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En respuesta a una de estas Historias de la Primavera Perdida, con las que entretengo mis tardes de #confinamiento en este larguísimo #EstadodeAlarma, y que con tanta generosidad siguen muchos de ustedes, mi querido @infocannabis me hizo una pregunta algo embarazosa. Va hilo 👇
Entiéndanme. Preguntarle a alguien como yo si, de entre su extensa y blasonada familia, hay quien haya tenido alguna aventurilla con sustancias estupefacientes no es algo que, por decirlo de alguna manera, y no quiero parecer lo que no soy… pueda evitar contarse. Vamos a ello.
No sé si recuerdan a tío Federico, el hermano de mi abuela María del Carmen que se empeñó en ser enterrado con su bolsa de palos de golf y líder natural de la banda de tíos que provocaron la experiencia mística de tía Adelita cuando quiso ser Simón el Estilita en Las Golondrinas.
A tío Federico lo único que le interesaba en el mundo era el golf. Se hizo financiero porque podía jugar al golf, se casó con una señora maravillosa -tía Anita- a la que conoció jugando con su padre al golf y se fue encantado a vivir a Edimburgo porque estaba cerca de St Andrews.
Cuando tía Anita dio a luz a su primogénito que recibió el nombre de Gumersindo en homenaje a su abuelo materno, tío Federico estaba en el green del Hoyo 18 intentando embocar la bola para evitar el bogey y ganarle el partido a un tipo insoportable con el que le habían emparejado
Cuando llegó al Hoyo 19, que como todos ustedes saben es el bar del Club donde se comentan los partidos, le llevaron una nota en la que le pedían que llamara a casa. Lo hizo, le dieron la buena nueva y gritó «caballeros, ya tengo caddie». Así que, ya puestos, vieron amanecer.
Como el nombre de su señor abuelo no resultaba muy musical, al final el primo Gumersindo se convirtió en el primo Caddie hasta el día de su muerte que se produjo en Ibiza hará unos quince o veinte años. No es que no lo recuerde es que nunca nos enteramos exactamente de la fecha.
Algo que a tita Carmen le resultaba muy inconveniente. Ella es muy de rezar cada noche por toda la familia, aunque si alguien la viera desde lejos pensaría que está jugando al solitario. El sistema lo inventaron tía Adelita y mi abuela y pretende no dejar a nadie sin su oración.
El rezo se desarrolla así: Se sienta frente a la mesa con tres mazos, dos de fotos y una de estampas. En la parte superior se colocan las estampas de izquierda a derecha (el Corazón de Jesús, Santiago, la Inmaculada, la Virgen del Pilar, la de Araceli y San Rafael y una tarjeta).
A la izquierda las fotos de los familiares fallecidos por orden de óbito y a la derecha, los vivos, por orden de edad. El sistema es: se toma una foto, se pone más abajo de una de las seis estampas y se reza un padrenuestro o un avemaría en recuerdo de la devoción del fallecido.
Al terminar con los fallecidos se recogen las fotos y vuelven al mazo. Igual con los que aún estamos vivos. Rezo y vuelta al mazo. Se preguntarán para que sirve la tarjeta. Es lo que mi abuelo llamaba el «santo comodín». Representa al santo patrón de cada familiar rezado
-esté vivo o fallecido- y es un avemaría extra que se le ofrece el día de su cumpleaños, el de su onomástica y el de su fallecimiento en caso de haberse producido. Según tita Carmen «en una familia normal la gente se muere un día, porque a mí me destroza el orden lo de Caddie».
Así que mi padre lo arregló al poco de enterarnos del óbito indatado. Cogió un bombo de un juego de lotería que me habían echado los Reyes de niño y una tarde de junio reunió a toda la familia y sorteó el día y el mes. No hubo porra por respeto aunque, como casi siempre, lo dudo.
Más que nada porque quiso vender cartones a la familia y usar la recaudación para misas. Así que con todo el protocolo de los Ruiz de Almodóvar se sustanció el sorteo. Y el bombo determinó que el primo Caddie (en el siglo, Gumersindo, según tita Carmen) falleció el día 14 de mayo
Día, por cierto, de la festividad del Apóstol San Matías. Algo que tita Carmen atribuyó a una clarísima intervención divina ya que como sabrán, San Matías se convirtió en Apóstol como sustituto de Judas Iscariote tras echarlo a suertes con otro discípulo llamado José de Barsaba.
Según mi padre fue cosa del bombo que estaba abollado, «No veo yo a Dios, Carmencita, preocupado por un sorteo familiar. Iba a estar de peña en peña y tiene cosas más importantes que hacer». «Quien tenga ojos para ver que oiga, don Luis», dijo Otilia. En fin, que cada uno elija.
¿De qué estábamos hablando? Ya me acuerdo: del primo Caddie. El muchacho estudió Derecho que es lo que estudiamos casi todos en la familia porque, como decía el bisabuelo Pepote, «una cosa es que no trabajéis y otra que no tengáis estudios y para abogado vale cualquiera».
Como quería recorrer mundo convenció a tío Federico para irse a Berkeley a hacer unos interesantísimos cursos de no sabemos qué. Y no sabemos qué porque no se matriculó en nada. Ni siquiera se hizo actor, ni nada parecido y eso que estaba a un paseo de los estudios de Hollywood.
