por qué quizá ambos tengan razón. El pueblo necesita una restitución de su dignidad cívica. Su dignidad cívica pasa por cuestionar parámetros de la democracia liberal y de su operatividad.
La operatividad de nuestra democracia es la llamada «democracia delegativa», concepto acuñado por el argentino Guillermo O'Donnell, finado hace muchos años atrás. Esto significa que la gente va a votar cada X años por unos candidatos y se desentiende del proceso.
Luego, las autoridades elegidas verán cómo arreglan o empeoran las cosas del espacio cívico. Si lo hacen bien, se les votará de nuevo; si no, se vota a otros. Esta idea asume la existencia de opciones ideológicamente separadas que compiten por el servicio del poder.
La democracia delegativa tiene externalidades que son las razones del estallido social.
a) Las personas son expulsadas del proceso de deliberación de la política pública.
b) Los partidos políticos son impermeables a modificarse en función de los alineamientos sociales.
c) Los partidos logran acuerdos desde sus propias estimaciones ideológicas y las estimaciones técnicas (hola, tecnocracia). Ambas cosas suceden de espaldas a las personas, quienes sienten que existen decisiones importantes tomadas en secreto: el incidente de la «cocina».
d) Pensar que las personas son útiles políticamente cada una cantidad espaciada de tiempo (2-4 años) supone una gran responsabilidad a quienes ocupan la gestión del poder durante ese espacio de tiempo y existe escaso accountability (!) y nula capacidad revocatoria (!!).
Derivado de lo anterior, existe poca sanción a traicionar la confianza del electorado (y la ciudadanía en general). No pierdes el cargo ni tampoco tienes balances de poder que te llamen a reconvenir. Es cosa de mirar a Sebastián Piñera, que sigue en La Moneda a pesar del 6%.
e) El poder se ve a sí mismo como una élite capacitada para tomar decisiones *por sobre* la soberanía popular y, por lo mismo, subestima al pueblo y sus necesidades. Prefiere tomar decisiones técnicas aferrado a un Excel. Es un poder orientado a la respuesta.
–Usted no puede tomar decisiones, pero sí puede elegir si nos quiere acá adentro.
–Usted no puede recibir un balance de nuestro trabajo, pero puede dejar de votar por nosotros.

¿Qué genera estas premisas? Desencanto, un «que se vayan todos».
Esto es particularmente violento en un país en donde las élites tienden a maltratar a sus subordinados: desde un jefe a un subalterno, un ginecólogo a su paciente, una recepcionista a quien quiera reclamarle atención. No hay noción de servicio.
Normalizamos el poder como algo apropiado para sí. No existe el poder como algo que se tiene, pero se distribuye para otros. De esta forma, el estallido social es el derrumbe de todas estas cuestiones relacionales.
Tomaré un texto de hoy, muy sintético de la «democracia delegativa». Se trata de un titular de una entrevista a la ministra del Trabajo María José Zaldívar.
Concentrémonos en algunas expresiones dichas en este enunciado: «Ofertones», «lejos», «peor receta». Hay un sujeto que propone algo, una consecuencia sobre lo que propone y un adverbio que exagera la consecuencia.
¿Quién dice «ofertones»? Lo diré en breve. El «ofertón» es un concepto peyorativo que Zaldívar atribuye a un adversario, alejado de la racionalidad técnica, del poder basado en respuestas. Una medida alejada de la racionalidad es, entonces, un ofertón.
El ofertón puede favorecer al pueblo, pero el pueblo puede pagar las consecuencias de elegir una mala decisión. En su actitud de élite, subyace cierto paternalismo al considerar que las personas alejadas de la élite no están capacitadas para hablar por sí mismas. Sí. En 2020.
Además, no solamente denigra al adversario. También considera que es «lejos» la «peor receta». Es decir, son la última alternativa posible dentro de todas las alternativas posibles. Claro. Como es algo alejado a su ortodoxia, lo desestimará. Lo ninguneará.
Desde ese sentir elitista, hay que huir del populismo como se huye de la pobreza. El mapa mental del antipopulista estima que dar voz a las personas para que hablen de sus problemas es entrar a la pobreza: intelectual, alimenticia, de vida. Les encargo el sustrato aporofóbico.
El antipopulismo es un poder basado en las respuestas. Sin embargo, el populismo es un poder basado en las preguntas: entregar soberanía a segmentos desplazados no lleva a tener respuestas (las asimetrías de conocimiento lo impiden), pero sí a formularlas.
Como lo apuntan Cas Mudde y Cristóbal Rovira en «Populismo», «los populistas formulan preguntas incómodas sobre aspectos no democráticos de las instituciones y de las democracias liberales». Esas preguntas contemplarán muchas veces respuestas heterodoxas.
¿Puede haber externalidades en la heterodoxia? Sí. Pero no serán en la práctica muy diferentes a las externalidades de la actual ortodoxia. Ya nuestra ortodoxia de la democracia delegativa nos tiene con apoyos de un dígito a la institucionalidad deliberativa (partidos, Congreso).
¿Es necesario que los partidos incorporen el populismo? Sí. ¿Es viable una posibilidad populista dentro de los partidos? Es deseable. La consecuencia de no hacerlo es darles el poder a apartidarios (que devienen en partidos atrapalotodo) sin accountability programático.
Es más deseable que desde los partidos surja el populismo a que el populismo por fuera rete a los partidos. Es más deseable tener un Frente para la Victoria, como en Argentina, a tener un Movimento 5 Stelle, como en Italia. El populismo llegó para quedarse.
No caché que La Tercera justo hizo un editorial al respecto. Solo que están muy perdidos en el diagnóstico.
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