Y allí llegó en abril de 1968. «Menos mal que no se nos ha ido a París» confesó tía Anita en una visita a Córdoba. «No lo veo yo tirando adoquines, Anita. Siempre ha sido un vago. Lo más que contratara a alguien para que los tirara en su nombre» contestó la sincerísima tía Lolita
Tras dos meses de deambular de playa en playa -y de cama en cama, según tío Ramón- conoció a una muchacha que resulto ser hippie. Ya saben. Una chica monísima -en palabras de mi abuela- y se unió a un grupo de flower power -una pandilla de desharrapados en palabras de mi abuelo.
Cuando se recibió en casa una fotografía en la que aparecía con la muchacha en mitad de un barrizal, ataviado con una suerte de camisón, el pelo largo y flores en la barba, tío Eugenio dio uno de sus grititos y comentó a mi abuela y tía Adelita: «Ay, niñas, que ya tengo heredero»
Tío Ramón, más sagaz, miró la foto y sentenció: «Búscate otro Eugenio, que este va a tener el suyo». Y es que la chica hippie monísima estaba embarazadísima. En fin, que fue acabar el Festival de Woodstock -de ahí era la foto-y tomar un avión para volver a España y tener al niño.
Cuando Caddie contó cómo se lo habían pasado en el Festival de Woodstock, tía Adelita se santiguó, rezó miles de Rosarios, ofreció misas y lo llamó el «Aquelarre Protestante en el que nos robaron a Gumersindo». Cada vez que lo veía, se santiguaba y le golpeaba con el Rosario.
Una tarde, Caddie y Maripuri -la hippie monísima era madrileña- vinieron de visita a casa de mis abuelos y, al parecer, se dejaron una petaca de marihuana en el sofá. Cuando la encontró Eugenia, que era una de las doncellas, se la dio a Otilia pensando que era de mi abuelo.
-Esto va a ser de don Ramón, Eugenia. Sube y se lo dejas en su habitación.
Pero como era muy cabezona, no hizo ni caso. Así que se fue al despacho de mi abuelo y la volcó íntegramente en la caja del tabaco de pipa. Una preciosidad de taracea granadina forrada de terciopelo.
Allí guardaba mi abuelo su tabaco especial, el que le enviaba desde Inglaterra el tío Stanley Norton, aquel pariente que acogió a mi padre el lejano verano en el que las francesitas de una troupe de varietés provocaron su afición a la papiroflexia que compartió con su suegro.
Como tío Pepe, que recordarán que era Cardenal, estaba de visita por Córdoba, tenía que asumir ciertos compromisos. Así que mi abuela, solícita y encantadora siempre en palabras de su hermano mayor, había organizado una cena ese mismo sábado con el señor Obispo de la diócesis.
A eso de las nueve sonó la campanilla. Monseñor acudió acompañado de su secretario, el deán unos cuantos canónigos y clérigos variados. Como es bien conocido el buen comer del clero hispano, mi abuelo, mi padre y tío Ramón habían decidido merendar bien por lo que pudiera pasar.
Finalizada la cena que fue considerable. Cuenta mi padre que mi abuelo y tío Ramón había ido contando, uno las copas de vino y otro, los platos que había ingerido cada clérigo, se daban codazos entre risillas y mi padre anotaba todo de cara a la porra que había organizado.
Cuando pasaron a la biblioteca, mi padre, que para eso era el menor de los anfitriones ofreció cigarrillos, habanos… El clero no fumaba, menos tío Pepe que fue a coger un habano pero al ver a tío Ramón con la pipa, cambió de opinión. A lo que le siguió el secretario del Obispo.
Mi abuelo tenía una caja de pipas para invitados y allí que apareció, todo orgulloso, ofreciendo unas preciosas de espuma de mar que se llenaron, y bien llenas, con el tabaco de su «caja especial, un tabaco excepcional que me envía de Cambridge un pariente de mi yerno Luis, Pepe»
Diez minutos después,tío Ramón, cogido del brazo del tío Pepe, -Su Eminencia Reverendísima, don José Cardenal Ruiz de Almodovar- cantaban a dúo un cuplé picante. Según recuerda mi padre, el famosísimo «Tápame», que él y mi abuelo coreaban ante la mirada asombrada del señor Obispo
Lo que no se esperaba el señor Obispo, tras escuchar a un Cardenal cantar «Tápame, tápame, tápame...tápame, tápame que tengo frío. Si tú quieres que te tape ven aquí cariño mío», es que tío Ramón se arrancara con «La Verbena de la Paloma» y entonara lo de «una morena y una rubia»
dirigiéndose a él y al deán, mientras su secretario, que llevaba dos pipas, se arrancara, totalmente desafinado y fuera de escena con aquello de: «¿Y si a mí no me diera la gana de que fueras del brazo con él?». Al parecer, mi abuelo lo calló gritándole, «Julián, que tiés madre».
El escándalo fue mayúsculo. El Obispo envió al secretario de coadjutor del viejo párroco de un pueblo perdido de Sierra Morena y escribió una carta al Nuncio y otra a Roma relatando los hechos, calificando al Señor Cardenal de «poseído por la influencia herética y demoníaca
de sus inmorales hermano y cuñado» y tratando a mi catolicísima familia de «impía, y quien sabe si atea o criptoluterana dada la ascendencia inglesa del yerno de su cuñado». El Obispo no volvió a aparecer por casa, ni ninguno de nosotros por la Catedral en justísima represalia.
Cuando le preguntaron al tío Pepe en Roma por aquello, contestó: «Es sabido por toda su grey que el Señor Obispo, hombre de reconocidísimas virtudes y piedad manifiesta, ayuna en demasía y quizá, a causa de ello, sufre alucinaciones en ocasiones señeras». Y punto final.
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